Una forma eficaz de administrar medicación es mediante una inyección. Es decir, introducir en el cuerpo una substancia líquida con la ayuda de una jeringuilla con una aguja metálica hueca en su extremo. Lo que puede varias es la zona anatómica en la que se introduce la medicación.
Puede ser inmediatamente en la epidermis: intradérmica. Un poco más dentro, debajo de la piel: subcutánea. En la masa muscular: intramuscular. O bien en alguna cavidad. En una vena: intravenosa. En el canal raquídeo, alrededor de la meninge: epidural, o en el mismo canal: intrarraquidea. O en otros lugares más recónditos como las sinovias articulares, los ventrículos cerebrales, las cavidades cardíacas o el globo ocular, evidentemente ello sólo en contadas y extraordinarias circunstancias.
Para la gente de la calle una inyección suele ser intramuscular o intravenosa. La primera popularizada en la primera mitad del siglo XX como la idónea para remedios gradualmente más efectivos, como los antibióticos. La segunda, y ya en manos no profesionales, para la administración propia o compartida de psicofármacos con fines recreativos no terapéuticos, a lo largo de el último tercio también del siglo pasado.
(Es un fenómeno curioso cómo muchísima gente que hubiese confesado su terror ante las agujas, y ello tras experiencias de enfermedades comunes tratadas con inyecciones intramusculares durante su infancia, accedieron fácilmente a la autoadministración por vía intravenosa de drogas ilegales.)
Para las familias, padres y madres, la inyección intramuscular ha representado la solución eficaz ante enfermedades agudas de los niños. Especialmente si estaban acompañadas de vómitos como frecuentemente sucede en la infancia que dificultan la administración oral de fármacos. La administración intramuscular retiene su eficacia por que no es reversible. Y también su prestigio por ser la forma de administración de varias de las vacunas obligatorias (o recomendadas). Es algo que “va en serio”.
Más de un profesional se ha visto confrontado con una madre, angustiada y fatigada con un niño con una enfermedad aguda, casi siempre viral, que se prolonga en el tiempo, que exige “¡Póngale ya unas inyecciones que le curen!!” Y, asimismo, miles de niños ha sido víctimas de la innecesaria administración de medicación intramuscular de antibióticos en el curso de virasis. La coincidencia de la mejoría con la administración, ya avanzado el curso de la enfermedad, de los fármacos establece una relación causa-efecto, inyección-mejoría, falsa pero difícil de discutir.
Personalmente no se me escapa la idea de que con la inyección, dolorosa, no haya un cierto “castigo”, una venganza contra el niño por no curarse y no dejar de molestar y angustiar. Lo he visto en los ojos de más de una madre. Lo siento. Fríamente, la administración innecesaria de inyecciones es una forma de maltrato infantil.
La vía intravenosa parece reservada a los ámbitos hospitalarios. La elección de lugar de la punción venosa se ve necesaria de explicaciones para las familias. Especialmente cuando el punto elegido es poco o mal conocido como las epicraneales en los niños más pequeños. Que le pongan un pincho en la cabeza a un bebé justifica de sobras alarmas y angustias en los padres que no conozcan bien de que se trata. Ello obliga a explicaciones precisas. (Por cierto y por poco que se disponga de tiempo, se debe utilizar una anestésico local como la crema EMLA “eutectic mixture of lidocaine…”).
X. Allué (Editor)