Revista Libros
Muchas veces la gente me pregunta que si he estado alguna vez enamorado. Suelo mentir y digo que nunca,pero no es cierto.
Cuando era joven tenía más pelo, carecía de tripa provocada por la vida sedentaria y creía en la honestidad de los políticos. A esto hay que añadir en que creía que el amor llamaría a mi puerta pronto, más bien quería creerlo. Ya por aquel entonces no era buen adivino.
Por aquella época conocí en el Instituto a una bella mujer, guapa de manera excepcional, alta sin tacones, buen cuerpo y mejor cabeza. Uno de sus pocos defectos que podemos apuntar es que "me hacía caso".
Me daba bola, cancha, me sonreía.
Uno nunca ha sido tonto del todo y correspondía a sus atenciones con especial cuidado. Siempre había querido una mujer a mi lado, cuando digo siempre me refiero a los 3 años que andaba con las hormonas desmadradas y en las que había descubierto que el mundo era algo más que vídeo-juegos, fútbol y misa.
Coincidimos en discotecas, clase y canchas de basket.
Por aquella época existía el tema de los "lentos" en las pistas de baile, una oportunidad cojonuda de arrimar cebolleta, romper el hielo y creerse el Dylan de "Sensación de Vivir" (alguna vez llevé medio intento de tupé cutre y pañuelo estampado ridículo al cuello). Con este panorama reforcé mis castos lazos con este lujo de dama.
Un día de otoño (del que hoy se cumple el aniversario) los Dioses canallas permitieron que la noche nos uniera en una especie de "cita" con alcohol barato, luna, estrellas y risas.
Todo marchaba según lo planeado hasta que ella tardó en salir de un baño. Llamé preocupado a la puerta preso de la inocencia y la duda. La puerta se abrió y de ella salió mi amiga acompañada de un camello de la zona de largas melenas con bragueta bajada.
Desde ese momento ella se puso muy cariñosa, demasiado. Hubo besos antes de este suceso, evité los posteriores.
Yo no podía quitarme la escena de la cabeza. El ron-cola de oferta me tenía suficientemente anestesiado para no llorar,lo suficientemente despierto para sangrar desencanto.
La pregunté. Ella me dijo que le daban cocaína a cambio de favores sexuales, lo que algunos llaman ser una "comebolsas".
Después de darme más explicaciones de las pedidas no quise tocar su boca. No era por asco, no era por pudor, era por rabia.
Me dijo que así era ella, que lo aceptara o que pasara de ella. La saqué de mi cabeza esa misma noche (o lo intenté).
Al llegar a casa escribí el primer poema de mi vida, ese que me viene a la mente cuando no quiero pensar en nada, ese que tenía la calidad de lo que sale sin censuras, libre.
Un poema libre para una mujer libre.
Con el tiempo ella tiene la vida encarrilada, no la falta de nada.
Yo sigo pensando que ella es lo más cerca que he estado de estar enamorado y sigo escribiendo poemas, pero esta vez dedicados al infinito.