Revista Viajes

La comunidad de Carbón Dos y el Parque Nacional de Cahuita

Por Marbel

Regresamos a la pequeña población de Bambú tras recorrer el río Yorkín, dejando atrás la comunidad Bribri en la que habíamos participado en diversas actividades de turismo rural comunitario. En Bambú nos esperaba el mismo conductor que nos había traído hasta allí dos días antes para coger el bote. Sinceramente sentía como si hubiera pasado más tiempo. Con nosotros venía el hijo mayor de Prisca, aunque él se bajaría en un pueblo a mitad de camino. Poco después de que él se bajara del minibús, paramos en un supermercado para comprar algo de comida ya que la cena de esa noche no estaba incluida en el paquete. No tardamos mucho en llegar a nuestro nuevo destino: Casa Calateas, una posada rural con mucho encanto en pleno bosque, cerca de la comunidad Carbón Dos.

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Allí nos esperaba Luis, el dueño de Casa Calateas, una persona que desde el primer momento nos inspiró confianza y con el que en poco tiempo hicimos una buena amistad. Su gran sentido del humor y sus casi constantes bromas, nos hicieron reír mucho durante nuestra estancia y sentirnos tan cómodos con él como si fuera un amigo de toda la vida. Allí había una mesa de ping-pong que se convirtió en el vicio de mis amigos durante aquellos dos días, y Luis tampoco se quedaba corto. Todo empezó porque queríamos salir a hacer una caminata nocturna pero se puso a llover bastante fuerte. Mientras esperábamos a que parara, nos pusimos a jugar al ping-pong, y aquello fue ya nuestra perdición (bueno, la mía no tanto, pero sí la de mis amigos que ya no podían desengancharse). Yo aquella primera noche estaba más interesada en explorar aquel precioso hotel rural rodeado de bosque.

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Finalmente conseguimos hacer la caminata nocturna más tarde aunque más corta de lo previsto. No vimos mucho, nada más que un par de ranas, pero Luis auguró que al día siguiente sería un gran día para ver varias de ellas que seguramente saldrían por la lluvia. No se equivocaba, al poco tiempo de comenzar a caminar ya vimos varias ranas de lo más vistoso y colorido.

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También vimos la muy temible hormiga bala, y vaya, no fue la única, ya que vimos muchos más durante aquellos dos día. Esta hormiga tiene un veneno tan fuerte que dicen que su picadura duele mucho más que la del escorpión y el dolor dura hasta cuatro días. Yo no sé como la gente podía vivir tranquila con tantas de ellas por allí, de verdad que daba miedito porque estaban por todas partes.

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Por un camino muy ancho para coches fuimos andando hasta la comunidad de Carbón Dos, parando cada dos por tres para ver la fauna que se presentaba a nuestro paso. Por ejemplo, vimos monos aulladores y perezosos, aunque un poco lejos.

En Carbón Dos, Luis nos hizo un tour por la comunidad y nos enseñó algunas plantaciones que allí había.

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En esta foto estamos con nuestra pipa (como aquí llaman al coco) que Luis nos había bajado de una palmera para que nos bebiéramos su rica y refrescante agua. Yo ya me había bebido unas cuantas de ellas en Tortuguero y me encantaba. Muy buena para molestias estomacales y cistitis, sirve mucho para limpiar y depurar.

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Aquella comunidad me pareció muy tranquila y agradable, rodeada de un bello paisaje, donde parecía que le tiempo se hubiera detenido. Lo único malo era el terrible calor que hacía.

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Por fin llegó la hora del almuerzo, y Luis nos llevó a casa de una señora del pueblo para comer. La verdad que no nos podíamos quejar, la comida era rica y abundante, como podéis ver en la foto de abajo.

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Después de comer nos esperaba una tremenda caminata y además con todo el calor. Luis nos dio a elegir entre volver por el camino fácil de los coches o volver por el monte y atravesando el bosque, con una pendiente mucho mayor, y que nos llevaría hasta el observatorio de aves que estaba cerca de Casa Calateas. Decidimos elegir el camino difícil por probar algo diferente y más emocionante, y en la hora, porque lo pasamos un poco mal. Además nos encontramos un hormiguero de hormigas bala que no pisamos de milagro, y desde entonces estábamos súper mosqueados con ellas. Teniendo en cuenta que no había prácticamente camino y que íbamos campo a través, rozando con nuestro cuerpo la vegetación a nuestro paso, la cosa no era para menos. Esas temibles hormigas podían estar en cualquier sitio y no siempre podíamos verlas.

Llegamos a Casa Calateas empapados en sudor y agotados. Yo me fui directamente a dormir una siesta de lo cansada que estaba. Más tarde, una deliciosa cena que consistía en una sopa de pescado caribeña, nos esperaba. Podíamos haber visto cómo la hacían si hubiéramos vuelto antes pero preferimos quedarnos más tiempo conociendo la comunidad.

Al día siguiente muy temprano fui con mi amiga Susana al observatorio de aves. Hay que decir que en aquella época del año tenía lugar una espectacular migración de aves de Norteamérica a Sudamérica, especialmente aves rapaces, y ahora estaban pasando por Costa Rica. Luis decía que la mejor hora para verlas era al mediodía, y vimos algunas el día anterior cuando estábamos en el pueblo, pero por la mañana en aquel mirador no conseguimos ver la migración. La verdad que yo me quedé con ganas de haber experimentado más eso, ya que yo soy fanática y enamorada de las aves. Hace bastantes años tuve la oportunidad de ver la migración de rapaces en Tarifa, algo que disfruté mucho, y ahora yo quería haberlo visto aquí. Sin embargo, Luis no es ornitólogo ni este programa de turismo rural estaba enfocado a ello, mientras que aquella vez en Tarifa yo iba con un grupo de ornitología y el objetivo principal del viaje era ver la migración. De todos modos, sí pudimos disfrutar del bello paisaje que desde allí se veía, con una niebla matutina que exageraba aún más su belleza.

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Y algunas aves pudimos ver allí, especialmente tucanes, como este tucán pico iris de la foto. También estaban los tucanes de pico castaño, un poco más grandes y con un pico mitad amarillo mitad marrón.

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Ese día íbamos a visitar el Parque Nacional de Cahuita, pero Luis no venía con nosotros, sino que nos llevaba un conductor hasta la entrada del parque y después nosotros caminábamos allí por nuestra cuenta. Queríamos hacer snorkel y la agencia trató de reservarnos un tour, pero nos llamaron aquella mañana diciendo que a causa de las lluvias del día anterior, el mar estaba revuelto y turbio por lo que no merecía la pena intentarlo. Nos quedamos muy decepcionados de que nos cancelaran el tour pero no podíamos hacer nada.

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Nos llevaron hasta la entrada de Puerto Vargas, y así podíamos hacer el sendero completo del parque hasta Cahuita. Este parque nacional fue fundado en 1970 y se creó principalmente para proteger su arrecife de coral, el más grande de Costa Rica. Sus playas de arena blanca están rodeadas de selvas y manglares, y este rico ecosistema sostiene una gran diversidad de fauna como monos aulladores, perezosos, basiliscos y numerosas aves, algunos de los cuales tuvimos la suerte de ver. No es de extrañar que se le considere uno de los parques nacionales más hermosos del país.

Las playas eran impresionantes, como podéis ver en la foto.

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Junto a la playa había numerosas aves marinas.

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El camino se adentraba en el bosque también. Era frecuente encontrarse con cangrejos ermitaños, cada cual con su caparazón diferente, algunos muy bonitos y coloridos. No tengo una foto decente de ninguno de ellos porque se movían a gran velocidad y eran muy asustadizos.

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Al llegar a Punta Cahuita, nos encontramos un grupo de turistas que iban a hacer snorkel. Unos chicos del pueblo nos ofrecían llevarnos hasta el arrecife para hacer snorkel por tan sólo $12 (mientras que el tour que íbamos a hacer costaba $30, pero era más largo). El bote iba a salir ya y yo no tenía puesto ni el bikini, entonces no sabía lo que hacer. Susana decía que no iba porque no se fiaba, que posiblemente ellos quisieran sacar dinero a los turistas de todos modos. Yo la verdad, pensando en la seguridad con que la agencia decía que no íbamos a ver nada, me sorprendía que ahora estos dijeran que sí. Mis otros dos amigos no se lo pensaron dos veces y subieron al bote. Yo quizás si hubiera estado preparada o si no lo hubiera pensando tanto lo hubiera hecho, una pena la verdad, porque más tarde supe que sí vieron cosas. Cierto que el agua no estaba tan transparente como otras veces, pero si tuvieron visibilidad suficiente para ver el arrecife y varios peces. No os podéis imaginar la rabia que me dio cuando volvieron emocionados de todo lo que habían visto.

Yo me fui con Susana a caminar un poco más para hacer tiempo hasta que ellos terminasen, ya que sólo iban a estar una hora. Nos encontramos un enorme grupo de monos aulladores (o congos, como aquí los llaman). Los machos de esta especie hacen su famoso aullido (aunque no parece eso, sino más bien un estrepitoso rugido) que se puede oír a kilómetros de distancia. No en vano, esta especie posee el aparato fonador más potente de todas las especies de monos que hay en el Nuevo Mundo. Este mono aullador es negro, a diferencia de los que hay en Sudamérica que tienen el pelaje rojizo. Vimos muchos pasando por encima de nosotras, tanto hembras con crías, jóvenes, machos adultos, etc. Aunque ya los había visto otras veces, nunca los había visto tan cerca y tantos de ellos a la vez, fue impresionante.

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Cuando volvimos a Punta Cahuita para reencontrarnos con nuestros amigos después del snorkel, nos los encontramos comiendo fruta y acechados por un mono carablanca que no tenía reparo en acercarse. El mono miraba la fruta con mucho interés y no parecía dispuesto a marcharse de allí hasta conseguir algo. Finalmente se armó de valor y se acercó a unos turistas que estaban al lado de mis amigos para robarles un plátano. Todo el mundo aprovechó para hacerle fotos, y yo tampoco desaproveché la oportunidad.

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Seguimos caminando para llegar a la playa que estaba cerca del pueblo de Cahuita donde nos esperaría un merecido baño. El bosque era muy bonito y a veces se podía ver un perezoso encaramado en una palmera si uno ponía atención. Yo caminaba en silencio pensando en que había perdido mi oportunidad de hacer snorkel, ya es la segunda vez que me pasa (en México no pude porque estaba acatarrada con una infección de oídos). Pero bueno, buscaré otra oportunidad, quizás en Panamá.

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Llegamos a la playa donde disfrutamos de un agradable baño con aguas cálidas.

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Justo detrás había un manglar.

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Después de bañarnos, proseguimos nuestro camino hasta el pueblo de Cahuita. Allí nos esperaba el conductor que nos llevó de vuelta a Casa Calateas. Luis nos preparó un estupendo almuerzo que nos comimos con mucha hambre y poco después, llegó el conductor que nos tenía que llevar de vuelta a San José. No podíamos irnos sin hacernos una foto de grupo con nuestra mesa de ping-pong, parte importante de aquellos días, y por supuesto, con un toque de humor, como no podía ser menos después de todo lo que reímos y disfrutamos.

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Nos subimos al minibús donde no tardamos en quedarnos dormidos por el cansancio acumulado. Había sido una semana muy intensa de viaje en el Caribe Sur, un viaje difícil de olvidar por todas las experiencias vividas. Este viaje, junto con mi experiencia en Tortuguero, me habían permitido conocer a fondo la región caribeña de Costa Rica, sin lugar a dudas una de las partes más atractivas del país, por sus playas, por su exuberante bosque, por su fauna y por sus gentes.


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