Aguirre es mucha Aguirre. Decía su primo, Jaime Gil de Biedma, un poeta extraño, homosexual, que murió de sida, que la vida va en serio, si lo sabía él que, a lo peor, ya conocía que estaba enfermo con el más famoso de los virus modernos.
Yo, que, en el fondo, soy el más ingenuo de los tipos que conozco, había comenzado a reafirmarme, una vez más, en mi vieja idea, casi tanto como yo, de la justicia inmanente.
Inmanente, frente a transcendente, es aquello que es intrínseco, que va implícito en la propia naturaleza del ser.
Lo decía yo por aquí, el otro día, alguien, no recuerdo quién, cada día recuerdo menos cosas, ha dicho que somos seres para la muerte. Y es esta propia muerte, de la que nadie se escapa, la que nos hace justicia, al fin, a todos. Inmanencia, coño, inmanencia, al fin, todos, en nuestra propia cama, o en la de un hospital, a solas con ella.
La cólera de Dios era temida, muy temida por todos, con mucho motivo. Dicen de ella, como del Ser Superior madridista, que son esencialmente peligrosos, que no se paraban nunca en ninguna clase de barras y que si tenían que dar matarile, lo daban.
No lo creo porque ambos son radicalmente católicos, ¿o no? Y un católico, ya se sabe, cumple a rajatabla con la ley de Dios, cuyo cuarto mandamiento es conocido por todo el mundo, pero el caso es que tanto el ex vicealcalde de Madrid, como el ex vicepresidente del mismo, dijeron, “sotto voce”, pero lo dijeron que temían por sus dos jodidas y puñeteras vidas.
De modo que yo, al principio, pensé en la puñetera justicia inmanente hasta que he leído un artículo de Luis Solana, en Elplural digital, que afirma que esto de La cólera de Dios no era sino una artimaña de esa genial política que es la Aguirre que sabe ya que a Rajoy le quedan 4 telediarios y está tomando posiciones ante tal evento, porque ella quiere ser la merkel española y está convencida de que lo haría mucho mejor que ésta lo está haciendo.
De modo que no he tenido más remedio que archivar mi estúpida teoría de la justicia inmanente y arrepentirme todo lo que pueda de mi insuperable inocencia.
Si La cólera de Dios es La cólera de Dios, es decir, si Aguirre es Aguirre, no sólo es inasequible al desaliento, como buena falangista, sino que está dispuesta a morir matando porque está convencida de que ése es su puñetero destino.
O sea, que nos hallamos en el más ansioso compás de espera, porque, al fin, ha llegado el momento que tanto esperaba, el ocaso de su viejo enemigo, el sin par Rajoy, que, al fin, parece que ha encontrado la horma de su zapato en ese rescate ante el que se defiende con todas sus fuerzas, como lo que es un gato, o una gata, panzarriba