Revista Cultura y Ocio

La ciudad invisible de los clásicos -5-: clásicos frente a románticos

Publicado el 14 octubre 2010 por Franciscogarciajurado
LA CIUDAD INVISIBLE DE LOS CLÁSICOS -5-: CLÁSICOS FRENTE A ROMÁNTICOSContinuamos nuestra serie dedicada a estudiar el devenir del término "clásico" en la Historia cultural europea. Hoy corresponde que nos acerquemos a una de las oposiciones más importantes para entender el paso del término "clásico" a la modernidad: su oposición con "romántico". Madame de Staël (retratada como Corina en la imagen) fue fundamental para la difusión de este nuevo estado de cosas. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

Los clásicos frente a los románticos
Como venimos diciendo, hasta finales del siglo XVIII la Antigüedad grecolatina no recibió de manera categórica la calificación de “clásica” por excelencia. Curtius se refiere a este fenómeno semántico en los términos siguientes:
El que hacia 1800 la Antigüedad grecorromana se haya declarado “clásica” en bloque fue medida afortunada, pero no por ello menos discutible. (Curtius, 1979, p. 354)
De manera parecida lo hace Harry Levin, no en vano lector de Curtius:
Given the staple curriculum of Western education, it is non surprising that the word was then applied collectively to the civilizations of Greece and Rome; what may surprise us is that this application was not current before the nineteenth century. (Levin, 1957, p. 41)
Hasta este momento, la manera más común de referirse a los autores grecolatinos era mediante la etiqueta de “antiguos”, rasgo que, como hemos visto, ya estaba implícito en el propio término “clásico”. La alternativa a los autores “antiguos” era la de los “modernos”, de lo que da cuenta la llamada “Querelle des anciens et des modernes” que se extendió a lo largo de los siglos XVII y XVIII, pero que tiene sus comienzos en las disputas medievales y pre-humanísticas.[1] Este nuevo cambio del sentido de “clásico” tendrá unas consecuencias de gran calado. La vieja oposición entre “clásicos” y “proletarios”, o entre autores buenos y malos, se va a ver profundamente alterada cuando al término “clásico” se le oponga, a comienzos del siglo XIX, un nuevo término, el de “romántico”. Así lo vemos en un libro fundamental escrito por Madame de Staël,[2] su tratado sobre Alemania (1810):
Algunas veces se toma la palabra clásico como sinónimo de perfección. Yo me sirvo allí de otra acepción, considerando la poesía clásica como aquella de los antiguos, y la poesía romántica como la que, de algún modo, se refiere a las tradiciones caballerescas. Esta división se relaciona igualmente a dos edades del mundo: la que ha precedido el establecimiento del cristianismo, y la que lo ha seguido. (Staël, 1991, p. 79)
Esta obra contribuyó decisivamente a la configuración de una novedosa oposición donde “clásico” se confundió básicamente con una forma determinada de valorar el mundo antiguo, precisamente la “clasicista”. Hemos tenido ocasión de ver cómo la nueva caracterización penetra en España a partir de una traducción de la novela Corina, también escrita por Madame de Staël y publicada en España en 1820, coincidiendo con la etapa del llamado Trienio Liberal (1820-23). Su traductor, Juan Ángel Caamaño, dedica a la novela un interesante prólogo[3] que resulta ser uno de los documentos más tempranos de la conciencia del romanticismo en España. El ideal romántico penetró en España por vías diversas, pero encuentra su mejor exponente dentro del prólogo que Caamaño antepone a la novelita de viajes escrita por Madame de Staël, que es donde ya podemos ver configurada claramente la entonces novedosa oposición entre clásicos y románticos:
La voz clásico, como que es una abstracción, puede tener varias acepciones; por tanto, para hablar con juicio de la literatura clásica, y de la romántica, es menester fijar primero el sentido de lo que se quiere dar. Efectivamente, unos la usan como sinónima de perfeccion, y otros la aplican solo á la poesía de los antiguos. En el primer caso, la misma perfeccion consiste, segun ellos, en la rigorosa observancia de las reglas de cierta escuela; en el segundo no se permite mas que imitar á los modelos griegos y latinos (…). He aquí pues la diferencia de las dos literaturas, no clásica y romántica, sinó antigua y moderna: los gentiles lo veian todo en la tierra, los cristianos lo vemos todo en el cielo (…). (Caamaño, 1820, pp. IX y XV)
Dos grandes cambios vienen al calor de este nuevo estado de cosas: el primero de ellos es la nueva valoración, ahora peyorativa, de “clásico” frente a “romántico”; el primer término continúa ligado a lo antiguo, pero esta vez la Antigüedad ya no es sinónimo de lo bueno, frente al nuevo culto que emerge ante lo moderno. En segundo lugar, ya hemos referido que lo clásico ya no se liga a unos autores, sino a una literatura en especial, la grecolatina. Esta nueva situación creará “enmienda a la totalidad” con respecto a los clásicos grecolatinos y la cultura clásica en general ya a mediados del siglo XX, coincidiendo con la propia crisis de la cultura europea tras la Segunda Guerra Mundial.
[1] “Les théologiens médiévaux ont fait divers usages de l’opposition entre «antiqui» et «moderni». Mais la Querelle des Anciens et des Modernes proprement dite, qui connaît son point culminant en France au xviie et au xviiie siècle, commence avec la Renaissance, c’est-à-dire avec Pétrarque (1304-1374)”. (Fumaroli, 2001, p. 7).
[2] Aguiar e Silva (1984, p. 298) explica la génesis y desarrollo del término “clásico”, desde su generalización para hablar sobre los autores que se estudian “en clase” hasta su sentido peyorativo, ya en el siglo XIX, frente al término “romántico”: “A principios del siglo XIX, cuando la vida literaria europea experimenta una metamorfosis profunda, los vocablos «clásico» y «clasicismo» cobraron nuevos matices semánticos y adquirieron progresivamente un significado estético-literario nuevo. Goethe pretende haber sido el primero en lanzar la antinomia clásico-romántico, desarrollada posteriormente por los hermanos Schlegel, y Mme. de Staël, en un capítulo famoso de su obra De l’Allemagne (I, II, cap. XI), expone y fundamenta la distinción entre poesía clásica y poesía romántica. En la oposición clásico-romántico, que en la época romántica se transformó en lugar común, clásico no tiene ningún sentido laudatorio ni el significado de leído y estudiado en las escuelas, sino que más bien designa una estética determinada y determinado bando literario.”
[3] Estudiado pormenorizadamente por Alonso Seoane, 2002.

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