La primera vez que escuché situar a la cocina como un ejemplo de actividad que sabe adaptarse al nuevo escenario de la economía digital fue al gran Genís Roca. Desde esa he debatido sobre el tema en muchas ocasiones. Soy uno de los muchos que ven en la cocina un ejemplo de cómo desarrollarse en el nuevo entorno de la sociedad digital. De hecho es un ejemplo al que suelo recurrir en talleres, exposiciones y demás trabajos grupales. Y últimamente, cuando lo comento, no hago más que reafirmarme.
Suelo utilizar el tema de la cocina para comparar su situación con la de otras actividades o sectores. Hace unos meses lo hacía en unos talleres con un grupo de docentes. Con ellos planteábamos la pregunta que ahora en septiembre me vuelvo a cuestionar: ¿ Podemos imaginarnos que la educación fuera hoy similar a la cocina ? ¿ Qué significaría eso ?
Si algo caracteriza a la cocina es que no está relegada a la parte trasera de un restaurante. Hoy la cocina está en la red de todas las formas imaginables. Tenemos recetarios, publicaciones, una inmensa cantidad de blogs de todo tipo, desde profesionales a influyentes aficionados, cocineros accesibles en las redes, eventos, debates, empresas… Una intensa proyección digital que no se ha centrado en los miedos y/o en los peligros de la era de la hiperconectividad.
Todo lo contrario. La actividad de la cocina se ha venido centrando en la creatividad y en compartir. No solo se comparten y se reinventan las recetas. La cocina se caracteriza en los últimos años por su difusión y por su colaboración. Muchísimos profesionales participan de forma conjunta en multitud de eventos. Una gran cantidad de ellos se agrupan, trabajan en equipo o colaboran de alguna manera.
Con todo, en la sociedad en general se ha hecho muy presente la temática de la cocina. Muchas más personas disfrutan de eventos relacionados de ella. Los cocineros se han instalado en el reconocimiento social. De la misma forma que casi cualquiera puede citar a un futbolista o a un director de cine, puede citar a algún cocinero de éxito. Es más, no creo que sea atrevido afirmar que en el mundo el más conocido de nuestros profesionales (fuera del ámbito deportivo) es un cocinero. Y ello porque ha hecho de la creatividad, del cambio y del movimiento, la idea central de un trabajo intenso.
La cocina cuenta con un un sin fin de publicaciones. Tiene su propio y exitoso canal de televisión. No conozco cifras de televidentes, pero todo el mundo lo conoce y está integrado en casi todas las ofertas televisivas. En mi entorno hay un buen número de personas comprando moldes para trabajar el chocolate o experimentando con recetas del canal de televisión. Y a esto se le pueden sumar muchos seguidores de distintos concursos y propuestas de telerealidad en los canales generalistas. Además, nuevas aplicaciones multiplican las posibilidades de que particulares ofrezcan experiencias culinarias fuera de los canales tradicionales.
Volvamos ahora a la pregunta del principio. ¿ Podemos imaginarnos así a la educación ?
Estaríamos hablando de una actividad que se desarrollaría más allá de las paredes en las que habitualmente la encerramos. Y no solo eso. También sería una actividad que tendría a la participación y a la cooperación como protagonistas.
La sociedad en general participaría de la temática y eso no significaría que se pierda el valor de los profesionales. Tengo mi opinión sobre un plato de Arzak. Incluso puedo intentarlo en mi casa. Pero yo no soy Arzak. Es decir, cada persona asumiría su papel en relación a la educación pero con sentido participativo y crítico. Y los referentes serían conocidos y podríamos citar a alguien en este campo que no fuera el/la Ministro/a de turno ¿ Alguien puede citar un solo maestro o pedagogo con reconocimiento social ?
Los docentes se juntarían en eventos a los que acudiría el público en general. Podrías escuchar a profesionales de referencia, participar de experiencias, debatirlas en la red, contrastarlas en tu entorno habitual, escribir sobre ellas… Y todo se haría partiendo de la idea de colaborar, compartir, crear, no en la de mantener un falso status profesional, no en la de atacar a un profesorado al que no sé por qué no valoramos cuando se hacen cosas excelentes.
Habría programas televisivos hablando de educación (no la escasísima oferta actual), concursos con actividades y proyectos educativos. Las familias y la sociedad en general serían partícipes de estos programas. De la misma forma hablarían sobre la actividad educativa en sus blogs o en los blogs de los profesionales que tuvieran de referencia. Especialmente con los profesionales de los centros educativos de su zona. Participarían de la actividad de estos centros, conocerían al personal y pasarían por allí habitualmente, igual que lo hacen por los bares de su entorno.
La escuela les parecería un lugar abierto en el que pueden participar, les generaría un sentimiento de pertenencia. Un lugar en el que la participación crearía cierto sentimiento de grupo, de equipo.
Es solo imaginación. Y es una pena. Una pena que no vivamos la educación como algo propio en lo que todos podemos participar desde el papel que nos corresponde. Aún así algunos no dejamos (me sumo) de apuntar deseos educativos año tras año.
No me extiendo. Es que en estos días de vuelta al cole he tenido ese cíclico sentimiento de que la educación dedica demasiado tiempo a cuestiones absurdas, nímias o superadas. Desde el lastre de los libros de texto a los deberes, pasando por la prohibición de dispositivos o fotos. Cuando pienso en algo tan importante como la educación, en la que todas las personas deberíamos estar implicadas en el papel que nos corresponde, me gusta pensar en la cocina. Me resulta un buen espejo.