Revista Cultura y Ocio
Título original : A cidade sitiada
Año de publicación : 1949
Año de esta publicación : 1964
Editora : José Alvaro Editor
Esta obra de Clarice Lispector se me hizo un libro difícil. Difícil porque a diferencia de “Agua viva” leída anteriormente esta obra está llena de puntos, de frases cortas que desde el inicio no permiten arrancar de una vez con la historia, no fluye como aquella otra obra mencionada. Está escrita de una manera diferente, que te hace parar y pensar en las dudas de Lucrécia Neves, una mujer simple pero bella, de una todavía más simple ciudad -que parece más un poblado- brasileño, São Geraldo, quien aunque no lleve consigo alguna certeza casi por instinto sabe con cuál hombre debe estar finalmente, así en su vida se van alternando el teniente Felipe, a quien ella adoraba verlo en uniforme, antiguo fetiche femenino; Mateus Correia, viejo y próspero comerciante del poblado; Perseu Maria, un tipo despreocupado con la vida, a quien le da igual pobreza o riqueza, un sí o un no, que de aventurero sólo tiene aquel nombre mitológico; el doctor Lucas, quien la hará pisar tierra con sus desencuentros; claro, todo con previos coqueteos y efímeros affaires que por momentos me sacan del sopor en el que envuelve las páginas iniciales de esta lectura. Pero aunque se me hizo difícil el digerir esta obra reconozco que puede ser una virtud de Lispector: transmitir la modorra y simpleza de sus personajes al inicio del libro, sobre todo de Lucrécia quien al final es la analogía de su pacata ciudad, São Geraldo, tan chiquita, tan poquita cosa, tan insignificante, pero conforme la historia se va desarrollando la trama fluye cada vez más a la par con la llegada de la modernidad a la ciudad.
La historia está ambientada en la década de los años 20’s del siglo pasado, es una trama linear escrita en tercera persona a la que hay que tenerle una paciencia especial. Imposible –para mí- leerla en cualquier lugar a no ser el viejo sofá de casa. Yo tengo una predilección por escritoras, cantoras, pintoras…, por mujeres, creo que siempre la tuvieron –incluso en estos tiempos muchas todavía “la tienen”- difícil, y Clarice Lispector no fue la excepción: tras llegar a un país totalmente diferente del suyo, hacer suya una lengua tan diferente a la materna y dominarla al punto de encandilar a muchos –y en toda Latinoamérica- y despertar la envidia en otros tantos, ella parecía contar con un invisible impermeable que la hacía impune a los muchos elogios que podría confundir a cualquier joven escritor, y también a mucha crítica que podría devastar a otros tantos. Y Lucrécia tiene mucho de Clarice, una mujer que a su propia manera no deja de intentar sobresalir en su vida, casi por instinto, como si el marasmo de sus vecinos la incomodara, y como si no fuera poco ser mujer en aquel tiempo, siendo señalada y mal vista hasta por algunas de su propio género, cuando hay tanto amor por dar y recibir; tanto en la realidad como en la ficción, si Dios existe tiene que ser mujer.
Aunque sigo pensando que la mejor manera de conocer un autor sea la cronológica, comenzar a conocer a Clarice Lispector por esta, su tercera novela, es un tanto peligroso, podría pasar desapercibida la grandeza de una escritora que se adelantó a su tiempo, y aunque por momentos es muy introspectiva –lo que torna interesante conocer de esa manera tan peculiar a los personajes- en esta obra no llega a persuadir, no transmite esa potencia, aquella furia de la cual hace derroche en “Agua viva” donde te cachetea y te revuelca y te vuelve a samaquear, aquí es algo más soso, de una trama incluso endeble, y un final al que llegas sintiendo un alivio (no me gusta dejar un libro por la mitad: tantos libros por leer y yo anclado aquí, ése era mi sentimiento) de poder agarrar algún otro libro que te haga realmente viajar. Disculpa Clarice, pero si te hubiera conocido con esta obra, no me hubiera enamorado de ti.