Revista Viajes

La ciudad sin alma

Por Noeargar
Salvador de Bahia, Brasil. 1 de abril 2012

La ciudad sin alma
Descompuestas urbes africanas, caóticas megalópolis asiáticas, efectivas ciudades oceánicas, cuadriculadas capitales sudamericanas... Inevitablemente en nuestro largo viaje hemos visitado muchas ciudades, grandes metrópolis, urbes que sirven de cobijo a millones de personas, grandes monstruos que se expanden como una mancha de aceite en el territorio. Todas sin excepción con inmensos problemas inherentes a una gran acumulación humana  pero de alguna forma todas dotadas de su propio carácter y aroma. Todas con virtudes y desventajas, todas diferentes y de algún modo iguales, todas excepto Brasilia.

Una ciudad es un complejo sistema en donde conviven pequeñas grandezas junto a las más absolutas miserias que tan solo son posibles aquí, en su hábitat natural. Un sistema vivo que se conforma por adición necesitando de un proceso lento de consolidación para su adecuado moldeado, por eso la construcción de una nueva ciudad desde un planteamiento unitario con el objetivo de resolver los problemas asociados a la ciudad tradicional, aquella modelada por el tiempo y la adición, es una de esas raras oportunidades que se plantean en la historia.


Ejemplos como los de las ciudades de Washington y Camberra  que a finales del XVIII y principios del XIX respectivamente surgieron como símbolo de un nuevo pais, o en las más recientes de Putrajaya en Malasia, Naypyidaw en Birmania o las decenas de ciudades fantasmas de la nueva China componen el variopinto catálogo de nuevas ciudades, pero son sin duda las surgidas en las décadas de los 50 y 60 bajo el empuje del modernismo donde se encuentran los ejemplos más notables. La finlandesa Rovaniemi de Alvar Aalto, La india Chandigard de Le Corbusier y sin duda el ejemplo más potente y representativo de nueva ciudad; Brasilia.


Brasilia, construida en tan solo tres años, nació bajo el impulso de Juscelino Kubitschek, la concepción de Lucio Costa, la arquitectura de Oscar Niemeyer y el pasiajismo de Roberto Burle Max. La nueva ciudad utópica bajo premisas socialistas en busca del igualitarismo fue inaugurada un 21 de abril de 1960. Según imaginó Kubitschek, la ciudad alojaría a una sociedad “abierta” sin distinción de clases sociales.


El planteamiento inicial de la ciudad, el llamado “plano piloto” –diseñado para albergar a medio millón de habitantes-, se concibió bajo los preceptos de la Carta de Atenas por la cual se definía la ciudad ideal. Residencias ventiladas junto a grandes espacios verdes, sectorización de usos y división de circulación rodada y peatonal. Con forma de arco y flecha, comúnmente asociado a la forma de un avión, Lucio Costa generó una ciudad de amplias avenidas y estricta zonificación (zonas de hoteles, embajadas, militares, talleres...). En el centro de la ciudad un gran eje monumental cargado de simbolismo en el que dispuso los edificios gubernamentales. A ambos lados de la gran avenida dos alas, divididas estas a su vez en “supermanzanas”. Unidades vecinales que en grupos de cuatro se conformaban como barrios autodependientes con todos los servicios y equipamientos básicos.


Pero del lenguaje ambiguo y retórico de la arquitectura modernista, de la teoría y el papel surgió una realidad alejada de la ciudad ideal soñada. Por un lado, los factores socio-económicos y políticos de la época degeneraron en trabas y limitaciones no previstas en el plan; acabada la construcción de la ciudad millares de trabajadores –hasta llegar a casi el millón y medio actual- se asentaron en la periferia, creando las llamadas ciudades satélites. El igualitarismo pretendido degeneró en una notoria desigualdad, los burócratas y legisladores ocuparon las “supermanzanas” rodeados de servicios mientras los chóferes y peones acabarían viviendo en las favelas rodeados de rejas e inseguridad. Por otro lado, la pretendida regulación de la sociedad, todo aquello sobre lo que se había teorizado, pronto se reveló impreciso. Dotando a la ciudad no tan solo de los problemas inherente de cualquier ciudad derivados del desorden y el azar, si no de nuevos como consecuencia directa del orden y la suposición.


Al dar un paseo por la ciudad, no resulta complicado notar que algo, en este planteamiento medido y matemático, falló. Brasilia es una ciudad construida para el automóvil, no para el peatón, donde resulta extremadamente complicado desplazarse a pie. Un paisaje compuesto por grandes autopistas en el que apenas poder refugiarse de la sombra, cruces subterráneos, sectorización de usos y escasez de referencias a la que nada ayuda el nombre matemático de las calles. Uno tiene la sensación de moverse por una gran maqueta, curiosa para el visitante, infernal para el residente. Las homogéneas “supermanzanas”, pieza clave de toda la ordenación de la ciudad, presentan un aspecto antagónico al que concibieron sus creadores, de un lugar de socialización a lugares fríos y desolados, desprovistos de cualquier vida urbana y nula interacción social. Las zonas residenciales carecen de muchos comercios, en las áreas comerciales nadie vive, y en las administrativas solamente se trabaja. No existen multitudes en la calle, nadie pasea, es una ciudad vacía, sin alma.


Brasilia es una ciudad extraña carente de "esa mezcla caprichosa de las calles, imprevista y tan cautivadora” donde se ha organizado "de forma demasiado rígida la vida de sus habitantes" y ahora da la sensación de ser incapaz de adaptarse a cualquier cambio. Un planteamiento potente, eficaz y rígido -su mayor virtud y el mayor de sus problemas- con el que los arquitectos de Brasilia intentaron dar respuestas a los problemas de toda gran ciudad, hubieron muchos errores -algunos generados por la construcción en tan breve espacio de tiempo de tan colosal obra-, también hubieron algunos aciertos. Planearon una nueva ciudad basada en la movilidad, funcionalidad e igualdad, pero erraron en lo más importante, la condición humana. Eso no se puede planificar.

“Hoy en día se critica a Brasilia, se la acusa de ser inhumana, fría, impersonal. Vacía, en suma. Pero los que la critican no lo conocen. Pregunte a aquéllos que tienen familia e hijos. A ellos les gusta vivir en Brasilia. Ignoran lo que es la agitación de las grandes aglomeraciones urbanas. Los espacios son amplios, las avenidas están bordeadas de árboles. La luz del cielo apacigua los ánimos. El genio de Lucio Costa ha hecho de la nueva capital un modelo de urbanismo. En lo que a mí respecta, me limité a ser el autor de los principales monumentos de la ciudad No es culpa nuestra si se ha convertido en víctima de las injusticias de la sociedad capitalista.”
Oscar Niemeyer. Entrevista en “El correo de la UNESCO” 1992
“Quienes quieren criticar a Brasilia cuentan con muy pocos argumentos. En primer lugar, porque fue fantástico construir una ciudad en tres años. Y, en segundo, porque a quien vaya a Brasilia podrán gustarle o no los palacios, pero no podrá decir que vio antes algo parecido. Y es que la arquitectura es eso: invención.”

Oscar Niemeyer. Entrevista a la BBC 2001


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