La conjura contra América, de Philip Roth
Editorial Random House. 428 páginas. Primera edición de 2004, esta de 2005 Traducción de Jordi FiblaHasta la mañana del 23 de mayo de 2018, cuando me enteré de que Philip Roth (1933, Newark, Nueva Jersey-2018, Nueva York) había muerto, le consideraba el mejor escritor vivo. Un escritor al que descubrí en la deslumbrante Pastoral americana en 2002, y al que siempre he vuelto, en intervalos más o menos largos. El día que murió pensé que hacía ya mucho tiempo que no me acercaba a uno de sus libros, porque estaba demasiado ocupado con las novedades literarias. Ha transcurrido un año desde entonces hasta que, al fin, he vuelto a Philip Roth. Barajé la idea de leer El teatro de Sabbath, Sale el espectro, La conjura contra América o el conjunto de ensayos ¿Por qué escribir? Al final me decidí por La conjura contra América, porque desde que salió al mercado siempre me pareció que en este libro Roth había roto con el realismo límpido de su trayectoria de autor. En La conjura contra América Roth plantea una ucronía, un subgénero de la ciencia ficción que consiste en novelar una historia en un contexto histórico ficticio. En el 1940 de esta novela, el demócrata Franklin D. Roosevelt no gana su tercer mandato presidencial, sino que lo hace Charles A. Lindbergh, que se presenta por el Partido Republicano. Lindbergh es un personaje real: se hizo mundialmente famoso cuando en 1927, a sus veinticinco años, cruzó por primera vez el Atlántico en un vuelo sin escalas. Más tarde mostró algunas ideas filonazis y fue un ferviente defensor de la no intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En gran medida, Lindbergh culpó, en algún discurso público, a la comunidad judía norteamericana de querer involucrar al país en una guerra que no le convenía. Lindbergh fue uno de los líderes del movimiento aislacionista América Primero. En el Madison Square Garden dio un discurso de América Primero ante 25.000 personas y la multitud le aclamó al grito de «¡Nuestro próximo presidente!». Pero en la realidad, Lindbergh no llegó a postularse como candidato a la presidencia en el Partido Republicano. Y aquí es donde interviene la ficción ucrónica de Roth: ¿qué habría pasado si Lindbergh hubiese entrado en política y en 1940 se hubiera convertido en el presidente de Estados Unidos? ¿Estados Unidos se habría aislado del mundo o se habría ido acercando a la Alemania nazi? ¿Aumentaría el antisemitismo en Estados Unidos? ¿Qué consecuencias tendría para los judíos norteamericanos un presidente pronazi en el contexto de la Segunda Guerra Mundial?
La novela está planteada como unas memorias que relatan lo ocurrido en Estados Unidos desde junio de 1940 hasta octubre de 1942. El narrador de estos recuerdos se llama Philip Roth y tiene siete años en 1940. Es decir, la voz narrativa va a ser muy próxima a la del propio autor. En la página 300 se habla del intento de asesinato de Robert Kennedy en 1968 y en la página 358, al reflexionar sobre lo narrado, se dice que la controversia dura «más de medio siglo». Así que el narrador sería una persona de al menos sesenta años que escribe sobre su experiencia familiar cuando él tenía entre siete y nueve años, entre 1940 y 1942. Como suele ser habitual en Roth, la novela nos lleva hasta Newark, su ciudad natal. A principios de los años 40, en Newark había una comunidad judía de unas 50.000 personas de un total de 500.000 habitantes. Como ocurre en otras de sus novelas, La conjura contra América es también un homenaje a la generación de los padres de Roth, una generación de judíos descendientes de inmigrantes europeos que se sienten completamente norteamericanos y que añoran el Viejo Continente mucho menos que otras comunidades norteamericanas, que en principio podrían parecer más asentadas en el país. «Los hombres del barrio o bien tenían negocios (los dueños de la confitería, el colmado, la joyería, la tienda de prendas de vestir, la de muebles, la estación de servicio y la charcutería, o propietarios de pequeños talleres industriales junto a la línea Newark-Irvington, o autónomos que trabajaban como fontaneros, electricistas, pintores de brocha gorda o caldereros), o eran vendedores de a pie, como mi padre (…). Los hombres trabajaban cincuenta, sesenta, o incluso setenta o más horas a la semana; las mujeres lo hacían continuamente, con escasa ayuda de aparatos ahorradores de esfuerzo. (…) El trabajo, más que la religión, era lo que, a mi modo de ver, identificaba y distinguía a nuestros vecinos. En el vecindario nadie llevaba barba ni vestía al anticuado estilo del Viejo Mundo, y nadie usaba Kipá ni en la calle ni en las casas que solía visitar con mis amigos de la infancia. (…) Desde hacía tres generaciones, ya teníamos una patria» (págs. 13-15).
Las memorias empiezan en el momento en que Lindbergh se convierte en el candidato republicano a la presidencia, y se centra en mostrar cómo la figura amenazante del aviador va afectando a la familia Roth y a sus vecinos. Me ha parecido muy conseguida la construcción de la voz narrativa: la voz de ese adulto que trata de volver a mirar el mundo con sus ojos de niño, pero a la vez con la madurez necesaria para interpretar lo contado desde el punto de vista de un adulto, que ha tenido décadas para reflexionar sobre los hechos narrados.
Evelyn, la hermana de la madre de Philip, va a convertirse en la pareja del controvertido rabino Bengelsdorf, que actuará como legitimador de Lindbergh ante los votantes judíos (o más bien ante los votantes gentiles, en opinión del padre de Philip). La familia empezará a dividirse: la tía Evelyn abrazará los postulados del nuevo presidente y su deseo de dispersar a los judíos cerriles de los guetos e integrarlos en la Gran América. Sandy, el hermano mayor de Philip, también se sentirá cómodo en la nueva administración Lindbergh y empezará a sentirse distanciado de su familia. Alvin, el primo huérfano de Philip que vive con ellos, se mostrará beligerante contra Lindbergh y decidirá viajar a Canadá para alistarse en su ejército y combatir en Europa contra Alemania. Y el padre y la madre irán viendo cómo sus creencias y su confianza en el sistema de vida norteamericano empiezan a tambalearse.
Empecé el libro realmente emocionado por haber vuelto a leer a Philip Roth, y la tensión que se estaba acumulando en sus páginas me atraía mucho. Sin embargo, en algún momento, ya hacia el final, sentí que la historia no iba hacia donde yo había imaginado, y este hecho, este choque entre la lectura real y las expectativas, me estaba conduciendo, en parte, a la decepción. He acabado el libro satisfecho y pensando que la novela de Roth era realmente más sutil de lo que yo creía que iba a ser. Roth, como siempre, ha vuelto a hablar de su familia, su infancia y su Newark natal. Usando el juego de la ucronía, consigue crear bastante tensión narrativa y penetrar en capas profundas de la psique del judío norteamericano.
En su novela El hombre en el castillo (1962), el otro gran Philip de la literatura norteamericana (Philip K. Dick) escribió otra ucronía en la que la Triple Alianza había ganado la Segunda Guerra Mundial y Alemania y Japón se habían dividido Estados Unidos. Dick creaba esta ficción narrativa para situar en ella a sus personajes desesperados y a merced de una realidad que no comprenden y que se descompone (a menudo literalmente) delante de sus ojos. Es decir, Dick usó el recurso de la ucronía sobre la Segunda Guerra Mundial para escribir una auténtica y canónica novela de Philip K. Dick. Igualmente, Philip Roth ha usado el recurso de la ucronía para hablar de su infancia, su pasado, su padre, Newark y la identidad del judío en Norteamérica. Es decir, Philip Roth ha usado el atractivo recurso de la ucronía para escribir una auténtica y canónica novela de Philip Roth. El niño Philip Roth de estas páginas se ha convertido para mí en uno de los personajes más entrañables del universo Roth.