Se nos acumula el trabajo y esta manía nuestra de que todo este perfecto hace que no podamos enseñaros nada hasta que en nuestra humilde opinión perezca la pena.
Pero hoy os traemos un proyecto de una cocina que nos ha encantado diseñar y os vamos a contar los motivos.
En primer lugar porque ha sido un proyecto de esos en las que las decisiones duelen y en las que el ego del diseñador del que tanto hablamos tuvimos que esconderlo bien profundo para cumplir con aquello del punto justo y el gasto útil. Nos explicamos. Ana y Paul nos llamaron porque en su casita de muñecas había un muro de carga que separaba el salón de la cocina. Ese muro de carga sujetaba los otros cuatro pisos que tenía por encima el edificio, y aunque todo en esta vida se puede solucionar, el sustituir ese muro por una viga no compensaba ni económicamente ni a nivel de papeleo, ni por la desproporción del tamaño de obra para lo que se iba a conseguir. Así que, aunque nos encanten los espacios diáfanos, nuestra recomendación fue dejar ese muro quieto ahí. Eso sí, si ese muro se quedaba, la cocina iba a ser fantástica, teníamos que conseguir que fuese muchísimo mejor de lo que ellos habían imaginado. Y eso intentamos. Ya nos diréis vosotros si creéis que lo conseguimos.