Revista Cultura y Ocio
Yo soy el narrador y nunca me meto en una conversación que no existe entre dos mujeres de un cuadro, aunque ahora mismo le estés contando a tu mejor amiga, delante de un té verde con limón, que ya tienes casi cuarenta, que te acabas de comprar a muy buen precio esta mañana ese abrigo naranja que cuelga del perchero y que a veces también la soledad te provoca un sentimiento físico de frío, por eso duermes en primavera con dos edredones nórdicos y una gruesa manta por encima.
Le dices-sin apenas mover tus labios rojos- que no es sexo lo que quieres, que eso es lo de menos, pues si sales a buscarlo cualquier noche la mayor parte de los hombres estarían demasiado dispuestos, incluso, a consolarte durante esos diez o quince minutos de precipitada y húmeda intimidad. Encontrar un hombre simplemente para eso no tiene ningún valor o mérito añadido. Ya los tuviste así y sabes que es una de las cosas más fáciles de llevar a cabo en este puñetero mundo para una mujer, le susurras... y ella, tu amiga, asiente porque te entiende perfectamente.
Más sencillo casi que abrir un libro, limpiar una ventana empañada o hacer sonreír a un niño con una bolsa de golosinas en una mano y algo de colores moviéndose en la otra.
Por eso te encargas de dejar muy claro que lo que buscas es tan sencillo y tan complicado a la vez como tener alguien a quien abrazar y que te abrace cuando te levantas tarde ese sábado que no trabajas.
Alguien con quien desayunar café con tostadas de mermelada de albaricoque mientras te agarra por detrás y te dibuja caricias en la nuca con las que te hace sonreír por dentro y por fuera.
Alguien que te lea un cuento o se invente cualquier historia mientras te abraza en las gélidas noches de lluvia de noviembre.
Alguien con quien quedarte dormida mientras habláis de las infinitas combinaciones de futuro que, de repente, surgen al ser dos-uno-dos-uno-tres y compartir los mismos miedos y sueños que probablemente nunca se cumplirán del todo, aunque casi-a lo mejor-es posible que sí si os lo proponéis seriamente.
El futuro siempre es más llevadero entre dos, le dices. Tanto la alegría como la tristeza se divide en partes iguales. Si algo define al amor, digan lo que digan los científicos y los poetas, es esto precisamente. Esta asignación de recursos, esta distribución equitativa de pesos y levedades a lo largo de la vida.
Y sabes perfectamente que a tu mejor amiga su marido la engaña con otras mujeres mucho peores que ella e incluso llegó a ponerle la mano encima en alguna ocasión. Por eso, piensas, siempre se pone de espaldas en este nuestro cuadro, para que nadie le pueda notar en el rostro esa mirada de infinita tristeza y desesperanza que les queda a las personas cuando lo pierden absolutamente todo menos los zapatos empapados por los charcos en las aceras rotas por las que circulan a toda velocidad sin mirar nunca para abajo.
- ... mejor sola que mal acompañada, ya sabes- se lamenta la mujer que siempre está de espaldas y que es tu mejor amiga.
Y ella sabe muy bien de lo que habla. La intentas animar, pese a que la has acompañado en dos ocasiones a altas horas de la madrugada a algún solitario hospital, mientras se inventaba alguna excusa contra sí misma para volver a casa temblando al amanecer.
Él la esperaba despierto entre súplicas y viejas promesas que se incumplirían un par de semanas después, contagiado durante unos momentos de ese remordimiento liviano que tienen los niños cuando cogen un caramelo que no es suyo.
Un arrepentimiento tan llevadero que cabe en medio bolsillo.
Ella habla y tú la escuchas. Ese jersey verde manzana de escote en V te queda muy bien. Te lo digo sólo como narrador.
- ... desde que era niña, siempre me gustó leer en la cama... por eso yo sólo quería a alguien que me quitase con delicadeza el libro del pecho cuando me quedase dormida y me diese después un beso en la frente... nada más... eso es lo que yo entendía por respeto, compromiso y cariño...¿era esto pedir demasiado?
No, le contestas, no era pedir demasiado.
Sí, piensas sin decírselo a la cara, sí es pedir demasiado, porque tú sabes que en este mundo la mayor parte de los hombres que conoces no saben cómo retirar con delicadeza un libro del pecho. Nadie se ha preocupado por enseñarles este tipo de cosas. No lo hacen con el cariño y la ternura suficientes para evitar que la soledad o su compañía no te provoquen ese sentimiento físico de frío que en ocasiones sientes que te gatea por el estómago.
Pero, sin embargo, compadeces sinceramente a tu mejor amiga- la que siempre está de espaldas en el cuadro y a la que acompañas a hospitales de madrugada- aunque en tu interior planea todavía la esperanza de no acabar como ella y que pese a tus casi cuarenta y al abrigo naranja que cuelga del perchero todavía puedas encontrar a alguien que sepa cómo retirar con delicadeza un libro de tu pecho dormido y darte un beso en la frente después para quitarte de golpe esa sensación de frío que te deja algunas noches la soledad...
Y aquí podría daros un consejo a ambas, pero es que yo soy el narrador y nunca me meto en una conversación que no existe entre dos mujeres de un cuadro.
Atardece. Acabad sin prisas el té verde con limón y no os olvidéis de coger vuestros abrigos naranjas para protegeros del frío de la noche mientras no se descuelga sobre vosotras la primavera.
Saludos de Jim, mujeres del cuadro. Ha sido todo un placer.