Revista Opinión

La columna

Publicado el 30 enero 2010 por Fragmentario

La brigada entró sin dificultad: la humilde casa no tenía puerta.

El rostro anciano de la mujer sosegó los ímpetus de la soldadesca que revisaba las habitaciones. Los recorrieron unos ojos familiares y manos que hasta parecían estar esperándolos. El coronel llegó cuando el lugar estaba asegurado, envió a sus subordinados a esperar afuera, arrimó una silla junto a la dueña de casa y se sentó con gesto cansado. Un hombre de civil, nervioso y macilento, tomaba notas en un cuaderno de apariencia oficial.

-No le voy a robar mucho tiempo, abuela. Confío tanto en que va a colaborar que estoy aquí sin armas.

La anciana ofreció una sonrisa amplia y sin pizca de cinismo. Le divertía imaginar que un batallón armado temiera por sus actos. El oficial se acomodó para dirigirle toda su atención y cambió de tono, inaugurando el interrogatorio.

-Cuénteme todo lo que sepa sobre la actual vida de su nieto.

-Es mi único nieto, mi orgullo. Yo no sé leer, usted sabe, pero él es periodista en Santa Clara y ahora hasta le ofrecieron una columna.

El ojo avizor del militar rastreó en los ojos octogenarios y húmedos y no encontró gestos de falsedad, sino de certezas abrigadas. Decidió insistir, derrotado.

-¿Lo ve a menudo?

-Años hace. Pero el me escribe muchas cartas y el médico me las lee. Me envía algún dinero también, aunque el no gana mucho. ¿Quiere ver las cartas? Tal vez encuentre lo que busca, y a mí me gustaría que alguien me las lea de nuevo.

Se levantó y abrió la primer puerta de una alacena. Sacó un viejo tarro de café y se lo ofreció al visitante. Se acomodó en la silla y cerró los ojos al escuchar la primera fórmula de saludo, saboreando cada palabra. El coronel leyó todo, intentando retener los pocos datos sin valor que ofrecían las epístolas. Todo allí era sabido, cifrado u oculto.

(…) ¿Recuerdas que siempre quise trabajar en un diario? Bueno, gracias a la idea de un argentino que colabora conmigo en un proyecto lo logré (…) Entiendo que estés asustada por los allanamientos y las bombas que caen en la sierra. Nuestro país pasa un momento difícil. Ya podrás imaginar lo peligroso que sería trasladarme en este momento hacia allá, pero unos estudiantes muy jóvenes que conocí en La Habana prometieron llevarte esta carta y víveres. (…) Estoy viajando al occidente a cumplir una tarea. No te preocupes por mí. Te quiero mucho.

Cuando los soldados se fueron, la mujer lloró.

Pasaron algunas semanas y vio pasar de nuevo al ejército, cargando cajas en viejos camiones-oruga. Los saludó y sólo distinguió al coronel cuando escuchó sus voz gritando.

-¡Adiós, señora!

-¿Adónde se van?

-Perdimos la guerra. Déjele saludos a su nieto y cuéntele que la tratamos bien.

La anciana no entendió el motivo de la recomendación, así como tampoco adivinó por qué medios supo el coronel que su nieto iba a llegar pronto a la ciudad.

Trabajé mucho en mi columna y coseché grandes éxitos entre la gente de Yaguajay. Al parecer mis jefes me darán vacaciones para año nuevo. Voy a ir a visitarte. Prepará un buen congrí.

No fue el primero, sino el dos de enero. Con su sombrero ancho, Camilo Cienfuegos abrazó a su abuela y empezó a narrar.

-Mi columna se llamaba Antonio Maceo. No empieces a asustarte. Dame tiempo de empezar desde el principio, porque aunque me educaste para no mentir, de las noticias que te envié se pueden entender muchas cosas.

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