Derecha=corrupción pues ¿qué otra cosa significa apoderarse pacíficamente de la plusvalía del trabajo que los otros realizan para sobrevivir? Y se me dirá: “oiga, que todos los de la derecha no son empresarios” y es verdad, la inmensa mayoría de ellos no lo son pero están completamente de acuerdo con este sistema políticoeconómico de explotación de los demás, es lo que se ha dado en llamar ahora tontos de los cojones porque están de parte de los que los explotan pues las llamadas tradicionalmente clases medias se han pasado en masa a su enemigo natural, seducidos por una suerte de bienestar ficticio.
Digo que ese bienestar de las clases medias es ficticio porque se basa en presupuestos teóricos absolutamente artificiales. Yo formo parte de esa maldita clase media. Tengo una jubilación que me permite vivir sin grandes apuros y unos ahorros acumulados durante una larguísima vida de duro trabajo, en la que he llegado a simultanear 5 empleos a la vez.
Pero toda esta seguridad vital es ficticia. Mi pensión depende de que el Estado mantenga la suficiente solvencia para hacer frente a los pagos de la Seguridad Social y mis ahorros, como la crisis actual ha demostrado, pueden muy fácilmente reducirse a la nada.
Y esto es así porque esa derecha esencialmente corrupta de la que antes hablaba ha impuesto radicalmente su manera de pensar. El mundo y la vida no son sino un inmenso mercado que debe autorregularse libremente porque en él radica la fuente de la riqueza de todas las naciones. Y gentes de tan poco nivel intelectual como la Thatcher y el Reagan pudieron permitirse el lujo de afirmar que el Estado no es en modo alguno la solución sino el problema porque significa o representa la única tímida regulación de dichos mercados.
Así las cosas, cuando nos descuidemos, que ya lo estamos haciendo, nos encontraremos con que el Estado desaparecerá y será sustituido en las que hasta ahora se consideraban sus funciones esenciales justificativas de su existencia, la seguridad, la sanidad, la enseñanza, las grandes vías de comunicación, por las empresas privadas que no tienen por objeto resolver los problemas comunitarios sino alcanzar los mayores beneficios, de modo que todos pasaremos a ser de ciudadanos a simples consumidores a los que no hay reparo alguno en explotar de acuerdo con las leyes liberales de los mercados, de pleno acuerdo con la frase de Clinton a Bush: “es la economía, estúpido”, porque Clinton sabía algo de Marx, Bush, no.
Y, entonces, cuando el Estado desaparezca total y definitivamente, ¿qué nos quedará, qué va a ser de nosotros los incautos constituyentes de esas formidables clases medias que habremos colaborado decisivamente en que el mercado se imponga definitivamente en el gobierno de las relaciones políticoeconómicas, que sólo seremos unos números realmente importantes por su cuantía en los cálculos de los que manejan los mercados, sean éstos reales, el mercado de la esquina de nuestra calle o simplemente fiduciarios, las Bolsas de contratación de los valores mercantiles?
Yo no sé si los componentes de esas clases medias, tan numerosas ya, que son absolutamente decisivas, con su voto, en la conformación de las mayorías que rigen los gobiernos de las naciones, son realmente conscientes de hacia dónde se dirigen realmente.
Esos omnipotentes mercados, que ellas están contribuyendo definitivamente a imponer como supremos órganos de decisión en sus propias vidas, son por esencia sus verdaderos enemigos mortales puesto que al buscar el mayor beneficio en sus operaciones obtienen como resultado colateral el correlativo empobrecimiento de los consumidores.
Y no hablemos ya de los mercados fiduciarios de valores mercantiles, en ellos, la pura especulación es precisamente su esencia puesto que lo que en ellos se negocia no es el valor real de las acciones sino el que los medios de comunicación trasladan a los compradores y vendedores, de tal modo que se venden y se compran las acciones o las divisas por el precio que los grandes especuladores, que dominan dichos mercados bursátiles, imponen.
Dicho de otra manera para que todo el mundo lo entienda: en un mundo, en una vida, absolutamente dominados por los mercados, lo que nosotros percibimos por nuestro trabajo, actual o pasado, sueldos o pensiones, ahorros e inversiones, tendrá siempre el valor que ellos, los grandes especuladores, quieran, como acaban de hacer con Grecia, como amenazaron hacer con España. O sea que nuestra futura ruina está en sus manos. He dicho ruina y no fortuna, porque la avaricia que rige en el funcionamiento de los mercados produce cíclicamente crisis periódicas tan importantes como ésta que ahora estamos padeciendo, al empeñarse los especuladores profesionales en sacarle a los ciudadanos hasta el último de los centavos que constituyen su patrimonio porque la riqueza de las naciones, en un mundo regido tiránicamente por los mercados, no pertenece a los ciudadanos sino a los especuladores.
Pero de lo que yo quería hablarles hoy era precisamente de todo lo contrario: en lugar de la corrupción de la derecha yo quería escribir hoy de en qué consiste precisamente la corrupción de la izquierda.
A ver si lo hacemos mañana.