No es que sea yo “el abuelo cebolleta”, ni me llega la edad ni las ganas de serlo, pero soy afortunado por haber nacido hace unas décadas en un pueblo (bueno, ciudad pequeña, no se me vayan a enfadar) y vivir esos días en los que saltábamos del cole a la calle a jugar a mil cosas, que ahora estarían prohibidas por peligrosas, sin que nuestros padres nos pusiesen un GPS en la oreja. Jugábamos sin temor a que nos pase algo que no sea la colleja que nos podíamos llevar cuando le rompíamos el jarrón a la vecina de un balonazo mal dirigido. Jugábamos como si no hubiese un mañana, con la única interrupción de algún coche que pasaba y que nos hacía apartarnos un momentín (no sin antes ponernos a saltar ante él al grito de “el que no pita no pasa”, por supuesto). Era una época sin relojes “inteligentes”, vivíamos el presente, sin apenas deberes porque en el cole no se ensañaban. Era un tiempo en el que para hablar con alguien te acercabas a la puerta de su casa, llamabas y probabas suerte. No estábamos gordos aunque comíamos “Phosquitos”, simplemente porque no parábamos un segundo. Con el buen tiempo vivíamos en la calle, jugábamos con palos y columpios de hierro oxidado pero, oye, aquí estamos y creo que tan cerriles no hemos salido.
¿Y a santo de qué os estoy soltando todo esto? Pues resulta que hará unos días aterrizó en España para asistir a unas jornadas sobre “Infancia y ciudad” una de esas eminencias que, por sensato y modesto no parecen serlo. Me refiero a Francesco Tonucci (Frato para los amigos) quién se sorprendía al ver que aquí
Vivimos en ciudades muy organizadas (excepto cuando llueve que se arman unos cirios antológicos) que
Los niños necesitan jugar y moverse sin guardaespaldas, necesitan liberar su energía. Nos quejamos que andan un tanto fofos y blandengues o que se han disparado los casos de déficit de atención (TDA/H según diría la psicopedagoga @vanepuig) pero no conseguimos que puedan jugar sin ser víctimas de todos los miedos y fobias que les hemos creado.
Sin darnos cuenta estamos cortando las alas a nuestros hijos. Continuamos empeñados en que se dediquen a


