¿De qué hablamos cuando nombramos humanidad?
Lo esencial del ser humano es su naturaleza amorosa que lo cohesiona, su inteligencia indagadora, su conocimiento reflexivo, su inclinación a lo trascendente, su dirección irreversible hacia la consciencia, cualesquiera que sean las formas que adopte en su andar.
¿Cómo relatar, en este frío invierno, en la penumbra que produce la luz del fuego, metáfora de la penumbra en la que vivimos, con el tono de voz de las confidencias, la historia del ser humano desde el momento de su emergencia?
En esa emergencia, en la expresión humana, última y compleja forma tras incontables mutaciones, la vida muestra su absoluta capacidad de creación transformándose en vida consciente, para continuar y dar a luz más vida.
Todo ser humano nace lleno de potencialidades pero frágil y necesitado. Estas características demandan atención plena de los suyos y apreciados recursos para sobrevivir de su entorno. Sus potencialidades maduraran al calor amoroso del hogar que lo acoge, se frustrarán con la carencia de ello o sobrevivirán, a pesar de todo, porque encuentra alternativas resilientes.
En la medida que crece se socializa, su primer círculo se abre y comienza a intercambiar, a interrelacionarse, a participar en otros medios con otros adultos o con sus pares. Conviviendo socialmente, ampliando su entorno, aprende, conoce y se reconoce... madura.
Cuando se eleva independientemente adopta los modelos aprendidos, los enriquece con sus experiencias y de esta manera construye su identidad y define su participación y sus compromisos sociales.
Más tarde, en su etapa de mayor madurez y de mayor acumulación de experiencias se prepara para devolver el patrimonio obtenido y enriquecido a las nuevas generaciones que renovarán los procesos y que darán continuidad a la marcha de la especie humana.
La humanidad se constituye, es la era planetaria:
Así, teje que se teje, una tupida malla envolvente ha sido elaborada, ella nos vincula, nos nutre, nos cohesiona, nos construye y nos transforma en la humanidad de un planeta que es un átomo minúsculo, danzarín en un espacio de inconcebibles dimensiones.
Cada tejedor en su lugar y toda la humanidad en su conjunto danzando al ritmo que impone la Vida, como experta directora de orquesta. Así hemos llegado hasta aquí, en que la emergencia de nuevos conceptos abogan por proponer, a la misma Vida que los ha propiciado, nuevas formas de recrear la eterna danza.
Una danza que se hace desde la consciencia de la temporalidad, desde la constatación de la dependencia, desde la necesidad de la interconexión. Ahora la danza es un balancearse de entradas y salidas desde el paso específico de la identidad individual a la absoluta fusión en el entramado colectivo que pone de manifiesto la identidad única de la especie y su centralidad.
Apoyados por los nuevos conocimientos científicos que transforma los conceptos de materia, de realidad y de espíritu; que genera nuevas preguntas sobre el sentido de la vida, de la presencia del ser humano, de la esencia del Universo; que posibilita dar soluciones a los grandes azotes de la humanidad (dolor, enfermedad, hambre, guerra, muerte); apoyado por un fuerte desarrollo tecnológico (tecnologías de la comunicación y de la información) nunca hasta ahora alcanzado.
Respaldados por una nueva conciencia de ser uno como humanidad, como sociedad, como especie que ha ido labrando este momento, experiencia tras experiencia, generación tras generación, creación tras creación, hasta prolongar los brazos y entrelazar las innumerables ramas de cada brote. Con una consciencia que empuja a transformar el simple tocar en un penetrar para vincularse, confundirse, fecundarse hasta fortalecer el tronco original del gran árbol de la vida.
Entramos en el nuevo estadio en el que toca aprender a convivir, asumiendo que ser humanidad es sentirse implicado en un único proceso de evolución, una evolución pendiente y dependiente de las de los otros.Educación y enseñanza para un nuevo paso evolutivo:
La educación ha de crear ambiente para la alquimia personal y orientar hacia a la consciencia de pertenecer a un TodoUna educación para la comprensión de un mundo: del mundo que soy, del mundo que me acogió y del mundo que rodea mi mundo. Una educación para conocer los mundos, una educación para mejorar los mundos. Una educación para cambiar los mundos. Una educación para entrar en el Mundo.
Una educación que parte del Amor como esencia cohesionadora de todos los niveles de realidad y como significado y sentido de todo el devenir. Una educación que se sostiene sobre el movimiento permanente que es garante de vida y carácter esencial de la Vida. Una educación que asume, ese movimiento, como propio de los procesos en el que se construye la toma de conciencia de lo que somos y que alienta la marcha hacia la consciencia a la que pertenecemos y a la que nos dirigimos. Una educación que está alerta a las emergencias que se producen en los procesos para acompañar con determinación y con ternura maternal, hasta su nacimiento, las nuevas creaciones humanas gestadas por la cooperación consciente y responsable. Una educación que sabe que la evolución constituye el destino del Universo.
Una educación que en un magnífico acto de centralidad asume su papel de transmisora de todo los saberes alcanzados por la humanidad, para potenciar la manifestación de la consciencia a la que también ella pertenece. Una consciencia que le lleva a reflexionar sobre cómo educar, cómo acompañar al despertar consciente y cómo ese despertar ha de estar imbuido del amor, la responsabilidad y el respeto a la diversidad y las diferencias que se dan en el entorno, en los demás y en el sí mismo.
Una educación para desarrollar la capacidad constructora: capacidad de problematización de la realidad, de comprensión de lo real, de aprehensión de nuestra posiblidad y responsabilidad para conducirnos como humanidad.
Una educación para los recién llegados y para los adultos que le acogen, que propicia las preguntas sobre la identidad individual y colectiva del ser en el universo, sobre el sentido del destino, sobre el papel a interpretar en el gran juego de la Vida, en el lugar y contexto que ella les ha colocado y a favor de los objetivos que ella persigue.
Paralelamente, la enseñanza ha de entrar en un proceso de renovación permanentemente, asumiendo su papel de divulgadora de los conocimientos alcanzados, señalando cuáles son los conocimientos pertinentes para alcanzar los objetivos de formación adecuados a la conciencia adquirida.
En la enseñanza se ha de cuidar la forma de transmitir los conocimientos, respetando las etapas evolutivas de los pupilos, abandonando los dogmas y permitiendo la experimentación de los saberes para su constatación en las nuevas y cambiantes realidades y para su enriquecimiento.
Los enseñantes han de actualizar continuamente sus conocimientos y su capacidad de gestión de los recursos con los que cuenta la sociedad y en especial la comunidad educativa, implicando a las instituciones, organizaciones y empresas en la formación de las nuevas generaciones, según las necesidades de formación y en base a los criterios educativos que ésta comporta.
Todo el estamento social adulto, desde etapas tempranas, ha de asumir su papel activo en el relevo generacional, propiciando las relaciones intergeneracionales que fortalezcan el desarrollo físico, intelectual, psíquico y anímico de los más jóvenes, sean o no sus hijos, con amor, generosidad, desapego y gratitud. De esta manera la sociedad vive y transmite el sentido de responsabilidad sobre lo que significa el patrimonio acumulado y la obligación de continuar cuidándolo y mejorándolo.
Para lograr todos estos objetivos, la sociedad en general ha de entrar en un nuevo estado de transformación, siendo consciente de lo que está en juego y asumiendo plenamente los nuevos retos y enfoques que la educación asume. En esta etapa, los maestros y los profesores no pueden ni deben sentirse ni actuar en soledad. Ellos son un colectivo más, aunque especial por su cercanía cotidiana a los procesos educativos, en el proceso de asumir el cambio de perspectiva. Todas las instituciones sociales y todos los adultos son responsables de la transmisión de valores, modelos y virtudes humanas a las nuevas generaciones, nadie queda exento de esta función y de la responsabilidad que supone.
Fuente: Alicia Montesdeoca Rivero.C. Marco