Sin poderse sacudir de los señalamientos y voces en su contra, Catar alberga la Copa del Mundo entre los sonidos de multitudes y los llamados a los rezos.
Por Pablo Vázquez Rivera
Producto de una polémica desinación doble que otorgó los Mundiales a Rusia 2018 y a Catar 2022 en la recta final de la administración de Sepp Blatter como presidente de la FIFA, cosecha del trabajo de compra de votos o inducción a los mismos que encumbraron al suizo como el mandamás del órgano rector del futbol desde 1998 por encima del sueco q.e.p.d Lenart Johansson, son los que permiten presenciar en una tierra sin arraigo futbolero, sin respeto a derechos de trabajadores quienes a sudor y sangre edificaron con sus vidas majestuosos estadios y en una tierra en la que las voces de las minorías no son escuchadas, ahí se celebra la justa mundialista de este 2022.
Las promesas de campaña de cabildear naciones y colectar votos para su gestión del político y gran empresario del juego Sepp Blatter debían cumplirse aún si ello tuviera de por medio el descrédito, las sospechas e investigaciones posteriores del FBI en las que FIFA quedo expuesta una vez más a las prácticas políticas en las cuales algunas naciones no necesariamente respetuosas de las problemáticas sociales, derechos humanos e injusticas en contra de su propio pueblo han recibido la bendición de FIFA y su venia para organizar un Mundial de futbol.
Al igual que en Catar 2022, Argentina 1978 en plena dictadura y a unos cuantos metros del estadio Monumental en el que se realizaban actos de tortura se disputó y vivió el primer momento más especial para los argentinos en su historia futbolística, así también para el mundo que hoy debe considerar en medio de la fiebre futbolera para todos aquellos que miran frente a un televisor o dispositivo electrónico o quienes lo hacen directamente como visitantes al país.
"La Copa del Mundo atrae una inmensa atención de los medios de comunicación internacionales y de los aficionados, pero hay un lado oscuro del torneo que está eclipsando el fútbol", dijo Minky Worden, directora de iniciativas globales de Human Rights Watch. "El legado de la Copa Mundial de 2022 dependerá de si Qatar remedia con la FIFA las muertes y otros abusos que sufrieron los trabajadores migrantes que construyeron el torneo, aplica las recientes reformas laborales y protege los derechos humanos para todos en Qatar, no solo para los aficionados y futbolistas visitantes".
A pesar de las repetidas advertencias de los propios trabajadores y de numerosos grupos de la sociedad civil, la FIFA no impuso condiciones estrictas para proteger a los empleados y se convirtió en un facilitador complaciente de los abusos generalizados que sufrieron los trabajadores, incluidas tarifas de contratación ilegales, robo de salarios, lesiones y muertes, señaló Human Rights Watch.
La polémica y esta clase de abusos conviven de la mano junto a las historias como la del regreso a un Mundial de la selección de Gales, misma que no acudía a una cita de esta naturaleza desde Suecia 1958, el regreso de Canadá a la competencia, así como también para saber qué pasará en la inminente última participación de Lionel Messi, Cristiano Ronaldo o bien si Francia podrá repetir su título de Rusia 2018 e igualar a Brasil como único bicampeón del torneo entre 1958 y 1962.
Si Qatar 2022 fue capaz de invertir más de 2 mil 200 millones de dólares para ser sede el campeonato del mundo en infraestructura en estadios, hoteles, metro y más recursos podrá pagar lo que sea y comprar los comportamientos y discursos de los involucrados, como ya ocurrió con el titular de FIFA, Gianni Infantino quien sentenció "dar lecciones morales a Qatar, yo soy europeo y Europa debería ofrecer disculpas por los últimos tres mil años de abusos y por los siguientes tres mil más por venir, antes de querer dar ese tipo de lecciones, Occidente no está en posición de dar ese tipo de mensajes" todo ello a unas horas de iniciar la fiesta del futbol.