Hay muchas maneras de colaborar, unas mejores y otras peores. Y, en concreto, la colaboración promiscua no es colaboración efectiva, sino todo lo contrario.
Que la productividad en general va a la baja es un hecho. Lo más grave es que Peter Drucker lo predijo y se le ignoró. Lo peor de todo es que se le sigue ignorando.
La productividad del trabajo del conocimiento es muy distinta de la del trabajo industrial. Aunque es obvio, muy poca gente parece ser consciente de ello.
Abordar ambos tipos de productividad como si fueran lo mismo es un error de magnitud incalculable.
En nombre del manifiesto Ágil (frecuentemente malentendido), muchas organizaciones se han lanzado a una carrera frenética hacia el doing the wrong things faster.
La constante presión que ejerce el lobby tecnológico, favorecida por el analfabetismo digital que caracteriza a muchas personas en posiciones directivas, sólo contribuye a reforzar esta tendencia.
Interrumpir no es colaborar
La capacidad del ser humano para el autoengaño es espectacular.
Resulta que a algunas mentes privilegiadas se les ha ocurrido que la mejor manera de aumentar la efectividad en las organizaciones es facilitar las interrupciones al máximo.
Ignorando la evidencia científica que demuestra que existe una relación lineal entre atención y rendimiento, han logrado saturar las organizaciones con herramientas de destrucción masiva de la atención.
Gracias a ello —y bajo el mantra de la colaboración—, se logra tener a la gente muy ocupada, corriendo como pollo sin cabeza de un tema a otro, empezando cien cosas y sin terminar bien ninguna de ellas.
¿Resultados de esta colaboración promiscua? Estrés, falta de foco, frustración al alza, rework y pérdida salvaje de efectividad. ¿Alguien da más?
Spamear no es colaborar
Hay una obsesión por compartir información. Es el típico «efecto péndulo».
Hace tan solo unas décadas, la información se atesoraba y escondía en un cajón como estrategia para hacerse imprescindible para la organización.
Hoy parece que lo único importante es compartir información, cuanta más cantidad, cuanto más a menudo y con cuanta más gente, mejor.
Siento decirlo, pero contribuir a la sobrecarga de información de tu entorno de trabajo no es colaborar, es «spamear».
La información por sí sola carece de valor. Es una commodity. Lo que de verdad importa es qué haces con esa información, aparte de «marearla» de un sitio a otro.
Cada día vemos más y más herramientas tecnológicas que «venden» como gran valor añadido el que permiten compartir más información con más plataformas.
¿Alguien cree realmente que este tipo de colaboración promiscua tiene algún efecto positivo en la efectividad? ¿En serio?
Compartir es imprescindible para colaborar, es evidente. Pero sólo cuando se comparte lo que tiene sentido, con quien tiene sentido y cuando tiene sentido.
Compartir por compartir es una forma más del hacer por hacer en el que están sumidas buena parte de las organizaciones.
Controlar no es colaborar
Otra de las finalidades de la tecnología inútil que inunda las organizaciones es la obsesión por el control. Saber qué está haciendo la gente.
Con la excusa de compartir, lo único que se persigue es obligar de forma sutil a las personas a que den visibilidad a lo que hacen.
No aporta ningún valor a la organización, pero a la persona mediocre en posición de responsabilidad le hace sentir mejor.
Ya que no hace nada, al menos que no se diga que ni siquiera sabe a qué se dedica su equipo.
En este caso, la colaboración promiscua no es más que microgestión y vigilancia encubiertas.
Diluir responsabilidades no es colaborar
Si algo se sabe sobre el rendimiento humano es que cuando la responsabilidad sobre un tema está «distribuida», nadie se siente realmente responsable de ello.
Esto se debe a un efecto psicológico denominado «difusión de la responsabilidad».
Muchas de las supuestas herramientas de colaboración no son sino una forma encubierta de favorecer esta elusión colectiva de responsabilidad.
Bajo la bandera del mal llamado «trabajo en equipo» (que por cierto no existe en las organizaciones, donde sólo existe el trabajo distribuido) se practican formas de gestión que simplemente difuminan responsabilidades y eternizan la resolución de los temas.
Conclusiones
Conozco muy de cerca el trabajo colaborativo de verdad y estoy absolutamente convencido de sus bondades.
Sin embargo, lo que el lobby tecnológico vende como herramientas de colaboración son simples herramientas de distracción masiva.
Compartir cuanta más información, con cuanta más gente y cuanto más menudo no es colaborar, es atacar a la esencia de la efectividad, que es «estar a lo que estás».
La colaboración promiscua, en la que nadie es responsable de nada y a la vez todo el mundo es responsable de todo, es la antítesis de la colaboración efectiva, porque es colaboración sin sentido.
La colaboración es efectiva cuando las interacciones y los intercambios de información obedecen a un propósito y tiene lugar de manera coherente con las buenas prácticas en efectividad.
La solución al problema de la productividad a la baja está en entender de una vez que estamos ante un cambio radical en la naturaleza del trabajo.
Un cambio que exige superar de una vez el modelo de productividad industrial y entender que la generación de valor procede, no de compartir por compartir, sino de pensar y decidir.
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