Revista Cultura y Ocio

La convocación (parte III)

Publicado el 05 junio 2010 por Lorena
   Para alegría de muchos, hemos llegado a la tercera y última parte de este relato. Nuestros amigos, de acuerdo a la votaciones, se quedan hasta el final y nosotros seremos testigos de ello.
   Espero que el resultado haya sido satisfactorio; me gustaría escuchar sus opiniones.

La convocación (parte III)
   Samuel murmuraba para sí, ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
  —Siéntense —dijo Sergio—, terminaremos con esto como es debido.
  Sebastián lo miró dudoso, pero finalmente ayudó a Samuel a sentarse y se acomodó a su lado.
  —No —dijo Sergio—, vuelve a tu lugar.
  —¿Qué importa…?
  —Importa —dijo Sergio imperturbable.
  Sebastián se levantó de mala gana y regresó a su sitio.
  —Más vale que terminemos esto pronto.
  —¿Samuel? —llamó Sergio—. ¿Tienes alguna otra pregunta?
  Samuel levantó la mirada, extraviada y sanguinolenta.
  —¿Por qué?
  Los tres miraron las velas al unísono, pero nada sucedió. Esperaron en vano, hasta que Sergio rompió el silencio.

  —No contestarán esa pregunta, ¿otra? ¿Sebastián?
  —¡No! —sorprendió Samuel a sus amigos—. Quiero saber por qué —sus labios temblaban con furia.
  —Ya te expliqué las reglas —le recordó Sergio—, si ellos no quieren contestar…
  —Tienen que hacerlo, tienen que decirme por qué mi papá muere en seis meses —su voz se convirtió en u susurro—. ¿Por qué?
  —Oh, Sam —murmuró Sebastián y amagó a levantarse nuevamente, pero entonces las velas crepitaron con fuerza.
  El fuego se elevó hacia el techo, y las sombras se agitaron a su alrededor.
  —¡No! —gritó Sergio— ¡No quisimos molestarlos! ¡Retiramos la pregunta!
  Las sombras se abalanzaron sobre Samuel. Sebastián intentó acercarse a él, pero unos tentáculos negros lo tumbaron contra el suelo, reteniéndolo allí. Sergio murmuraba frenéticamente. Las sombras se enroscaron en Samuel, con mil dedos furiosos clavando en su carne.
  Samuel gritó una sola vez y cayó sobre sus espaldas. Su cuerpo comenzó a convulsionarse poco después, mientras las sombras lamían su cuerpo, marcando oscuras venas.
  Luego, tan repentinamente como estallaron, las velas se apagaron y la habitación quedó a oscuras.
  Sergio se calló. Sebastián reaccionó poco después, y se apresuró hacia Samuel.
  —¿Sam? ¿Están bien? ¿Sam? —tiraba del brazo de su amigo, golpeándole allí donde podía— ¡Contesta! ¡Sam!
  Sergio gateó hasta una de las velas y la palpó con cuidado; murmuró extrañas palabras antes de prender un encendedor.
  —Se ha terminado —dijo con calma—, la invocación se terminó.
  Se acercó a Sebastián que seguía zarandeando a Samuel. A la luz del encendedor vieron el rostro sorprendido de su amigo, la piel abrasada por líneas rojas de indescifrable escritura, los ojos vacíos.
  —Sam —murmuró Sebastián.
  —Le dije que no debía insistir —dijo Sergio.
  Sebastián miró a su amigo, embargado por el odio. Una sombra cruzó su rostro.
  —No —susurró Sergio retrocediendo—, cerré la invocación.
  Sebastián sonrió, y sus ojos se oscurecieron. Sergio trató de alumbrar a su alrededor, y lo vio: una de las velas no estaba totalmente consumida.
  Se volvió hacia Sebastián y comenzó a murmurar rabiosamente. No sirvió de nada. La luz del encendedor se apagó poco después.

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