Revista Cultura y Ocio

La convocación (parte II)

Publicado el 29 mayo 2010 por Lorena
   Buenas, y lluviosas, tardes. Bien, la votación indica que nuestros amigos deben abrir la puerta, y lo hacen; pero el cuento todavía no está terminado, falta el final.
   Otra vez les voy a dejar a ustedes elegir el camino a seguir. En base al resultado de la votación, publicaré el sábado que viene el final del cuento.
   También como la otra vez: si nadie vota o si hay empate, elijo yo (sigo siendo democrática).
   Una cosita más: este cuento en partes es un experimento. Para aquellos a quienes les gustó, les comento que tal vez haya otros sí. Para aquellos a quientes no les gustó, sepan que no siempre los cuentos van a ser así.

La convocación (parte II)
   Los golpes resonaron una vez más y Sebastián oyó que alguien se levantaba, probablemente, Sergio.
  —¿Qué… qué está pasando? —preguntó Samuel una vez más.
  —Nada, Sam —contestó Sebastián—. Vamos a ver qué sorpresa nos tiene preparada Sergio, tal vez todavía puede salvarse la noche.
  Sebastián se quedó quieto mientras Sergio, quien parecía moverse bien en la oscuridad, pasó a su lado. La puerta se abrió poco después, y un fuerte viento se arremolinó en la habitación.
  Al unísono, las velas se encendieron. Samuel, sobresaltado, se echó hacia atrás. Sebastián miró a su alrededor; solo estaban ellos tres en la habitación. Sergio aún con la mano en el picaporte; la puerta abierta.
  De repente, Sebastián comenzó a reírse.

  —¡Muy bueno, Sergio! ¡Muy bueno! ¿Cómo hiciste para que se prendieran solas? —se acercó a una de las velas—. ¿Son algún tipo de vela mágica?
  Samuel, un poco más relajado, se acercó otra vez al pentágono dibujado en el centro de la habitación. Sergio, con calma, cerró la puerta y volvió junto a sus amigos. Se sentó en el mismo lugar que estaba antes.
  —No fui yo —dijo con calma—, fueron ellos.
  Sebastián lo miró aún con una sonrisa en los labios y volvió a sentarse.
  —Bien, seguiré jugando un rato más.
  —Podemos preguntar hasta que se consuman las velas —explicó Sergio—. No debemos insistir; si no contestan a la primera, pasamos a otra pregunta. ¿Quién quiere empezar?
  —¿Podemos preguntar cualquier cosa? —murmuró Samuel—. ¿Lo que sea?
  —Sí, pero recuerda que ellos son los que eligen si contestan o no.
  —Mi padre —susurró Samuel.
  Las velas ardieron con más fuerza y la sombra de una de ellas, la más cercana a Samuel, comenzó a prolongarse.
  —¿Qué…?
  —No te muevas —le dijo Sergio—, no te muevas y no tengas miedo.
  Samuel temblaba mientras veía la sombra alargarse hacia él, trepar por sus piernas, sus brazos, y llegar hasta su mano. Se envolvió en su muñeca y estiró un apéndice que comenzó a acariciar el dorso de su mano.
  De pronto, sintió que se clavaba en su piel.
  —¡No te muevas! —repitió Sergio.
  —¿Qué está pasando? —Sebastián amagó con levantarse.
  —¡No! —lo detuvo Sergio—. Tú tampoco te muevas; no le harán daño, sólo contestarán su pregunta.
  —Pero si no preguntó nada.
  —Tal vez no en voz alta.
  Samuel se mordió el labio inferior mientras veía el oscuro apéndice dibujar en su mano, dejando un rastro de sangre. Cuando creía que ya no lo iba a soportar más, la sombra se retiró rápidamente de él.
  Samuel se quedó atónico mirando su mano.
  —¿Sam? —preguntó Sebastián.
  —Tal vez no nos guste la respuesta —dijo Sergio—, pero siempre son verdaderas.
  Sebastián le dirigió una mirada exasperada a su amigo y lo intentó otra vez:
  —¿Sam? ¿Estás bien…? ¿Qué…?
  —¿Cuándo? —preguntó Samuel sin quitar la vista de su mano.
  Las velas refulgieron y una sombra corrió hacia Samuel de nuevo.
  —¿Qué está pasando? —Sebastián se levantó—. Esto es…
  —¡No! —gritó Sergio estirando la mano.
  Pero ya era demasiado tarde, otra sombra se disparó de una de las velas y se enroscó en los pies de Sebastián: lo hizo caer.
  —Te dije que no te movieras, no debemos movernos mientras lo hacen ellos.
  —Esto es una locura —murmuró Sebastián, pero ya no sonaba tan seguro. Miró a Samuel que seguía absorto en su mano.
  La sombra se retiró poco después, y Sebastián sintió que también aflojaba la suya.
  —Vuelve a tu lugar —ordenó Sergio—, y no vuelvas a moverte.
  Sebastián lo miró con odio, y no se movió.
  —¿Sam?
  Samuel se balanceaba lentamente y murmuraba para sí.
  —No puede ser… no puede ser…
  —¿Sam? ¿Estás bien? Será mejor que nos vayamos.
  —No —Sergio suspiró—. No podemos irnos hasta que se consuman las velas.
  —Tonterías.
  Sebastián se puso de pie y se acercó a Samuel.
  —Vamos, Sam.
  Estiró el brazo, pero se quedó tieso al ver la mano de su amigo. Estaba sangrando y tenía escritas dos líneas: No y 6m.
  —¡Samuel! —dijo Sebastián buscando un pañuelo en sus bolsillos, lo puso sobre la mano de su amigo, estaba caliente—. ¡Estás loco! —se volvió hacia Sergio—. ¿Qué clase de juego es este?
  —No es un juego. Por favor, vuelve a tu lugar.
  —Ni en sueños —Sebastián tiró de Samuel poniéndolo de pie—. Vamos, Sam, salgamos de aquí.
  —No podemos —dijo Sergio.
  —¡Claro que sí!
  —No —Sergio sonaba cansado—, ¿no lo entiendes? Si nos vamos, se irán con nosotros. Debemos esperar a que se consuman las velas. Debemos cerrar la invocación.
  Sebastián lo miró dudoso, su razón le decía que aquello no era real, no era posible, pero… la mano de Samuel. La mano de Samuel…

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