Con su aspecto de aseado deportista, con la estudiada sonrisa de triunfador al estilo de los Kennedy y de los atletas de la NBA, el líder socialista, Pedro Sánchez, posee ambición y competitividad, y quiere llegar a ser el número uno de España.
No pudo hacerse campeón como jugador profesional de baloncesto, pero desea conseguirlo haciendo reformar la Constitución, aunque deba unirse al equipo del diablo.
El diablo para la democracia es una reforma constitucional que, con las exigencias crecientes de los nacionalismos y la ultraizquierda de Podemos, con quienes ya se alió, podría llevar a un período constituyente para convertir España en una III República, aunque realmente en varias repúblicas semi o totalmente independientes.
La España actual está crecientemente inmersa en populismos y pequeños patriotismos, con las influyentes televisiones y redes sociales destruyendo la convivencia, fruto del exitosos 1978, a cambio de odiante audiencia.
Están convenciendo a grandes masas de que todo es corrupción y pobreza, sin advertir que son corregibles, y que lo que proponen será, como Grecia, infinitamente peor.
Ver al griego Alexis Txipras como un patriota mussoliniano, entusiásticamente aplaudido en el Parlamento Europeo por Pablo Manuel Iglesias, los nacionalismos autonómicos y por Marine Le Pen, debe hacer temer como aliados a estas virulentas fuerzas antisistema.
En Francia no hay peligro de desintegración, pero en España sí, y Podemos ya ha llegado a acuerdos en Cataluña con CV-EUiA y Procés Constituent para formar candidaturas conjuntas y defender, textualmente, la creación de “Una república catalana tan compatible con un horizonte independentista como con uno federalista o confederalista”.
Aquí están Pedro Sánchez y sus ambiciones de campeón frustrado, que para culminarlas ha pactado ya en distintas CC.AA. con esas fuerzas anticonstitucionalistas, con las que desconstitucionalizará España, si puede.
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