Si es tu primera visita, me gustaría darte la bienvenida que te mereces.
(Como cada lunes, me gustaría aportar mi granito de arena para que el primer día de la semana sea un gran día para ti. Por eso comparto este capítulo revisado y actualizado de “Una vida sencilla”. ¡Feliz lunes!)

Eso es, constancia. No hay más.
Quieres cambiar algunos hábitos después de haberte tomado un tiempo de reflexión. Durante este periodo has transformado lo inconsciente –el hábito– en algo consciente, con tal de analizarlo y estudiar si realmente repetir automáticamente esa acción o ese modo de pensar –patrones mentales– era coherente con tu naturaleza y útil o necesario para disfrutar de cierta salud y bienestar.
Te habrás planteado dejar de comprar compulsivamente, revisar tu dieta, abandonar los pensamientos autodestructivos cuando algo no te sale bien –haciéndote la víctima–, hacer más ejercicio para sentirte mejor, leer más para cultivar tu conocimiento, encarar los problemas con optimismo, separar las basuras para facilitar su reciclaje, pensar dos veces lo que vas a decir antes de contestar impulsivamente a tu mujer, etc.
Todo eso es muy bonito y una de las partes más difíciles de tu trabajo de cambio ya está hecha: has perdido el miedo a cambiar, a adentrarte en lo desconocido, y has sido capaz de reconocer los errores, aprender y rectificar.
Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Es momento de rebobinar. Transformaste el hábito inconsciente en una acción consciente, lo examinaste y decidiste cambiarlo. Pero todavía no tienes creado el nuevo hábito.
La clave para restaurar la nueva acción como hábito, pasar de lo consciente a lo inconsciente, se resume en un único concepto: CONSTANCIA.
Necesitas automatizar tu nueva manera de hacer las cosas, todavía desde la consciencia, y así conseguir que un día esa innovación se convierta en costumbre, en una acción que surja de manera natural, sin que tengas que pararte a pensar qué, cómo, cuándo, cuánto… Sale solo.
Tendrás momentos en que ser constante te será fácil. Te levantarás de muy buen humor y a pesar de tener que hacer un esfuerzo, ya que tu nueva acción todavía no es un hábito y si actuases sin pensar la harías a la vieja usanza, podrás con todo. Aprovecha al máximo estos días.
Otros tantos será muy duro. Serán esos días de bajón anímico en los que uno no tiene ganas de esforzarse por nada. No es momento de forzar la máquina. Empieza por intentar controlar tus emociones negativas y sobreponerte, y de ese modo volver a repetir el nuevo hábito, aunque sin exigirte demasiado. No tienes por qué estar al 100% todos los días de tu vida. Tal vez es momento de escuchar tu cuerpo, descansar, evadirte. De todos modos, si consigues seguir trabajando en tu nueva costumbre, tendrás mucho ganado.
Y además, también habrán esos días en que, independientemente de tu estado anímico, el entorno no estará mucho por la labor de echarte una mano. Te tocará salir a correr en un día gélido, será el cumpleaños de tu madre –con tarta incluida, aunque tú estés a dieta–, o alguien te criticará destructivamente al enterarse de que estás intentando dejar de ver la televisión.
Todavía con más ímpetu, mantén la constancia, aunque esta vez con elasticidad. No corras una hora, corre media, no vayas a resfriarte. Come un trocito de tarta, mucho más pequeño que el que hubieras comido en tu época glotona, pero no le quites la ilusión a tu madre el día de su cumpleaños. Esquiva la crítica con diplomacia, ya que sabes porqué decidiste cambiar y adónde quieres llegar. Sea cual sea la situación, coloca la consciencia del nuevo hábito por delante de todo y sé fiel a tus convicciones.
En mi muro de la motivación, una pared de mi distribuidor con varios textos cortos enmarcados para releerlos en momentos de reflexión, tengo colgada una breve historia de Alejandro Jodorowsky –algo modificada por mí– que resume muy bien este concepto:
“Un arquero quiso cazar la Luna. Noche tras noche, sin descansar, lanzó sus flechas hacia el astro.
Había veces que las nubes, la lluvia y el frío que helaba sus dedos no le dejaban apuntar bien. Sin embargo, él no cesaba en su intento.
Otras veces los vecinos se burlaban de él. “Mirad qué está haciendo. Intenta cazar la Luna. ¡Jajajaja!”. Inmutable, él siguió lanzando flechas.
Nunca cazó la Luna, pero se convirtió en el mejor arquero del mundo.”