En la fe cristiana, hay pocas cosas que demuestren la acción divina como un cuerpo incorrupto, pues es una prueba que perdura indefinidamente y desafía la lógica de cualquiera que sepa los procesos por los que pasa habitualmente un cadáver. Dado que es fácilmente reconocible, incluso el propio pueblo, sin intervención eclesiástica, podía proclamar la incorrupción de un cadáver, pero esto se convirtió en un problema para la iglesia.
En la doctrina cristiana, un cuerpo incorrupto demostraba la victoria sobre la muerte, señalando la su conexión directa con Dios para que resucite en el fin de los tiempos. Por lo tanto, estos actos milagrosos contaban en la declaración de la santidad. Como las reliquias, la presencia de un santo implicaba la posibilidad de atraer peregrinos y hacer crecer la congregación. Por el contrario, como con la proclamación de santos, había demasiada libertad a la hora de distinguir a estos cadáveres. Si entre las filas de santos podían surgir algunos de existencia dudosa, entre los cadáveres, podía aparecer incorrupto alguien que no hubiera seguido las doctrinas cristianas. En ambos casos, el descontrol comenzaría a regularse con la reforma protestante. Estos destruyeron estos objetos de culto, que consideraban inadecuados y falsos. En respuesta, la iglesia católica decidió ser más estricta a la hora de valorar los cadáveres. En la canonización de muchos santos, médicos de formación universitaria inspeccionaban los cadáveres para valorar la incorrupción. La cuestión era, ¿cuánta descomposición era permisible?
Ante esta pregunta, la iglesia reconocía que, en su permanencia terrenal, los santos no eran ajenos al paso del tiempo y que cuando llegara el día de resucitar, se recompondrían. Esto dejaba margen a los médicos para confirmar que el cuerpo se conservaba excepcionalmente, pero también para negociar si ceder ante la iglesia y declararlo incorrupto o negar el milagro. Esto le ocurrió al papa Gregorio X (1210-1276), reconocido tras su muerte por su cuerpo incorrupto de olor dulce. Sin embargo, en 1625, por falta de un amplio patrocinio, los médicos solo hicieron una observación informal donde se percataron que el cuerpo ya no se conservaba tan bien como se esperaba.
En esa época, la influyente obra anatómica de Andrés Vesalio generó una nueva forma de entender la medicina. Entonces, se creía que una disección era capaz de revelar cualidades de las personas que incluso estas desconocían en vida. Por lo tanto, era natural que la iglesia recurriera a los médicos para intentar validar la santidad. Bajo la doctrina de Tomás de Aquino, visualizaban, palpaban y diseccionaban todo el cuerpo en varias condiciones distintas, como la hora del día o el tiempo atmosférico, y determinaban si la supuesta incorrupción era preternatural o sobrenatural. En el primer caso, se tratan de fenómenos extraordinarios pero que actuaban bajo las leyes naturales, mientras en el segundo eran fenómenos inexplicables de causa divina. De esta manera, a veces desvelaban intervenciones evidentes de hacer pasar un cadáver como incorrupto. A pesar de ello, dependía de la integridad del médico dejarse llevar por el fervor popular, eclesiástico o las rivalidades en las canonizaciones.
Por tanto, ¿se puede confiar en la veracidad de la incorruptibilidad? Pues, como mínimo, la acción divina se pone en duda. Para empezar, no son cuerpos que suelan permanecer enterrados en el suelo. En su lugar de reposo, normalmente son atendidos, cuidando las condiciones para preservar el cadáver. Por ejemplo, San Carlos Borromeo fue embalsamado poco después de morir, vigilado en su tumba, recibiendo nuevos ataúdes y retirándose temporalmente cuando se descubrió humedad en el recinto, manteniéndose en un relicario hermético desde entonces. Otro ejemplo es San Felipe Neri, a quien se le retiraron las vísceras en la autopsia previa al embalsamamiento. A pesar de ello, se declaró su incorruptibilidad cuando se descubrió en buenas condiciones, aunque cubierto de telarañas y polvo.
Esa incorruptibilidad puede ser temporal, como en el caso de san Eduardo el Confesor o santa Inés de Montelpuciano, declarados en buenas condiciones en las décadas posteriores a morir pero convertidos en huesos en los siglos siguientes por la humedad del lugar de reposo. En otros casos, como en San Ubaldo de Gubbio, se han analizado y presentaba todos los signos de la momificación, pero debido a que su tumba era seca. Otros casos son sospechosos porque mejoran con el tiempo. Santa Bernardita de Lourdes tenía señales de momificación a los 30 años de morir, mostrando delgadez típica, pero solo hace falta ver su estado actual que ya no es así. En estos casos, se suele recurrir a líquido de embalsamar o se cubre la cara con cera.
- Bouley, B. (2016). Negotiated sanctity: incorruption, community, and medical expertise. The Catholic Historical Review, 102(1), 1-25.
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Nickell, J. (2007). Relics of the Christ. University Press of Kentucky.