La comunidad valenciana dejando al zorro cuidar de las gallinas
El pasado día 15 de junio informaba la prensa que la Generalitat valenciana pretende ceder a una empresa privada el control de los medicamentos y prótesis que recetan sus propios médicos. Según ese proyecto, a partir de enero de 2013 las empresas se encargarían del control para mejorar la gestión de la prescripción farmacéutica ambulatoria y exprótesis recetadas en los centros de atención primaria y hospitalaria. Ese control consistiría en el seguimiento de la prescripción por médico y patología, en la elaboración de protocolos de uso de los medicamentos con mayor gasto, en la formación de los médicos, en el estímulo a la prescripción de genéricos, en la gestión directa de la farmacia hospitalaria y en la incentivación de los médicos que se ajusten a las pautas recomendadas.
La iniciativa tendría por objeto recortar el gasto por recetas y formaría parte de un conjunto de medidas más amplias destinadas a desarrollar la gestión compartida público-privada. Así, la gestora privada también controlaría los servicios de radioterapia, medicina nuclear, neurofisiología, diálisis peritoneal, radiocirugía y neurorehabilitación. Según los cálculos de la Generalitat, si se traspasa a la gestión privada de un único operador el conjunto de actuaciones que ya están externalizadas, se podrían ahorrar un 15 % del presupuesto en gasto no sanitario y un 10 % en gasto sanitario.
Las empresas adjudicatarias con un canon de 360 millones de euros el primer año, cobrarán de la Generalitat valenciana 190 €/habitante/año, podrán obtener ganancias de la explotación comercial de las actividades hosteleras, como los menús o las televisiones y su contrato durará entre 15 y 20 años.
Se trata de una noticia preocupante porque supone privatizar la vigilancia de la prescripción médica, que es tanto como decir cerca del 30 % del gasto sanitario, ya que, entre 1999-2005, el gasto farmacéutico público mediante receta representó el 23 % del gasto sanitario público, y el 5,2 % el gasto en farmacia hospitalaria.
El fin no justifica los medios Una medida de ese calado tiene múltiples connotaciones cuya aplicación la hacen altamente conflictiva. Por un lado, como hemos dicho, supone privatizar la gestión de la parte más sensible del gasto sanitario; por otro lado, supone una intromisión de una entidad ajena al servicio público en la práctica médica. Esto último, se esté o no de acuerdo con la corporativista libertad de prescripción; se esté o no de acuerdo con que la actuación médica también se debe a la justicia social, tanto como a la búsqueda del bien del paciente individual, es una injerencia que no se aceptará de buen grado desde el colectivo médico.
Estas actuaciones demuestran la incapacidad de la administración sanitaria para poner en marcha medidas de control del presupuesto farmacéutico que tengan que ver con la oferta, como su política de autorización de nuevas moléculas de eficacia dudosa, o que no aportan beneficios clínicamente relevantes al arsenal terapéutico disponible; o su política de incorporación a la financiación pública de esas mismas moléculas; o la ausencia de una política formativa e informativa de calidad, agresiva e independiente dirigida a los médicos; o su falta de control sobre la información que proporciona la industria y su influencia a través de la formación, congresos, etc…; o la ausencia de una agencia de evaluación similar al NICE, etc… Por el contrario, las medidas se dirigen a controlar la prescripción de los médicos de un petitorio farmacéutico que no deja de crecer con medicamentos cada vez más caros. A este respecto, cabe recordar, que el precio medio de los medicamentos sujetos a patentes (nuevos) autorizados en España tienen un precio similar a los de los países europeos de precios más elevados, y que en España, esos medicamentos representan el 60 % de las prescripciones y el 90 % del gasto mediante receta.
Otra medida dirigida a controlar el gasto farmacéutico es la introducción de copagos, cuando no son los pacientes quienes eligen los medicamentos que sus médicos les recetan, y cuando se ha demostrado que el copago ni reduce la demanda ni tiene apenas capacidad recaudatoria.
Por otro lado, no es aceptable poner a controlar el gasto farmacéutico a empresas que probablemente estén altamente intervenidas por los mismos laboratorios farmacéuticos. Todos sabemos las influencias mutuas entre sector farmacéutico, financiero, de los seguros sanitarios, etc…; así como los intereses intercambiables entre ellos, como intercambiables suelen resultar sus altos ejecutivos y los altos ejecutivos del gobierno español (puertas giratorias).
El fin no justifica los medios. Controlar el gasto farmacéutico, hacer más eficiente la utilización del presupuesto público es un principio de justicia social. Las medidas encaminadas a conseguirlo las podría poner en marcha la propia administración, pero sufrimos desde hace años una política pública de salud cobarde, que no se atreve a tomas medidas de eficiencia social, que no es capaz de ejercer ningún liderazgo profesional ni ciudadano; que no es capaz de alinear con los interese públicos los intereses de los profesionales de la salud más entregados, los que se dedican en exclusiva a la sanidad pública.
Por lo que se ve, a la administración le resulta más fácil hacer dejación de sus funciones, “quitarse el problema del gasto farmacéutico” externalizando su control a la empresa privada. De esta forma se escala un peldaño más, quizá el más alto, de la escalera a la privatización completa del sistema sanitario y se satisface la avidez de los mercados y las solicitudes de los omnipresentes Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, que desde los años 80 del siglo pasado insisten en trasladar a los usuarios los gastos en la utilización de las prestaciones, ofrecer esquemas de aseguramiento para los principales riesgos, incrementar la utilización de recursos privados y descentralizar los servicios sanitarios públicos. Y así nos va.
ACDESA-FADSP 18 de junio de 2012