Revista Opinión
La historia de Ceuta tiene mucho de mito. Madrugamos para caminar con calma las murallas reales. El canal abierto por los portugueses convirtió a la ciudad en una isla. Marruecos al fondo. Es festivo y, pese a lo que se anuncia en las puertas, están cerrados los museos; así que nos queda patear la ciudad. Ni los baños árabes ni el museo de la legión. Algunos vinos decadentes. Un vistazo por La casa de los dragones y el Palacio de la Asamblea. Una ciudad llena de recuerdos militares. Los caídos en la campaña de África, quizá la primera y última guerra que España hizo como nación moderna, son recordados en un monolito en la plaza de África. Sólo en Melilla se vive con tanta intensidad la identidad española como aquí. Las fronteras, sitios de identidad difusa, son ideales para reivindicar identidades. No es casual, se lo leí hace años a Jon Juaristi, que gran parte de los inventores de identidades nacionales vengan del limes: Si De Valera nació en Nueva York y era hijo de un asturiano, si Hitler era austriaco, Napoleón corso y si Chamberlain, por poner solo cuatro ejemplos era británico, es que nuestros padres mintieron / eso es todo.