El presente artículo reflexiona sobre el vínculo entre dos fenómenos complejos: la violencia de género y la vulnerabilidad de las mujeres ante el VIH. Tomando como base el modelo ecológico, se señala dicha relación en el exosistema, haciendo evidentes las formas de violencia institucional que se ejercen mediante las políticas públicas (programas de prevención de sida en México) como “tecnologías del poder y del género”. Finalmente se vislumbra la posibilidad de articular estrategias entre diversos sectores y actores/as con el fin de potenciar la acción de las mujeres para evitar la transmisión del VIH.
Palabras clave: VIH; sida; violencia de género; violencia institucional; vulnerabilidad de las mujeres ante el VIH
Introducción
El análisis del sida como un fenómeno complejo –con implicaciones en todos los niveles del modelo ecológico–1 muestra la presencia de relaciones de poder que hacen evidente el vínculo de esta pandemia con el ejercicio de diversos tipos de violencia,2 tanto en sus causas como en sus consecuencias. Al introducir el elemento género,3 la violencia en contra de las mujeres o violencia de género aparece como uno de los factores que incrementa su vulnerabilidad ante la transmisión del VIH, por las condiciones estructurales de desigualdad.
Este hecho ha sido evidenciado, poniéndose énfasis en el nivel individual y micro, dejando de lado el exosistema en el cual el Estado,4 a través de las instituciones que conforman el gobierno, juega un papel importante. Respondiendo a esta inquietud, el presente artículo busca señalar cómo la violencia institucional, entendida como aquella que “está presente en los sistemas políticos, económicos y sociales que mantienen la opresión de determinadas personas a las que se les niegan beneficios sociales, políticos y económicos, haciéndolas más vulnerables al sufrimiento y a la muerte” (Larrain et al., 1993:202) se ejerce mediante políticas públicas (programas de prevención de sida en México).5 Al no ponerse atención a la dimensión estructural de la coyuntura violencia de génerovulnerabilidad de las mujeres frente al VIH, se responde de manera simplista, pues se la visualiza como una problemática individual, reafirmando así estereotipos y códigos de género, constituyéndose de esta manera como tecnologías del poder y del género.6 Con ese fin, este artículo se estructura en cinco apartados. En el primero se describe la complejidad del fenómeno del sida a partir del modelo ecológico, lo que lleva a señalar su relación con la violencia. En el segundo, se enuncia la feminización de la pandemia y se hace un recuento de lo que se ha denominado la “vulnerabilidad de las mujeres frente al VIH”. En el tercero, se relaciona este último fenómeno con la violencia de género. En el cuarto se explicita la violencia institucional –parte de la violencia política–, como un factor de vulnerabilidad de las mujeres ante el VIH. Por último, se reflexiona acerca de la posibilidad de articular estrategias entre diversos sectores y actores/as –entre los cuales el Estado juega un importante papel–, por medio de nuevos arreglos sociales con los que se potencie la posibilidad de acción de las mujeres para evitar la transmisión del VIH.
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1 En este artículo se retoma la propuesta de Jorge Corsi, quien realiza una adaptación del modelo ecológico de Urie Bronfenbrenner, con el cual –en busca de una comprensión más amplia y abarcativa del fenómeno de la violencia– se superan enfoques parciales (médicos, psicológicos, sociológicos). Desde esta perspectiva se consideran simultáneamente los distintos contextos en los que se desarrolla una persona: a) macrosistema: remite a formas de organización social, sistemas de creencias y estilos de vida que prevalecen en una cultura o subcultura en particular (por ejemplo, la cultura patriarcal); b) exosistema: compuesto por la comunidad más próxima, incluye las instituciones mediadoras entre el nivel de la cultura y el nivel individual (como escuelas, iglesias, medios de comunicación, organismos gubernamentales, etc.); c) microsistema: se refiere a las relaciones cara a cara que constituyen la red vincular más próxima a la persona (en especial, la familia); d) individual: cuenta con cuatro dimensiones psicológicas interdependientes: la dimensión cognitiva (que comprende las estructuras y esquemas cognitivos de la persona); la conductual (que abarca todos los comportamientos); la psicodinámica (que refiere a emociones, ansiedades, conflictos conscientes y manifestaciones inconscientes); y la dimensión interaccional, que alude a pautas de relación y de comunicación interpersonal (Corsi, 1999).
2 La discusión sobre la definición del término de la violencia es amplia y controversial. No compete a este escrito participar de ese interesante debate, de forma que se presenta una breve definición de Víctor Ortiz, por su pertinencia para el tema: “La violencia, como el género, siempre es relacional; y es un ejercicio de poder, el cual es igualmente relacional” (2008:11).
Espinar, por su parte, define violencia de género como “aquellas formas de violencia que encuentran su explicación en las definiciones y relaciones de género dominantes en una sociedad
dada” (Espinar, 2007:40).
3 A partir de las propuestas de Jane Flax (1990) y Joan Scott (2003), se entiende género como una categoría de análisis, a la vez que proceso social de carácter relacional. El acento está puesto en que las relaciones sociales, basadas en las diferencias percibidas entre los sexos, son formas primarias de significantes de poder que generan asimetrías en donde (general eimperfectamente) una de las partes ha ejercido el control: los hombres. Estas relaciones son reforzadas por símbolos, normas, instituciones y organizaciones, y subjetividades.
4 Desde entendimientos contemporáneos, el Estado se define como “un ámbito de construcción y negociación social en el que diversos grupos y actoras y actores sociales y políticos influimos” (Ortiz-Ortega, 2007:26), y se concibe que “[más que como una unidad coherente] hayque verlo, más bien, como un conjunto de diversos campos discursivos que desempeñan unafunción decisiva en la organización de las relaciones de poder” (Pringle et al., 2002:84-85).
5 Larrain et al. ya hablaban de la inclusión de la violencia en el ámbito de salud como parte de la violencia institucional, en los siguientes términos: “En el ámbito institucional cabe incluir a su vez lo que comienza a llamarse violencia en la atención de salud, que se refiere a la situación a que se ven expuestas las mujeres en la atención del parto, en la práctica de cesáreas innecesarias e inconsultas, en la esterilización inconsulta, en la planificación familiar obligada y también en el maltrato presente en la relación médico-paciente” (Larrain et al., 1993:203). Considero que a esta lista podría agregarse la omisión de acciones de atención y
prevención de VIH.
6 Para Foucault, las tecnologías del poder “[…] determinan la conducta de los individuos, los someten a cierto tipo de fines o de dominación, y consisten en una objetivación del sujeto […]” (1990:48); estas tecnologías “[…] funcionan para controlar y regular los cuerpos a través de una serie de instituciones de disciplinamiento, cuyo objetivo central es construir cuerpos disciplinados (dóciles). Estos mecanismos e instituciones tienen una base que los justifica gracias al poder del saber-conocimiento que otorga el derecho de juzgar a médicos, jueces, psicólogos, pedagogos y psiquiatras” (Saucedo, 2004:15). Basándose en la definición de tecnologías del poder que propone Foucault, Teresa de Lauretis propone que “[…] también el género, ya sea como representación o como autorepresentación, sea considerado como el producto de varias tecnologías sociales” (Lauretis, 1996:35).
Fuente: Revista Latinoamericana Sexualidad, Salud y Sociedad Nº3, 2009