Antes de cerrar los ojos, dibuja constelaciones en el cielo. “Hice una para Melissa, como si en las noches de invierno estuviera ahí arriba, entera, alta y sonriente, mirándome”. Lo ha perdido casi todo. Sus seres queridos son fantasmas, como el mundo que conocemos. Sólo tiene el calor de su viejo perro, el sordo Jasper, y las alas de ‘la Bestia’, una vieja Cessna 182 que le permite volar en su celda sin barrotes. Están ellos y está él, Bangley, el ‘Señor Muerte’, un fanático de las armas que le ha salvado la vida varias veces gracias a su arsenal y a una desconfianza esencial en el ser humano.
“Las antiguas reglas ya no sirven, Hig. Han muerto, igual que los pájaros carpiteros. Desaparecieron con los glaciares y el gobierno. Vivimos en otro mundo. Otro mundo, otras reglas. No negocies nunca, jamás”, le repite Bangley antes de matar al penúltimo invasor. Otro mundo, el nuestro dentro de 20 años, después de que un virus haya matado al 99% de la población y el cambio climático haya terminado con elefantes, leones, atunes… truchas y haya convertido al alce en un animal mitológico. El pasado es una ruina calcinada. El futuro no existe. El presente está repleto de soledad. “Los que quedan - admite Hig - son casi todos Poco Agradables”.
Aún así, odia matarlos, porque cada vez que lo hace mata al hombre que fue. ”Recordé que Dylan Thomas, cuando lograba escribir la primera palabra de un nuevo poema, se iba al pub a emborracharse para celebrar que había roto el vacío del silencio”. Hig no escribe su relato, solo nos lo cuenta al oído, como si fuéramos personajes invisibles en ese decorado apocalíptico. Cuando tenga confianza con nosotros nos contará que antes de que el mundo se fuese a la mierda escribió 30 poemas, 23 para su mujer. Que era contratista. Que no podía soportar su trabajo. Que su poema preferido es de Li Shangyin, un poeta chino del siglo IX que escribió “algún día volveremos a estar juntos”.
Es imposible leer ‘La constelación del perro’ sin tener ‘La carretera’ presente. Como en la distopía de Cormac McCarthy, una lata de Coca Cola es un tesoro. Como en ‘La carretera’, los otros supervivientes son el enemigo, tipos que violarán a tu mujer y a tus hijas, caníbales que devorarán tu cadáver, o enfermos que pueden contagiarte la mutación del virus. Pero, al contrario que en ‘La carretera’, el sol aún calienta los días, los arroyos todavía tienen agua limpia, las estrellas iluminan las noches. Mirándolas, Hig puede pensar que todo es una pesadilla, que despertará al lado de la mujer que ama. La luz no ha desaparecido en el futuro terrible que ha creado Peter Heller.
Comencé ‘La constelación del perro’ la noche del sábado pasado y la terminé el lunes. Si hubiera podido, no habría parado hasta leerla del tirón. Todo lo que hice mientras no leía me pareció un paréntesis, un tiempo sin importancia antes de volver a volar con Hig en ‘La Bestia’, antes de descubrir si la búsqueda de Hig tendría éxito, antes de ver si encontraría algo más que la obligación de vivir para seguir vivo, si lograría dejar de sentir “que no lo habíamos perdido todo salvo la vida”. Ver, sí, porque Heller tiene el don de hacernos ver ese mundo destruido a través de los ojos de Hig. Hacernos creer que cada uno de sus vuelos puede ser el último.
Ha escrito Enrique de Hériz que “no se podrá discutir que (‘La constelación del perro’) encaja en la tradición de Hemingway, de Jack London, de las grandes historias de aventureros condenados a forjar con esfuerzo y grandes dosis de fe su única felicidad posible”. Sí, este superviviente que se siente viejo a los cuarenta tiene algo de los héroes de London, esos hombres que aman y necesitan la naturaleza. Bangley piensa que High es una ’nenaza’. Hemingway estaría de acuerdo, pero no creo que pusiera pegas al estilo directo de Heller, a sus frases cortas y veloces. Sí, ‘La constelación del perro’ fue un best seller en Estados Unidos. Blackie Books se merece que lo sea en España.
‘La constelación del perro’. Peter Heller. Blackie Books. Barcelona, 2014. 320 páginas, 21 euros.
Pd.: Si pincháis aquí podéis leer las primeras páginas de la novela. Advertencia: saldréis disparados a comprarla.