Revista Cine
La condición humana (1958), de hannah arendt. vita activa.
Publicado el 20 mayo 2020 por Miguelmalaga
Los hombres nacen libres, pero unos nacen más libres que otros. Todo depende del orden político y de la época en la que a uno le ha tocado vivir. La condición humana tiene mucho que ver con el cuerpo político bajo el cual se desarrolla el cuerpo humano. Bajo las condiciones de un totalitarismo extremo, la libertad se ahoga y el individuo pasa a formar parte de una masa homogénea, cuyas funciones estarán dirigidas desde el Estado. En una sociedad más liberal, la capacidad de elegir será más amplia, sobre todo en cuanto a lo que Arendt considera las tres actividades más importantes que se ha dado el hombre para hacer tolerable y mejorar su existencia en la Tierra: labor, trabajo y acción.La labor se referiría a las actividades más básicas para la supervivencia del ser humano, cuya producción ha de consumirse de inmediato (el ejemplo más obvio es la agricultura). En el trabajo, mucho más sofisticado, el hombre utiliza los materiales de su entorno para transformarlos en bienes duraderos. Aquí se va construyendo un mundo artificial a la medida de las necesidades e incluso del confort de los seres humanos, cada vez más sofisticado. La acción se relaciona con la actividad política, con aquella fuerza transformadora que se organiza desde el trabajo intelectual, algo que debe realizarse públicamente para que el mensaje llegue a todos los semejantes. En circunstancias ideales, el poder en este espacio público debería ser dividido entre iguales, aunque lógicamente sabemos que no siempre es así. El totalitarismo ahoga esta iniciativa e impide el pensamiento innovador: toda la actividad humana debe estar subordinada a la que es presentada como única ideología posible.La esfera pública es la única que puede garantizar el desarrollo de la libertad, teniendo siempre en cuenta el hecho de que el individuo necesita también esferas de estricta privacidad para poder desarrollarse plenamente como tal:"Un hombre que sólo viviera su vida privada, a quien, al igual que al esclavo, no se le permitiera entrar en la esfera pública, o que, a semejanza del bárbaro, no hubiera elegido establecer tal esfera, no era plenamente humano. Hemos dejado de pensar primordialmente en privación cuando usamos la palabra «privado», y esto se debe parcialmente al enorme enriquecimiento de la esfera privada a través del individualismo moderno. Sin embargo, parece incluso más importante señalar que el sentido moderno de lo privado está al menos tan agudamente opuesto a la esfera social —desconocida por los antiguos, que consideraban su contenido como materia privada— como a la política, propiamente hablando."Evidentemente, la labor y el trabajo no siempre han gozado de la consideración positiva que tienen hoy en día. El trabajador es reconocido como parte esencial en el funcionamiento de la sociedad, se le paga un salario regular, se le dan vacaciones y en casi todos los países las bajas y el desempleo son protegidas por el Estado como dos males que es obligado ayudar a remediar a quienes los padecen. En la Antigüedad, buena parte de los trabajos más duros eran desempeñados por esclavos a quienes raramente se reconocía su esfuerzo, para que las élites sociales pudieran dedicarse a la acción política o meramente al ocio. El trabajo duro era algo propio de seres inferiores cuya desgracia era la condición humana menos deseable, pues eran equiparados a animales domésticos. El triunfo del cristianismo en occidente puso en el centro del debate ideológico y teológico la sacralidad de la vida humana, un concepto que ha sobrevivido en nuestros días, reforzándose con la doctrina de los Derechos Humanos. Por contra, la religión impregnó su moral, en muchos aspectos intolerante, a la acción política. El concepto de libertad suprema humana pasó a la esfera de la vida contemplativa, puesto que el paso del hombre por el mundo no era más que una etapa hacia su verdadero objetivo: la vida eterna. Bien es cierto que las democracias occidentales han recogido toda esta tradición filosófica y política y han intentado adaptarla, con todas sus imperfecciones, a Estados cuyas constituciones se basan en el desarrollo de derechos y libertades de los individuos sujetos a leyes creadas por partidos políticos elegidos en elecciones libres. Pero, como bien nos enseñó el siglo XX (y esta una de las obsesiones de la autora de Eichmann en Jerusalén), la historia humana no siempre avanza en línea recta hacia el progreso, el retorno a la barbarie siempre es una posibilidad cierta y cualquier excusa que se haga presente en el incierto devenir histórico, puede servir para justificar cualquier retroceso.