El doloroso escándalo de la Asociación Madres de Plaza de Mayo
Eran las 6 de la mañana del 10 de diciembre de 1982. Las Madres de Plaza de Mayo habían convocado a la primera Marcha de la Resistencia. La dictadura cercó la plaza con vallas e infantes y la ronda se hizo en la Avenida de Mayo. A esa hora, un rato después de la salida del sol, la voz potente de Hebe despertaba a quienes habían dormido en las veredas de la avenida: "¡Vamos, compañeros, vamos! ¡Arriba, arriba!".
¿Quiénes quedan, de aquellos tiempos de riesgo, alrededor de la Asociación Madres de Plaza de Mayo? Casi nadie.
Si la política suele implicar dolores, este es, seguramente, uno de los momentos más dolorosos de la historia de luchas del pueblo argentino en treinta años, dado en un símbolo tenebroso: los actuales defensores de la Asociación son sus enemigos de hace tres décadas. En aquel 1982, las cabezas del actual gobierno, las que cooptaron los restos de aquella organización, se enriquecían en la Patagonia usurereando a pequeños productores y propietarios gracias a la Circular 1050 de la dictadura. Eran amigos de la intervención militar en Santa Cruz, no de las Madres. Y si alguien decía entonces que las Madres, con dineros del poder, se transformarían en la segunda empresa constructora de la Argentina, sólo detrás de Techint, eso habría sido una provocación definitiva, de esas que cuesta responder con palabras.
Más adelante, cuando Carlos Menem hostigaba a las Madres frontalmente, sus actuales protectores decían que ése era "el mejor gobierno de la historia argentina después de Perón".
Es cierto lo que dice Luis Bruschtein en Página/12 del sábado 4, cuando al hablar de las Madres de tiempos pasados recuerda que "cada cosa que se inventó (contra ellas) las fortaleció y se revirtió en contra de sus detractores".
Ése es, precisamente, el problema: antes de su integración al aparato estatal, los enemigos de las Madres, desde el poder del Estado, debían inventar, difamar y mentir para atacarlas. Ahora eso se ha invertido: el gobierno, sus antiguos enemigos, deben darse modos para mentir y encubrir negociados infamantes con dineros públicos. Siempre han hecho eso, pero esta vez traspusieron todo límite y han dado un golpe enorme: han destruido de manera humillante lo que fue un símbolo de lucha y resistencia. Por eso las defiende Página/12, desde cuyas páginas, en el pasado, Horacio Verbitsky era uno de los que mentían y difamaban para atacar a las Madres.
Las cuentas "ordenadas"
En 2006, después de que se viera obligada a huir del gobierno cuando le encontraron en el despacho una bolsa con 60 mil dólares, Felisa Miceli, ex ministra de Economía, recaló en Madres por recomendación de Oscar Parrilli, el secretario general de la presidencia. Su objetivo era "ordenar" las cuentas de la Fundación, que ya presentaban oscuridades contables que hacían temer que ocurriera algo como lo que ocurre ahora. Ya se ve en qué terminó ese "ordenamiento".
La maniobra que han pergeñado ahora es simple: toda la culpa es de Sergio Schoklender, y hasta Hebe de Bonafini, su protectora de siempre, declara que si su "hijo" de antaño cometió delitos "que vaya preso", que él y su hermano Pablo son "ladrones y traidores". El otro, a su vez, dice que él sólo era "un gestor" y que "todas las decisiones las tomaba Hebe". Esto hiede por donde se mire.
¿Podía todo el mundo ignorar, incluida la Asociación, que Schoklender se contrataba a sí mismo para construir las viviendas "sociales" que hacía con un sobreprecio de casi el 100 por ciento? Sólo cuando estalló el escándalo, el Boletín Oficial de la provincia de Buenos Aires reveló que Schoklender es el director de la constructora Meldorek y el dueño del 90 por ciento de las acciones de esa compañía. El 10 por ciento restante pertenece al piloto personal de Schoklender, propietario además de dos aviones, un yate y una Ferrari de 250 mil dólares. El que con toda seguridad sabía cómo funcionnaban las cosas era el Banco Central, que ocultó una parva de cheques de Schoklender, rechazados por falta de fondos, y le permitió seguir operando.
Con dineros del Estado, la Fundación Madres llegó a tener casi 5 mil empleados. Ahora ya es una trasnacional que, Cancillería mediante, vende casas en Uruguay por un convenio con el gobierno de José Mujica ¿Ahora, con la explosión del escándalo, dice Bonafini que Schoklender quería convertir a la Fundación "en una empresa"?
La enorme estafa financiera, moral y política que se ha cometido no podría haber sucedido jamás sin la complicidad activa del Estado. Por eso la Unidad de Información Financiera (UIF), que depende del gobierno nacional, demoró más de un año en remitir a los tribunales el expediente abierto por una denuncia contra Schoklender por lavado de dinero. Es decir: la elevó cuando el escándalo estuvo en la tapa de los diarios, no antes.
De Macri a Capitanich
La complicidad con el negociado incluye al gobierno porteño. Bonafini podrá llamar "hijo de puta" a Mauricio Macri, pero el dinero entre las cajas de la Ciudad y las de la Fundación fluye abundante, aún con cortocircuitos: el viernes 27 de mayo, cuando el escándalo ya estaba en la tapa de los diarios, el gobierno de Macri le giró a la Fundación casi 10 millones de pesos. El titular del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) es Omar Abboud, "un hombre de buena relación con la Fundación y con Schoklender" (La Nación, 4/6). Abboud había anudado esa buena relación cuando era ministro de Derechos Humanos del gobierno de Jorge Telerman. El viernes pasado, Abboud declaró que "el barrio de Castañares funciona bien", después de librar otros 2,4 millones de pesos a la orden de la Fundación. Tan buena es la relación que se archivaron denuncias del gobierno de la Ciudad contra Schoklender, según informa el Ministerio Público Fiscal.
En el Chaco, Carlos López, coordinador del Midj, sostuvo que, en esa provincia, las denuncias contra Schoklender "cayeron en vía muerta porque el gobernador, Jorge Capitanich, quedaba salpicado", puesto que todos los trámites eran hechos por sus ministros. Las construcciones chaqueñas de la Fundación, añade López, "eran casas prefabricadas con placas de fibrocemento y telgopor, bulonadas en las esquinas. Esas unidades no resisten en localidades como las nuestras, con vientos muy agresivos".
Ahora, los alcahuetes oficiales dan la línea en Página/12: "Si la denuncia es contra Schoklender, no se entiende el motivo de centralizar en las Madres o el kirchnerismo", escribe Bruschtein. Uno en cana para que se salve a la banda.
La cooptación política pudre todo lo que toca.
Alejandro Guerrero