Revista Cultura y Ocio

La corrupción institucionalizada

Publicado el 20 septiembre 2010 por Peterpank @castguer

La  corrupción institucionalizada

La historia es magister vitae, según dijo el clásico. En efecto, nuestro pasado nos ofrece muchas veces ejemplos de que una misma situación suele repetirse en diferentes periodos históricos variando únicamente en aspectos puramente coyunturales. Y si no, ahí tienen ustedes el ejemplo del cardenal-duque de Lerma.

El anciano Felipe II no tenía mucha fe en la capacidad de su sucesor y, en efecto, los hechos hubieron de dar la razón al rey prudente. La corte de Felipe II, caracterizada por la austeridad y por el deseo del monarca de supervisar personalmente todos cuantos asuntos tanto políticos como administrativos tuviese que decidir, dio paso a una monarquía caracterizada precisamente por todo lo contrario. Y precisamente de la indolencia y abulia de Felipe III, que sucedió a su padre, en septiembre de 1598, supo aprovecharse don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y desde 1599 primer duque de Lerma. Sacando partido de la desgana y abandono que el nuevo soberano manifestaba respecto de los asuntos públicos, Lerma acumuló de hecho en sus manos todos los resortes del poder de la monarquía española, hasta el punto de que una pragmática real dio a las órdenes firmadas por Lerma el mismo valor que si viniesen firmadas por el propio monarca. No obstante, para afianzar su poder, Francisco de Sandoval se vió en la necesidad de crear una red clientelar de amigos y parientes que avalase el régimen personal del valido, quien tuvo como su segundo y hombre de confianza a don Rodrigo Calderón. Y así, el periodo comprendido entre 1599 y 1618 se caracterizó prácticamente por un gobierno personal del duque de Lerma.

No obstante, la excesiva permanencia en el poder unido a los abusos en el manejo de la maquinaria político-administrativa de la facciónligada a Lerma inevitablemente condujo a la gestación de una oposición al régimen. La esposa de Felipe III, opuesta a la influencia excesiva que Lerma llegó a tener en la corte, así como una facción nobiliaria que esperaba poner fín a un régimen caracterizado por la corrupción y el personalismo iniciaron un movimiento que finalizó con la caída del favorito. Lo curioso es que al frente de la oposición al Lerma estaba su propio hijo, don Francisco Gómez de Sandoval y Padilla, duque de Uceda, encontrándose éste con la inesperada colaboración de don Gaspar de Guzmán, tercer conde de Olivares, ydel propio confesor del monarca, fray Luis de Aliaga (cuyo interés por los asuntos terrenos no era menor que el que tenía por los divinos) quien supo inclinar en su  favor al monarca explotando su ascendiente religioso. Cuando Lerma comenzó a otear que el fín de su régimen podría afectar a su propia vida, maniobró entre bastidores para lograr de Roma un capelo cardenalicio que, en caso de apuro, pudiera cuando menos salvar su existencia. Así fue, tras innumerables presiones, en ese año 1618 le fue concedido, pasando desde entonces a conocérsele como el cardenal-duque de Lerma (en los mentideros de la corte se entonaba una coplilla que decía “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”) . Y, como el propio Sandoval había previsto, cuando el rey Felipe III puso fin a su valimiento, se limitó a desterrarle de la corte. No tuvo tanta suerte el hombre de confianza de Lerma, don Rodrigo Calderón, quien fue procesado, encarcelado y, tras la muerte de Felipe III, ejecutado públicamente en los primeros días del reinado de Felipe IV, si bien, como indica John Elliot, afrontó con tanta dignidad su muerte que redimió con ello toda su vida. El régimen de Lerma había caído, pero ello en modo alguno supuso el fin del valimiento, sino la sustitución personal de Lerma por su propio hijo, el duque de Uceda y, tras la subida al trono de Felipe IV, por don Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares y posteriormente duque de Sanlúcar la mayor.

Y es que cuando el soberano muestra un total desinterés por la cosa pública, normalmente tal circunstancia es aprovechada por aventureros, picaruelos y gentes ávidas de las prebendas que los altos cargos conllevan. Se acumulan fortunas, se crean redes clientelares y se colocan amigos y familiares para afianzar carreras políticas. Pero ningún régimen personal es eterno, pues todos son perecederos. No obstante, si alguna lección ofreció el duque de Lerma a los oficios públicos de hoy es que no sólo ha de aprovecharse el tiempo de permanencia en el poder para utilizar éste en su propio favor,  sino que debe tenerse siempre abierta una vía de escape para cuando la fortuna se muestre adversa.

En fin, el fenómeno del envilecimiento de la cosa pública y la generalización de ese envilecimiento acompañado por la resignación de gran parte del populacho. ¿verdad que se podría decir lo mismo de cualquier miembro de la casta política actual? Nepotismo, amiguismo, especulaciones urbanísticas, patrimonialización de la cosa pública en beneficio personal (e incluso familiar), e incluso la previsión de un salvavidas final para el caso de la caída.

En efecto, los estados han caído en la tentación, entre otras cosas, de crear unos agentes de coerción alejados del ciudadano, aun a pesar de soflamas dictadas de otra manera, que es vulnerable a una policía omnipresente, por ejemplo; los estados han politizado la justicia, o al funcionariado, de tal suerte o manera que todo queda en manos de las nuevas redes clientelares, que son los partidos políticos. Y aunque no se llega a reinados del terror, sí que se ha entrado ya en la fase en que so color de prestar grandes servicios a la comunidad, el individuo no puede respirar libremente. Se le imponen todas “sus” mejoras, que él no ha pedido. La pregunta que le asalta es natural: entonces ¿quién o quiénes se llevan los beneficios? Hay, pues, una quiebra en la confianza del poder que el ciudadano ha dado al político. Esa tergiversación del sentido del voto, por ser inmoral, es corrupción”.

M. de V.


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