Revista Cultura y Ocio
Las sorpresas, a partir de cierto momento de la vida, suelen ser malas. Sin embargo, mi experiencia de este año con un grupo de primero del grado de inglés al que vengo dando clase estas últimas semanas está siendo una grata sorpresa. Estamos estudiando el ciclo troyano en mitología, en realidad estamos leyendo despacio, más bien recreándonos, con la Iliada, la Odisea y la Eneida. Hoy, al hilo de la caída de Troya, tocaba hablar sobre las soluciones inesperadas, sobre la inquebrantable fe en la vida. POR FRANCISCO GARCÍA JURADOEneas cuenta, avanzado ya el libro segundo de la Eneida, que él mismo, con sus propios ojos, vio cómo el griego Pirro mataba al anciano rey de Troya, Príamo, tras haberle sometido a la crueldad indescriptible de presenciar primero la muerte de uno de sus hijos. Esta escena me ha recordado el mismo castigo que unos versos antes había sufrido Laoconte a manos de un monstruo gigantesco, que primero acabó con la vida de sus dos hijos. Me sorprende, y delante de mis alumnos he sido aún más evidente, un pequeño detalle. En ese momento, Eneas, al presenciar la muerte de Príamo, se acuerda de su propio padre y decide acudir a su lado. En este momento comienza a cambiar, casi sin percibirlo, el curso de los acontecimientos. Hasta ese momento, la única salida digna para Eneas y los suyos era la muerte digna, es decir, encontrar las muerte tras haber matado a unos cuantos enemigos: una forma de convertir la derrota en victoria honrosa. Pero poco a poco la perspectiva cambia. No sabemos si es una interpolación, pero de camino al encuentro de su padre Eneas se encuentra con Helena, a quien desea matar. En ese momento, la madre de Eneas, Venus, se aparece en forma divina y aconseja a Eneas que la deje, que perdone tanto a Helena como a Paris, pues la culpa de la destrucción de Troya no es de ellos, sino de los dioses. Aconseja Venus a Eneas que vaya en busca de su padre, su esposa y su hijo. En este momento, presenciamos uno de esos momentos en que se produce el milagro de lo positivo, la esperanza, frente a la destrucción. Es algo parecido al momento en que Príamo, en la Ilíada, acudió a la tienda de Aquiles a rogar que éste le devolviera el cadáver de su hijo, a lo que Aquiles accede en un acto de piedad. También aquí, en la Eneida, surge la esperanza en medio de tanta destrucción, precisamente cuando Eneas vuelve a encontrarse con los suyos y una serie de señales divinas les indica cuál va a ser su destino. Cuando la destrucción nos rodea, a menudo cuesta pensar en el futuro, en la esperanza y la ilusión. Esta forma de sentir, de descreimiento del porvenir, nos sitúa en una disposición adecuada para aceptar, llegado el caso, la esperanza. Esta ha sido hoy la lección que la Eneida nos ha brindado. Mis alumnos de mitología son muy jóvenes, y esto les confiere a menudo una capacidad de asombro que me conmueve. Creo que nos sentimos a gusto en clase, sobre todo porque están dispuestos a aceptar reflexiones que nos llevan del pasado al presente y del presente al futuro. Espero, lo necesito, que el futuro que les aguarde sea digno de su interés y su atención. FRANCISCO GARCÍA JURADO