La literatura tiene, entre sus muchos encantos, el poder de transformar la realidad en un espacio mítico, lleno de resonancias psicológicas. Recordemos unos pocos ejemplos, un tanto clásicos en su mayoría: los molinos de la Mancha nos remiten a Cervantes; Dublín, a Joyce; New York, a Auster; el paisaje de Jalisco, a Rulfo; el Caribe colombiano, a García Márquez; el campo argentino, a la gauchesca. En Francia, Illiers (la Combray de Proust, donde el autor, de niño, mojaba la “magdalena” en el té que le daba su tía) se convirtió en un sitio de peregrinación turística (esa virtud de la gran literatura genera dividendos que muchos autores hubieran deseado, en algún momento, para sustentarse).
La obra de Ricardo Piglia -cuya importancia en el panorama de la narrativa contemporánea, en la Argentina y mucho más allá, es incuestionable- nos remite, muy frecuentemente, a un escenario particular, asociado a la biografía del autor: la provincia de Buenos Aires. La mención del campo bonaerense y sus ciudades es permanente en sus ficciones. Está claro, sin embargo, que no debemos buscar una correspondencia fiel, especular, entre los espacios ficticios y sus referentes reales, ya que se trata siempre de una reelaboración mítica. El mismo Piglia se encarga de explicarnos esa diferencia sustancial entre la realidad y el texto, en una entrevista incluida en su obra Crítica y ficción (Barcelona, Anagrama, 2006). Ante la pregunta “¿Hace falta conocer la Argentina para conocer a Piglia?”, responde:
No hace falta, creo. La literatura se construye sobre las ruinas de la realidad. Las ciudades de la literatura existen pero ya están destruidas. Todas son como la Ítaca de Odiseo, lugares reales que se han perdido (…). Todo es más nítido en la literatura, todo parece más amplio y más misterioso. (p. 126)
En los cuentos y novelas de este autor, como ya señalamos, se mencionan (y adquieren, a veces, protagonismo espacial) numerosas localidades reales de la provincia de Buenos Aires. En la ambientación y el sentido último de las acciones, se percibe cierto parentesco con Onetti y, en definitiva, con Faulkner, esa gran fuente de ambos narradores rioplatenses.
Entre las ciudades nombradas reiteradamente por Piglia en sus relatos, ocupa un lugar preponderante Bolívar. Veamos algunos ejemplos, que no agotan el repertorio pero demuestran esa recurrencia. En la novela Respiración artificial (Barcelona, Anagrama, 2001), encontramos las siguientes menciones:
…y sacó el revólver que le habían dado para disparar una salva en homenaje a la presencia del embajador inglés que había viajado expresamente a Bolívar invitado por el viejo, que era dueño de casi todo el partido, y le metió un tiro. (p. 21)
“En el año 1902 se había comprado medio partido de Bolívar a veinte pesos la hectárea en un remate judicial amañado por la gavilla de Ataliva Roca.” (p. 22)
Las citas anteriores nos remiten a la temática del caudillismo y el latifundio, dos constantes de la historia argentina que Piglia enfoca. Como él mismo ha dicho de su admirado Arlt, podríamos decir que sus novelas son, en gran medida, “el doble microscópico y delirante del Estado nacional.” (Crítica y ficción, p. 107).
Continuando con los ejemplos textuales del tema enfocado, leemos en el libro de cuentos La invasión (Barcelona, Anagrama, 2006):
Tener amigos porteños, ir con ellos a mi pueblo, a Bolívar, algún fin de semana y presentárselos a Nilda…. (“Una luz que se iba”, p. 104)
Como cuando te dije: “Yo soy de Bolívar y me vine a Buenos Aires porque quiero hacer algo y en Bolívar no hay ninguna posibilidad y si uno tiene las cosas claras no se puede baratear, por eso vine. Además si no estás en Buenos Aires no hay forma de hacer nada en este país.” Te lo dije despacito, para ver si entendías. Y lo único que se te ocurrió decir fue: “Así que sos del interior.” Y yo no soy del interior, nací en Bolívar, provincia de Buenos Aires, a 330 km.” (Ibid., p. 106)
Explicarle que a Bolívar no puedo volver (…) y entonces yo tengo que caminar (…) por esas calles angostas, parecidas a las de Bolívar…. (Ibid., p. 109)
….no quiero volver a Bolívar…. (Ibid., p. 111)
Empleando un enfoque sociológico, se observa, en el cuento citado, el “contraste entre el imaginario provinciano, para el cual todavía las megalópolis son horizontes de modernidad y progreso”, y la otra cara de esos espacios, signada por la “sobrepoblación, contaminación y violencia.” (Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Bs. As., Paidós, 2001, p. 176)
En La ciudad ausente (Barcelona, Anagrama, 2008) -obra que combina admirablemente la metaficción, el relato fantástico y la alegoría política-, en medio de la atmósfera extraña y alucinante que se despliega, Bolívar ocupa un lugar importante. De Macedonio Fernández, personaje clave de la novela, se dice:
La desesperación le había hecho abandonar todo, incluso a sus hijitos queridos, y se vino al campo. Anduvo vagando con los linyeras en los cargueros que iban al sur. Vivió un tiempo en la estancia de los Carril, en 25 de Mayo, y por fin bajó a Bolívar y se vino con un auto de alquiler hasta la casa. La máquina se terminó de armar en ese lugar…. (p. 116)
La máquina a la que hace referencia este fragmento es el centro de la novela y está inspirada en una idea de Macedonio: la de inmortalizar a su amada en un artefacto parlante.
También en Blanco nocturno (Barcelona, Anagrama, 2010) asoma Bolívar, en una mención un tanto irónica. Hablando del formidable sentido de intuición que posee el comisario Croce, quien lleva a cabo la investigación en esta auténtica “novela negra”, el narrador aporta la siguiente anécdota:
… Otra vez descubrió a un cuatrero porque lo vio tomar el tren a la madrugada para ir a Bolívar. Y si va a Bolívar es porque quiere vender la hacienda robada, dijo. Dicho y hecho. (p. 27)
Es evidente, entonces, que Bolívar es un referente insoslayable en gran parte de la producción de Piglia. Podríamos, quizás, considerarlo –en el marco general de los ambientes en que se ubican sus relatos– como una especie de lugar alegórico, con sus componentes positivos de “espíritu provinciano”, tradición y belleza natural, pero no exento de las lacras que derivan de la injusta distribución de la riqueza.
Y hay, finalmente, un dato psicológico tal vez decisivo en esa predilección, que el propio autor señala en un reportaje (y que, si se nos permite personalizar, comparte esta humilde analista, alejada de su querida ciudad natal, por circunstancias “de la vida”, desde hace más de treinta años):
Mi experiencia en el campo refiere a la infancia, a los veranos que pasaba en Bolívar, donde vivía una hermana de mi padre. Era una experiencia maravillosa, y evidentemente me han quedado situaciones que luego, al tratar de reconstruirlas, me di cuenta de que estaban muy firmes y muy frescas…. (http://www.lanacion.com.ar/1311877-policial-a-lo-piglia)
San Pedro Sula, Honduras, 22 de febrero de 2011