Fuente: Olmedo Beluche enAdital
La salida ideal, y tal vez la única, es que salga de un Gran Acuerdo Político Sindical y Popular para lanzar una alternativa política en 2014.
Un acuerdo que puede y debe surgir de las organizaciones sindicales y los movimientos sociales e indígenas En 1847, cuando redactaron El Manifiesto Comunista, Carlos Marx y Federico Engels, señalaron que el proceso de formación de la conciencia de la clase trabajadora pasa por una serie de etapas. Al principio, cuando el trabajador carece de conciencia de clase, no comprende bien la causa de sus penurias en la sociedad capitalista, no comprende la naturaleza de la explotación a la que es sometido y muchas veces atribuye a otros trabajadores (con quienes compite) o a las máquinas, sus bajos salarios y sus malas condiciones de empleo (o desempleo).
Pero los trabajadores adquieren en el proceso un primer nivel de conciencia (“Conciencia en sí”, le llaman), cuando descubren que es la clase capitalista (los patrones) la que extrae riqueza de su trabajo y que, junto a sus compañeros, constituye una clase explotada por el capital. Este primer nivel de la conciencia de los trabajadores se materializa en la formación de los sindicatos para luchar juntos, como clase, por la defensa y mejora de sus condiciones de trabajo.
En la lucha sindical los trabajadores van descubriendo que cada conquista laboral que logran (por ejemplo aumentos salariales) es efímera porque el capital, que controla todos los resortes de la sociedad, anula o arranca estas conquistas por otras vías, como la subida incesante de los precios o la imposición de leyes antiobreras. Entonces es cuando la conciencia obrera está en condiciones de alcanzar el siguiente nivel, el más elevado (“Conciencia para sí”, le llamaron Marx y Engels) porque cae en cuenta que su situación no resolverá mientras los capitalistas detenten el poder político. Es cuando la clase trabajadora descubre que, para cambiar sus miserias, debe organizarse en partido político de clase y proponerse tomar el poder, desplazando a los capitalistas de él, para organizar la sociedad en función de los intereses de la mayoría, que es la propia clase trabajadora.
En Europa y Estados Unidos, durante el siglo XIX, los trabajadores lucharon paralelamente por derechos laborales (como las 8 horas de trabajo) y por los derechos políticos, como el voto universal (masculino, primero, y femenino, después) y el derecho a organizar partidos obreros. La lucha del “Cartismo” en Inglaterra, por el derecho al voto para los trabajadores; en Alemania por la legalización del Partido Socialdemócrata; contra la esclavitud en EE UU, prueban que muchas de los derechos democráticos básicos aceptados hoy día fueron conquistados e impuestos por la clase obrera y no dádivas de los empresarios. Por eso es falso identificar democracia con capitalismo.
Al margen de que ha habido distintos tipos de partidos obreros, unos revolucionarios, por cuanto postulan la necesidad de una revolución social para cambiar la sociedad; y otros reformistas, porque postulan transformaciones paulatinas en el marco legal, la mayoría han sido concientes de aprovechar los procesos electorales, en los que está a la orden del día el quién y para qué debe gobernar, como una forma de ayudar a la formación de la conciencia de la clase trabajadora.
Un poco de historia
En Panamá ambos procesos de organización y conciencia tienen una larga tradición. Los primeros sindicatos llegaron de la mano de la modernización de la zona de tránsito en el siglo XIX, con la construcción del ferrocarril. La primera huelga en el Istmo data de 1857. Luis Navas (El movimiento obrero de Panamá, 1880-1914 (1979)), señala que para fines del siglo XIX ya existían sindicatos en las plantaciones bananeras al igual que durante la construcción del canal por Estados Unidos, produciéndose varias huelgas. La Revolución Rusa de 1917 tuvo repercusiones en Panamá y bajo su influjo surgió el primer partido clasista (El Grupo Comunista) y la primera central sindical (Sindicato General de Trabajadores), dirigidos ambos por Blásquez de Pedro, obrero español emigrado al Istmo, quien también fue dirigente de la Huelga Inquilinaria de 1925.
En los años 30, dirigentes sindicales como Cristóbal Segundo y Domingo H. Turner fundaron el Partido Comunista. Por otro lado, Demetrio Porras junto a Diógenes De la Rosa fundaron el Partido Socialista, llegando el primero a ser electo diputado en 1932, 1940 y 1945. El Partido Comunista cambió su nombre a Partido del Pueblo en los años 40, participando menos de procesos electorales y si en la organización de sindicatos clasistas, con líderes como Marta Matamoros y Ángel Gómez. Incluso las luchas estudiantiles de los años 40, que permitieron el surgimiento de la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP) maduraron hasta conformar un partido político: el Frente Patriótico de la Juventud.
En los años 60, los partidos que se reclamaban de la clase trabajadora eran varios, dirigiendo las importantes huelgas de este periodo de la naciente clase obrera industrial y las luchas por la soberanía (como el 9 de Enero de 1964). Aunque sólo lograron registro electoral el Partido Socialista, dirigido por Carlos I. Zúñiga (abogado del sindicato bananero) y Fabián Echevers; y el partido Vanguardia de Acción Nacional (VAN) de Jorge Turner. Bajo el régimen militar, en las elecciones presidenciales de 1984, participaron varios partidos clasistas: el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que postuló al dirigente campesino Ricardo Barría; el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que postuló al Dr. José Renán Esquivel; y el Partido del Pueblo, que postuló al abogado laboralista Carlos Del Cid. Incluso Carlos I. Zúñiga constituyó un partido socialdemócrata, el PAPO.
La oligarquía panameña y sus leyes antidemocráticas
La burguesía panameña siempre ha sido conciente del peligro que representa para sus intereses que los trabajadores se organicen en sus propios partidos y se postulen para ser gobierno, por ello ha procurado mantener Códigos Electorales que con diversas trampas procuran impedir el registro legal de los partidos de la clase trabajadora para mantener el monopolio exclusivo del poder político. Por ello, aunque en Panamá desde hace cien años existen partidos o movimientos políticos obreristas, no han podido participar de la mayoría de los procesos electorales. En muchas ocasiones la táctica de la burguesía ha sido impedir el registro legal de estos partidos, para luego proponerles a los líderes populares y sindicales postularles en sus partidos patronales, de modo que canaliza sus votos y les aplican el “abrazo del oso” cooptando o comprando a muchos dirigentes a la vez que los neutralizan.
Esa estrategia de absorción de dirigentes sindicales fue aplicada en la década del 30 por la fracción liberal de Francisco Arias Paredes; en la Constituyente de 1945; en las elecciones del 48 con los dirigentes estudiantiles; en los años 60 por liberales y arnulfistas; y más recientemente por el PRD y otros partidos controlados por los empresarios que se han nutrido del prestigio de dirigentes populares para luego usarlos a su favor, comprarlos y “quemarlos”.
El Código Electoral panameño nunca fue tan antidemocrático como el actual, nacido de las cenizas de la invasión norteamericana de 1989, fue redactado para imponer un régimen bipartidista, PRD-Panameñismo, que ahora está en crisis. Por eso, para impedir que surjan partidos obreros o de capas medias que cuestionen el control oligárquico sobre los órganos del Estado, exige la cifra de adherentes más alta de América Latina: 4% de firmas (equivalentes hoy a 64,000). Firmas que van asociadas a un sistema corrupto y clientelista, en el que los partidos empresariales han asociado las firmas y el voto a “regalos” (en efectivo o especie). Por lo tanto, a los partidos ideológicos que carecen de dinero para entrar en ese juego y que rechazan la corrupción les resulta imposible inscribirse. Por ello, cada año hay menos partidos políticos legales y menos candidatos, para que “gobiernen los políticos de siempre”.
Ni hablemos de otras reglas corruptas del Código Electoral panameño, como: las campañas millonarias, las donaciones secretas, las reglas injustas que favorecen a los partidos inscritos contra los nuevos (como la imposibilidad de inscribir con libros móviles o sólo 4 meses del año con libros estacionarios, etc.). El objetivo es claro: la burguesía teme que su control político pueda ser cuestionado por un sistema verdaderamente democrático.
La crisis del régimen oligárquico panameño y las posibilidades del movimiento popular en 2014
Pero el tiempo no pasa en vano. Veintitrés años de régimen oligárquico disfrazado de “democrático”, han producido un desgaste y un descontento creciente en la población, que ve cómo su voto no sirve para nada, porque la sucesión de gobiernos y partidos, no cambia nada. Cuatro lustros de aplicación de planes neoliberales contra los trabajadores, que nos han llevado a niveles de pobreza y explotación extremos; veinte años de corrupción descarada y rampante; están produciendo una crisis política creciente, que incluye no sólo el desencanto de los sectores populares, sino crecientes contradicciones entre la clase dominante.
Parte de ese descontento y esos vientos de cambio ha sido que en los últimos 5 años han surgido dos intentos por constituir partidos electorales de la clase trabajadora y los sectores populares: el primero, que no pudo vencer los obstáculos del Código Electoral (Alternativa Popular, PAP, que alcanzó 5000 adherentes y fue ilegalizado en 2011); el segundo en un proceso de inscripción todavía abierto, pero en el que ha tropezado con los mismos obstáculos sin seguridad que los vaya a superar (el Frente Amplio por la Democracia, FAD, que lleva 19 mil adherentes).
En 2012, también hubo un cambio en la legislación que permite inscribir candidaturas por libre postulación a la Presidencia, que requieren menos firmas (1% ó 16 mil adherentes), dando otra opción posible para los sectores populares y obreros. Al margen de si el objetivo del gobierno de Martinelli al aceptar esta reglamentación es dividir el voto opositor, los segmentos más concientes de la clase trabajadora tienen el derecho y el deber de explorar también este camino para usar las elecciones de 2014 como una tribuna que ayude a la maduración de la conciencia de clase para sí. Ya no basta pregonar la abstención o el voto nulo o blanco en las elecciones. Hay una ventana para postular dirigentes de la clase trabajadora de carne y hueso.
Los retos del movimiento obrero y popular frente a las elecciones: unidad e independencia política
Sin embargo, que exista la posibilidad no quiere decir que haya la garantía absoluta de que será aprovechada para avanzar en un referente político de la clase trabajadora. Hay dos obstáculos que se ciernen contra esa posibilidad: 1. La falta unidad de los sectores populares; 2. La trampa que sigue tendiendo la burguesía para absorber a los dirigentes que intentan postularse, neutralizando las propuestas clasistas, ya sea trayéndolos a sus partidos o lanzando a sus agentes bajo el ropaje de “independientes”.
1. La falta de unidad se debe al vanguardismo y al personalismo por el cual algunos creen que “tienen la gente” y que hacer unidad con otros es “regalarle mi base” o “mi capital político”. Esa es una forma de pensar errada, porque en Panamá cada sector político de la izquierda, cada sector sindical, cada dirigente político o social, tiene ya su propio espacio, su propio nicho de trabajo y no necesita de nadie para construirlo. Por el contrario, la unidad real a la que hay que aspirar ayudaría a sumar esfuerzos y complementaría las fortalezas de cada uno, contra un Código Electoral que se ha demostrado difícil de vencer para cada uno de los sujetos populares por separado. La unidad, además ampliaría el espectro social de apoyo dando seguridad de capacidad de gobierno a los indecisos.
La experiencia venezolana tiene mucho que decirnos al respecto: sólo cuando surgió un líder que supo cobijar unitariamente el amplio espectro de la izquierda de ese país, Hugo Chávez, dando a cada uno el espacio que le correspondía bajo un proyecto nacional unitario, pudo despegar el Proceso Revolucionario Bolivariano. ¿Qué organización o dirigente será capaz de asumir ese reto en Panamá?
2. El otro problema, el de la independencia política, es programático. Ser candidato por la libre postulación, tampoco es garantía de nada. No basta proclamarse “independiente”, hay que serlo sosteniendo un programa de transformaciones sociales y políticas, como mínimo, antineoliberales y antioligárquicas. Pactar con mal llamados sectores de la “burguesía patriótica” o una “coalición opositora” encabezada por la burguesía, es caer nuevamente en la trampa del régimen político, porque es entregar el poder a otro sector de la clase dominante que no cambiará nada para la clase trabajadora.
¿Cómo superar la división actual para aprovechar las elecciones de 2014?