Por Miguel Gómez Villarino
Algo que me
sucedió la otra noche me ha llevado a recopilar un puñado de ideas sobre la
ciudad contemporánea, sobre eso en que se está convirtiendo la ciudad
contemporánea, en el breve artículo que expongo a continuación (un puñado de
ideas que llevaban tiempo rondando mi cabeza).
La historia es la siguiente: volvía
caminando a mi casa, atravesando la plaza principal de mi ciudad, y entonces me
fijé en que en el pequeño museo que se encuentra en la plaza había una
exposición de algo. Eran aproximadamente las ocho menos diez de la tarde. Me
acerqué, y cuando iba a entrar, la guarda de seguridad me detuvo y dijo: «vamos
a cerrar en cinco minutos, lo siento; pero si le interesa, mañana está abierto
desde las diez de la mañana.» La verdad es que no me interesaba particularmente
esa exposición. Ni sabía muy bien en qué consistía, de hecho. Mi acto estaba
motivado por un hecho puramente circunstancial; a esa hora y en ese momento, se
me ocurrió simplemente que era una oportunidad para echar un vistazo.
La lógica que
manejó la guardia me pareció, finalmente, definitoria de ciertos aspectos que
vienen condicionando a nuestras sociedades y su marco físico más habitual, las
ciudades. En resumen, esa lógica es aquella que asimilaría cualquier actividad
humana con un acto deliberado, que conllevaría: 1, la pre-identificación de un
objetivo, y 2, el establecimiento de los medios racionales para satisfacerlo. Explicaré
en más detalle a qué me refiero con esto.
Esta mecánica se
inscribe en un proceso general de racionalización de la vida, y a mi modo de
ver tiene que ver con el avance progresivo de un paradigma tecnológico, una
suerte de «tecnologización» de la vida y del medio en que se desarrolla. ¿En
qué sentido? La mencionada lógica es la mecánica esencial con que opera
cualquier aplicación tecnológica, y que podemos reducir a los siguientes pasos:
1, pre-establecimiento de los objetivos que queremos alcanzar con la
aplicación; 2, establecimiento de los procedimientos más eficientes para pasar
de la situación actual (punto A) a la situación deseada (punto B); 3,
aislamiento del proceso, para evitar interferencias y alcanzar eficiencia en el
mismo.
Sintéticamente, un
esquema físico del mencionado fundamento tecnológico representaría un punto «A»
(donde estoy), y un punto «B» (al que quiero llegar) y uniéndolos, una flecha
que representa el movimiento. Este esquema funcionalista define en buena medida
nuestras ciudades actuales, o al menos esa es la tesis que pretendo plantear en
el artículo.
¿Qué elementos
se requerirían para la extensión de un paradigma de este tipo a una sociedad
entera, a una ciudad, un modo de entender la vida? En primer lugar la mecánica con la que operar, que en sus
componentes esenciales sería la descrita. En segundo lugar, la identificación
de objetivos claros para distintos aspectos de la vida, lo que podemos asimilar
con una identificación, o reducción, a un aspecto funcionalista de la propia vida. Para ello, de nuevo acudamos a la
visión científica que identifica, a partir de los procesos que se desarrollan
en la naturaleza, una serie de funciones separadas, por una pura necesidad
metodológica; el análisis requiere de un aislamiento de cada proceso,
identificándolo como una función, en que sean discernibles las finalidades de
los mismos. Lo que desde el punto de vista científico tiene una intención
comprensiva, al ser aplicado a la tecnología puede conllevar un efecto
reduccionista: si utilizamos separadamente soluciones tecnológicas para determinados
aspectos de una realidad compleja, estaremos afectando al conjunto de
relaciones que tienen los elementos y aspectos entre sí. Es lo que podríamos
denominar, una visión funcionalista de la complejidad.
Por último, para
operar con una mecánica como la descrita se requiere así mismo del
establecimiento, en la mayor medida de lo posible, de elementos concretos y
mensurables; es decir, la configuración de una realidad discreta y cuantificable. En este sentido un avance esencial lo
aportó la física cuántica al identificar paquetes discretos (cuantos) como los
elementos más pequeños de materia o de energía. Deshaciendo de esa forma la
continuidad inoperable de la realidad, y abriendo el paso a multitud de
tecnologías que operaran con elementos discretos de materia, energía,
información. Tecnologías que, como la informática, la robótica o las
telecomunicaciones, pero también los crecientes legislaciones que operan con
artículos «discretos», la estadística como herramienta de base para la
información y gestión, o el propio dinero en su versión contemporánea -que
traduce el intangible y subjetivo concepto del valor en unidades concretas y
mensurables- han reconfigurado, hasta hacerlo casi irreconocible, el paisaje de
nuestra actualidad.
Previsibilidad, definida
por la visión funcionalista de la realidad; exactitud y precisión en las técnicas empleadas, así como aislamiento de los
procesos (requerido de cara la mejora de la eficiencia); y una especialización máxima de los
componentes o elementos del sistema, son los fundamentos de una racionalización
que, extendida a una realidad compleja (una región, una sociedad, una sociedad)
parece pre-configurar un ámbito social controlado, predeterminado, seguro y
estable, tanto a nivel espacial (la ciudad difusa contemporánea) como temporal
(establecimiento de plazos futuros «ciertos»). La planificación urbana, la
estratégica y sectorial, las alarmas, los seguros, en todos los casos se trata
de herramientas que, siendo diferentes, persiguen la reducción de la
incertidumbre. Esa arquitectura, en definitiva, de límites nítidos en lugar de
difusos, de actores profesionalizados y de resultados esperados
pre-configurados ha ido condicionando progresivamente nuestro mundo de una
forma que a menudo se nos escapa.
Trascendiendo el
hecho de que, como la actual coyuntura de crisis parece demostrar, nuestra capacidad
predictiva de reducción de incertidumbre se encuentra todavía lejos,
afortunadamente, de abordar la complejidad de la vida y el propio universo,
intentaré reseñar alguno de los efectos destacados que la difusión de este
paradigma ha tenido en concreto en las ciudades y territorios; en primer lugar,
la sustitución de un ambiente complejo, continuo, no reductible a funciones y «objetivos», por otro funcional y con metas concretas, discreto y esclarecido,
comporta una suerte de «desentrelazamiento» de la realidad (lo que algún autor
ha calificado como «una sociedad conectada, pero desentrelazada»); traducido a
su aspecto físico, podemos decir que la noción de «camino» como experiencia
vital, en cuanto que algo azaroso, imprevisible, contingente, (continuo) tiende
a ser abolida. Las funciones de destino están claramente tematizadas; en
consecuencia, viajar, moverse, es «ir a hacer algo» a algún lugar. Como en un
circuito, redes de transporte veloz conectan elementos con funciones definidas.
Esta idea de supresión del camino «azaroso» la podemos encontrar en casi todas
las aplicaciones tecnológicas recientes (que parecen obedecer a la idea «lo que
quieres, lo tienes»): aplicaciones móviles, buscador Google, un navegador
satélite, operan en la misma idea de suprimir lo azaroso, lo imponderable del
camino, en la medida en que se ha definido con exactitud el objetivo del mismo,
a priori.
En última
instancia, renunciar a la aleatoriedad y la imprevisibilidad a largo plazo significa
hacer lo propio con el conglomerado de errores, casualidades, encuentros
fortuitos, hechos inesperados que constituyen el entramado de nuestra experiencia
vital. Identificar el error con un «no cumplimiento de objetivos
preestablecidos» ouna injerencia de
elementos externos en un proceso representa, en el mundo real, el desconectar
los procesos de las múltiples variantes (no errores, desde esta perspectiva)
que van generando la complejidad o entramado de los sucesos animados e
inanimados (de la vida, en definitiva). Pensemos en nuestra trayectoria
personal ¿en qué medida muchas decisiones profesionales, relaciones amorosas,
de amistad, experiencias vitales, maduración en definitiva, no son el resultado
de conglomerados de errores y aciertos, casualidades que llevaron a otros
trayectos, otras derivas vitales? ¿Serían mejores si hubiésemos establecido
cada uno de los procesos con objetivos predefinidos, y eliminado las
posibilidades de error?[i]
Como colofón al
puñado de ideas planteadas, desarrollé en una serie de dibujos las relaciones
de asimetría que se darían entre una supuesta ciudad analógica, y una ciudad
discreta o digital. Aclarar –si es necesario- que
los presupuestos expuestos sobre la «ciudad discreta» responden a un esquema
abstracto de sus tendencias, y que en buena medida la población no sólo no se
amolda siempre a esos principios, sino que altera a menudo su rigidez
funcionalista, haciendo por ejemplo de los trayectos en Metro experiencias
vitales, ocupando espacios como centros comerciales, plazas, canchas para usos
diversos no preestablecidos, desarrollando iniciativas particulares sobre
espacios vacantes, replicando viejas entidades asociativas barriales,
practicando urbanismo táctico o estratégico más allá del procedimiento oficial.
Todo lo cualinvita a pensar en un necesario
replanteamiento del tipo de técnica que deberemos utilizar para construir
ciudades menos automáticas y más vivas; en la necesidad de redimensionarla
adecuadamente, para que puedan colaborar, y no excluirse, técnicos e individuos
de pie; reduciendo su afán de precisión y de extensión al conjunto urbano; no
separando fines de medios, en la medida en que son realidades indisociables.
[i] En síntesis, en
funciónde las ideas esbozadas, las
cualidades esenciales que caracterizarían esta ciudad “discreta” son las
siguientes:
Funcional o
infraestructural: en la medida en que, como se ha dicho, son los elementos
funcionales (infraestructuras: redes y elementos con una función clara y
distinta), en particular las redes de infraestructuras,los que definen la estructura urbana, y
facilitan su cohesión (en relativa contraposición a las ciudades del pasado, en
que era la propia trama vinculada al territorio, el espacio y los edificios que
lo cerraran el nexo de unión urbana). Una ciudad funcional, en consecuencia, es
en esencia la plasmación de una vida reducida a lo funcional. A actos discretos
e identificables: dormir, trabajar, comer, divertirse, ejercitarse.
Discreta o
cuantificada: en la medida en que opera con información, con energía, con materia,
incluso con individuos claramente identificados y cuantificados; en la medida
en que estos individuos progresivamente se han especializado, siguiendo el
principio de la eficiencia (orientada a un fin) que determina que una variedad
de partes operando autónomamente es más ineficiente que esos elementos
especializados y operando en conjunto dentro de un sistema.
Centralizada: en el sentido de la
inteligencia. La propia especialización de los componentes, en concreto de los
individuos, y la articulación funcional de los mismos, conlleva como efecto la
concentración de la inteligencia, o ente rector, en la medida en que se supone
una única racionalidad como apropiada. Es el trayecto de entidades rurales,
barriales, comunitarias, familiares, relativamente autónomas o autosuficientes,
a la entidad estatal contemporánea, que explica una sociedad dependiente del
organismo administrativo-tecnológico-económico (planificador, administrador,
gestor legal) del que depende, y sobre el cuál no puede influir de forma
autónoma más que, en apariencia al menos, a través de los procesos electivos
periódicos. La ciudad muta, de ser un ente orgánico, a convertirse en una
“máquina social”.
Miguel Gómez Villarino es arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, candidato a doctor actualmente en la temática de Paisaje Urbano por la misma universidad. Trabaja en el Laboratorio de Planificación Territorial de la Universidad Católica de Temuco, Chile. Ha realizado trabajos relacionados con la recuperación de espacios urbanos, infraestructura urbana y proyectos, así como diversas publicaciones e investigación en estas temáticas.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Captura de video Recorrido por el Periférico de México DF (fuente: Ida Roch)
Imagen 02: Conectividad (fuente: Miguel Gómez Villarino)
Imagen 03: Ciudad analógica vs. Ciudad digital (fuente: Miguel Gómez Villarino)
Revista Arquitectura
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