Revista Opinión
Publicado en el diario Hoy, 13 de mayo de 2011
Estamos en periodo preelectoral. Se abre la veda. Cualquier presa que se ponga a tiro, acabará en la cazuela del adversario. No hay reglas. Solo puede quedar uno. No sé si recordarán de aquel anuncio de zumo que aseguraba que, a diferencia suya, la competencia ofrecía lo que no daba: agua por naranjas. Algunos partidos parecen convencidos de que este tipo de publicidad desleal con el oponente es una excelente arma electoralista. Ya en las anteriores catalanas habíamos asistido al uso de estrategias extraídas de la narrativa y la puesta en escena de los reality en la televisión basura. Vídeos virales lanzados por una supuesta mano inocente, que después eran desmentidos o eliminados para excusar su sospechosa moralidad. Maniobra de parvulario: ¡uy, se me escapado, perdón!; yo no quise faltar el respeto. Lo retiro.
La Junta Electoral ha juzgado conveniente que maniobras de este tipo queden fuera del juego electoral. El pepé se ha visto obligado a quitar unos carteles en los que acusa explícitamente al pesoe del paro y del terrorismo. Dicho esto, quizá algunos lectores se sorprendan de la decisión de la junta, e incluso vean justas tales incriminaciones. Pero la cosa no se queda aquí; a esta imputación se suma una clara intención de escarnio, un agravante que convierte esta publicidad en un insulto insidioso, de mal gusto e insultante a la inteligencia de la ciudadanía. Junto al eslogan del cartel aparece la imagen del aspirante a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez, y el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, riéndose a pierna suelta de las desgracias del pueblo.
La cartelería ha sido eliminada, pero el daño está hecho. El objetivo: minar la confianza, regodearse en la debilidad, atacando a la persona y no a los hechos o las ideas. Es una táctica de guerrilla; nos camuflamos, atacamos con rapidez a la yugular y después nos ocultamos de nuevo en la espesura mediática. Es la falacia ofensiva (ad hominem) que pretende argumentar a su favor desacreditando la moral del adversario, insultando, afirmando a priori que el otro es un ser despreciable, infame, que busca intencionadamente la ruina de los ciudadanos. Algunos políticos confían en que este tipo de publicidad cale en el votante, exorcizando su indignación a causa de la situación de crisis que vive el país. Una vez más, una maniobra de parvulario: meter cizaña, introducir el desconsuelo, las sospechas, hundir la imagen social del oponente.
La pregunta es: ¿somos tan ingenuos los ciudadanos? Quizá sí, quizá necesitemos al cizañero para que nos consuele, para que expíe nuestro cabreo. Unos reirán la gracia, como el tonto se ahoga en su estupidez. Otros, aquellos que son cómplices, aliados del infamador, avivarán la mofa, pedirán más sangre sobre la arena política. Aunque intuyo que la mayoría, defraudados, sentirán vergüenza ajena por la falta de honradez profesional de algunos de nuestros representantes. Estos ciudadanos se preguntarán si la democracia que les estamos dejando a nuestros hijos se está convirtiendo en una extensión de la televisión basura, en una comedia bufa (drama jocoso, más bien), sazonada de sal gorda y placebo, alimento del incauto y el resentido. Si merece la pena seguir creyendo en el orden democrático y sus instituciones. Si el 22 de mayo tendremos de veras una razón para votar.
El orden de los factores sí afecta al producto. No todo vale. Ningún fin puede justificar medios infames, y menos aún en política, donde la credibilidad del sistema se apoya sobre la legitimidad moral de nuestros representantes, sobre la promesa de esperanzas en las que muchos ciudadanos se juegan su futuro. La ciudadanía está cansada de juegos de magia, de pelotudos de ancha sonrisa y doble moral, estafadores de lo que no es suyo. La ciudadanía demanda transparencia y honestidad, nada más. Aunque algunos políticos confían en que la ciudadanía tenga memoria de pez, a la larga, cualquier intento de engañar al electorado con artimañas de bufón, se paga caro. Y lo peor de todo, debilita nuestra confianza en la democracia. Ustedes dirán.
Ramón Besonías Román