por Ramiro Aznar Ballarín
Desde hace unos meses recito la definición de desarrollo sostenible como si fuese el Padre Nuestro ecológico o el Ave María ambiental, "un desarrollo que satisfaga las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades". Además de este credo, representaciones de la Santísima Trinidad inundan mis lecturas, el utópico equilibrio entre el triángulo formado por lo social, lo económico y lo ambiental. Según esta interpretación, el desarrollo sostenible es, por tanto, un objetivo, un fin, una meta.
En este contexto, el planeamiento urbano serviría para diseñar la ciudad sostenible, y los urbanistas serían los encargados de encontrar el equilibrio formado por el conflicto entre la interacción de estas tres dimensiones. Ríos de tinta se han escrito sobre cómo debe ser una ciudad sostenible, de especial mención es el debate en torno a la forma. Aquí es donde se yergue altiva y orgullosa la ciudad compacta.
Esto que para mí era como un credo, es desvaneció hace un par de noches. Por fin encontré una idea de desarrollo sostenible en el que la contingencia juega un papel crucial: "un desarrollo que satisfaga las elecciones del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de realizar sus propias elecciones". Una definición que entiende la sostenibilidad como proceso no como objetivo. Un proceso de continuo cambio, adaptación, coevolución y resiliencia. "Uno no puede olvidar el hecho de que la forma es tanto la estructura que moldea el proceso y la estructura que emerge del mismo".
En términos urbanos esto se traduce en, primero, crear opciones para el futuro, y segundo, explotar las potencialidades heredadas dentro del tejido urbano. El plan urbano, por tanto, establecería un principio, no un final. La metodología estaría basada en una toma de decisiones flexible y cambiante, que promoviese la participación ciudadana y en constante revisión. Así, la ciudad sostenible abrazaría la contingencia, la multiplicidad, la elección. En este sentido, el debate sobre la forma carece de sentido. Por el contrario, la cuestión reside en si los procesos que emergen de lo urbano y la dinámica de vida en la urbe, tales como el consumo y la producción ( metabolismo urbano) y con relación a sus ecosistemas que la mantienen son sostenibles. "If the city is to survive, process must have the final word. In the end the urban truth is in the flow".
No me lo podía creer, ¡una teoría que encajaba con mi visión de lasposibles Pottervilles! He de decir que me sentí como el Wallace de Darwin. Ya no rezo por las noches en el nombre del equilibrio, el triángulo mágico, la balanza, la ciudad compacta... No intento escalar un monte improbable, más bien me deslizo por un paisaje adaptativo. Una vez más estoy abierto a la contingencia, al azar y a la necesidad.
Para más información consultar:
Campbell (1996). Green Cities, Growing Cities, Just Cities? Urban Planning and the Contradictions of Sustainable Development. APA Journal 62(3): 296-312.
Durack (2001). Village Vices: The Contradiction of New Urbanism and Sustainability. Places: 14(2): 64-69.
Neuman (2005). The Compact City Fallacy. J. of Plann. Education and Research 25: 11-26.
Wheeler & Beatley (2003). The Sustainable Urban Development Reader. 2nd Edition.