Revista Cultura y Ocio

La ciudad y los perros: lo más oscuro de la virilidad militar

Publicado el 12 septiembre 2024 por Johnny Zuri @johnnyzuri
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“La ciudad y los perros” destapa los rincones más oscuros de la virilidad militar

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, desnudó en “La ciudad y los perros” los engranajes corrosivos de la disciplina militar. Publicada en 1962, esta obra puso a la sociedad peruana frente a un espejo incómodo, donde la violencia, el fanatismo y la represión desdibujan los límites de la humanidad en nombre de una supuesta virilidad. En las entrañas del Colegio Militar Leoncio Prado, no solo se educa a futuros soldados, sino que se siembra el germen de un machismo feroz y destructivo, una lección que resuena más allá de las paredes castrenses.

La virilidad castrense y el puño de hierro: una fórmula explosiva

No es casual que el escenario central de esta novela sea un colegio militar, un microcosmos que encarna las tensiones de poder y masculinidad. En este lugar, los jóvenes cadetes aprenden que demostrar virilidad no es opcional; es una obligación que va mucho más allá de los ejercicios físicos. La “virilidad” se convierte en sinónimo de agresión, de un poder implacable que deshumaniza tanto a víctimas como a victimarios. La brutalidad es la moneda de cambio, y aquellos que no la adoptan rápidamente, como Ricardo Arana, apodado “el Esclavo”, quedan relegados al último eslabón de la cadena alimenticia militar.

Prejuicios de raza y clase: el verdadero campo de batalla

El Leoncio Prado no es solo un bastión de la violencia física, sino también un escenario donde los prejuicios de raza y clase florecen bajo la sombra del autoritarismo. Los jóvenes cadetes provienen de diversas realidades sociales y, en ese crisol, Vargas Llosa denuncia las fracturas sociales que atraviesan la sociedad peruana. Los personajes de “La ciudad y los perros” no solo pelean entre sí por ganar su lugar en la jerarquía militar, sino que se enfrentan a la humillación de pertenecer a la “raza equivocada” o a la clase social menos favorecida.

Es en este sentido que Vargas Llosa apunta con una puntería precisa a las estructuras de poder, no solo militares, sino también civiles, que sostienen y perpetúan las diferencias sociales en Perú. El autor presenta el colegio como un espejo que refleja la corrupción y el racismo latente en la sociedad, elementos que no desaparecen, sino que se institucionalizan.

La ciudad y los perros
de Mario Vargas Llosa. AQUÍ

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Fanatismo juvenil y violencia: una peligrosa alquimia

Uno de los aspectos más perturbadores de la novela es cómo Vargas Llosa explora el fanatismo juvenil y su relación con la violencia. Los jóvenes, enfrentados a la rígida disciplina del colegio, terminan por canalizar sus frustraciones en actos extremos de crueldad. El personaje de “el Jaguar”, por ejemplo, representa el arquetipo del joven que, al absorber los valores retorcidos del sistema militar, se convierte en un vehículo de la violencia más despiadada.

Esta combinación de juventud y violencia no es exclusiva de la obra de Vargas Llosa. Se puede trazar un paralelismo con otras grandes obras de la literatura latinoamericana del siglo XX, como “El reino de este mundo” de Alejo Carpentier o “Los de abajo” de Mariano Azuela, donde también se explora cómo los contextos de opresión política y social moldean a los jóvenes hacia el fanatismo y el uso de la fuerza. Vargas Llosa plantea una cuestión inquietante: ¿cómo puede una sociedad condenada por la violencia esperar generar generaciones que construyan algo diferente?

La censura franquista y su relación con “La ciudad y los perros”

Al abordar la publicación de “La ciudad y los perros”, no se puede ignorar el contexto político internacional en el que la obra fue recibida. La censura franquista, que imponía un férreo control sobre las manifestaciones culturales en España, se enfrentó a una novela que no solo criticaba las instituciones militares peruanas, sino que contenía una crítica implícita a todas las formas de autoritarismo. Aunque el régimen de Franco no pudo evitar su publicación, la obra fue duramente criticada por sectores conservadores que veían en ella una amenaza a los valores tradicionales que intentaban preservar.

Es precisamente en esa crítica, no solo hacia el sistema militar peruano sino hacia cualquier sistema opresivo, donde “La ciudad y los perros” trasciende su contexto nacional para convertirse en una obra universal. Vargas Llosa traza una línea invisible pero poderosa que une las experiencias de opresión en Perú con las de otros países que vivían bajo regímenes dictatoriales o autoritarios.

El espejo roto de la homofobia

Otro aspecto que no puede dejarse de lado es la representación de la homofobia en la novela. En el Colegio Militar Leoncio Prado, cualquier atisbo de sensibilidad o afecto es inmediatamente interpretado como una señal de debilidad, y por ende, de feminidad. Vargas Llosa pinta con precisión la homofobia estructural que permea el ambiente del colegio, donde ser etiquetado como “afeminado” o “maricón” es uno de los peores castigos sociales.

La homofobia se transforma en un mecanismo de control, donde los cadetes se ven obligados a reprimir cualquier emoción que pueda interpretarse como una amenaza a su masculinidad. Este miedo constante a ser visto como “menos hombre” alimenta una atmósfera de violencia que anula cualquier posibilidad de redención emocional para los personajes.

Violencia literaria: comparaciones con otros autores latinoamericanos

No es raro que “La ciudad y los perros” sea comparada con otras obras de la literatura latinoamericana que abordan la brutalidad. La crudeza con la que Vargas Llosa describe los abusos en el colegio militar recuerda a la representación de la violencia en novelas como “Pedro Páramo” de Juan Rulfo o “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Sin embargo, Vargas Llosa se distingue por no envolverse en el realismo mágico que caracteriza a otros autores de su generación. Su mirada es más quirúrgica, más realista, sin adornos ni mitificaciones. Es una violencia tangible, cercana, que duele porque es reconocible en la vida cotidiana de muchas sociedades latinoamericanas.

La juventud perdida: ¿Hay esperanza en la brutalidad?

¿Qué nos dice Vargas Llosa sobre el futuro de estos jóvenes? Al final de la novela, la esperanza parece ser una moneda tan escasa como la justicia en el colegio. Los personajes, habiendo sido moldeados por un sistema opresivo, parecen destinados a perpetuar el ciclo de violencia del que han sido víctimas. El “Poeta” y “el Esclavo” quedan como símbolos de una juventud que intenta, de alguna manera, escapar de esa maquinaria de destrucción, pero que al final es absorbida por el sistema.

Vargas Llosa nos invita a reflexionar: ¿es posible romper con la brutalidad cuando esta se ha incrustado en las estructuras más profundas de una sociedad? O peor aún, ¿qué tipo de sociedad se construye sobre los cadáveres emocionales de su juventud?


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