Revista Viajes

La ciudad jamás tomada

Por Moradadelbuho @moradadelbuho

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La ciudad jamás tomada

En la orilla del Río Miño se levantó la más asombrosa construcción realizada jamás por los hombres. Sus muros tan gruesos como cien soldados y sus torres altas como montañas eran un bastión infranqueable para todo aquel que se aventurase a conquistarla.

Muchos reyes intentaron la increíble hazaña en pos de escribir sus nombres en la Historia de la Humanidad y no consiguieron más que arañar algunas de las piedras bajas de la fortificación.

El mito de la fortaleza invencible corrió en boca por el mundo conocido. Las lenguas viperinas divulgaban que en su interior se guardaba uno de los mayores tesoros, tan valioso, que su poseedor podría dominar la tierra. Codiciosos banqueros empeñaron sus bienes para financiar la empresa, pero ellos tampoco tuvieron éxito.

Pronto creció una leyenda en torno a su conquista: “aquel que derrame su sangre para rendir lo irrendible se convertirá en Rey de los Hombres”. Caballeros de diferentes países tatuaron en su pecho estas palabras de gloria que les fueron borradas con su muerte.

La idea de la realización de una epopeya llevó a ingeniosos inventores a crear máquinas de guerra con las que romper sus muros, pero ni siquiera con la ayuda de curtidos generales obtuvieron mayor gloria que antiguas intentonas.

Con el tiempo, la inversión para la conquista del gran logro superó con creces la imaginación de quienes calculaban el valor del tesoro que custodiaba. Los sabios sugirieron el abandono de todo intento y los humanos, que durante siglos concentraron sus energías contra la fortificación, se marcharon como si el sueño no hubiera existido.

En los alrededores del pueblo quedaron los cadáveres de quienes lucharon valientemente contra lo imposible, además de las armaduras y armas de los rincones más dispares del mundo, con sus estandartes y sus orgullos. La vegetación se murió y su ubicación quedó en el olvido como un viejo cuento para asustar a los niños.

-- Esta es la historia del antiguo pueblo fortificado del Miño –. Le dijo el Rey Celso a su hijo Zowi mientras le miraba con recelo.
-- Si padre, quiero que me des permiso para poder ir a buscarla y rendirla en vuestro nombre –. Se inclinó en señal de súplica.
-- Pero hijo, esto no es nada más que habladurías de la gente, viejos cuentos. No te dejes engañar por cosas semejantes?. Tú tienes cosas más importantes que hacer en Palacio. Tú serás el futuro Rey, debes prepararte para ello –. Regañando a Zowi.
-- Lo siento padre, marcharé con o sin tu consentimiento –.
-- ¡Está bien hijo!, veo que eres un cabezón y nadie te quitará esta idea de la cabeza. Te doy 50 hombres –.
Se dio la vuelta y comenzó a andar para marcharse.

Zowi corrió tras su padre e interponiéndose en su camino imploró:
-- ¡Sólo me das 50 hombres para asediar una fortaleza invencible! –.

El viejo Rey Celso lo miró con desdén. El egoísmo de su hijo no le convendría nada cuando tuviese que gobernar, así que, ordenó con su mirada que se apartase y contestó a sus ruegos:
-- No hijo, te doy 50 hombres para que busques algo que no existe. Además (frunciendo el ceño) deberás regresar dentro de 12 lunas a partir del día de tu marcha –.

El Príncipe Zowi aceptó con resignación el ofrecimiento de su padre y marchó en busca de la ciudad del Miño. Encontrar un lugar perdido por el tiempo no era fácil y el mapa que señalaba el camino contenía unos nombres borrados por el pasar de los años.

Lo que anteriormente se llama Lagunas, ahora lo conocían como Lonia, la aldea de las provisiones como Velle y la fortificación del Miño. Siete lunas tardaron en resolver este contratiempo, siete lunas donde la lluvia, las torceduras y las enfermedades no hicieron desfallecer el ímpetu del Príncipe Zowi, que, una vez se halló en la llanura donde poderosos ejércitos prepararon su asalto a la fortaleza, imaginó el rostro de su padre cuando le contara su proeza.

Construyeron su campamento en tres días y planearon el asalto a la fortaleza a la que los años no habían restado esplendor.

Al fin, la mañana del cuarto día, caminaron por la llanura para iniciar el ataque en donde nacería su gloria. Una espesa bruma inundaba su camino como un velo sin transparencia. Apenas veían más allá de su nariz cuando un soldado de su guarnición gritó al ser herido.

Todos corrieron en su ayuda para socorrerle y al llegar, la sorpresa general se transformó en histeria.
-- ¡Se ha clavado una de las lanzas abandonadas en el campo de batalla! –. Dijo un soldado despavorido.
-- ¡Mirad!, el muerto todavía la sostiene –.

La imagen del cadáver momificado sosteniendo la lanza que hería al soldado precipitó la catástrofe. Los demás comenzaron a correr despavoridos por miedo a tener que enfrentarse a un ejército de ultratumba y en su locura, encontraron el mismo triste final que el primero. 50 valerosos hombres muertos a manos de otros hombres muertos.

-- ¡Dios!, ¿que ha pasado? –. Preguntó al cielo el Príncipe Zowi.
-- ¡Inútiles! (continuó), os habéis matado vosotros mismos, pero eso a mi no me sucederá –. Se escuchaban los gritos de los soldados que expiraban su último aliento.

El Príncipe Zowi continuó hacia adelante sin miedo a nada. Pisó esqueletos, escudos y armas y una vez llegó a los muros del pueblo, levantó su espada y gritó:
-- ¡Soy el Príncipe Zowi de Bero y exijo vuestra rendición en nombre del Rey Celso! –. Nadie contestó a su amenaza.
-- ¡Exijo inmediatamente la rendición de la fortaleza! –. Repitió con voz aún más amenazadora.

Unos ladridos de perros se escucharon de entre la niebla. Cada vez se acercaban más fuertes y más graves. Fuertes golpes resonaban sobre el oxidado metal. Parecían ser cientos los que venían a su encuentro.

-- ¿Quién osa a presentar batalla al valeroso Zowi?, ¿Quién? –. Amenazó al aire.

30 perros se abalanzaron sobre el valeroso Príncipe Zowi, quién consiguió dar muerte a 5 de ellos. Los demás mordieron hasta su perdición al joven Príncipe para no dejar ni los huesos.

Para desconocimiento del Príncipe Zowi, la fortificación de Lonia había sido abandonada mucho antes azotada por enormes epidemias. Los perros sólo eran animales que los dueños no quisieron llevar consigo y, sin quererlo, con la muerte del Príncipe Zowi, continuaron con la leyenda de que algún lugar del mundo existió una construcción invencible jamás tomada por ningún otro ejército.

Imagen | Urblog


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