Revista Libros
Antes de nada, aclarar que un servidor no es nada mitómano y, en caso de serlo, la última persona que inspiraría tal sentimiento sería ese medrador profesional que comenzó corriendo tras una pelota en pantalón corto y camiseta, y acabó persiguiendo pelotazos con trajes cortados a medida y un contrato matrimonial por bandera. Al margen de estas disquisiciones, lo que está probando, una vez más y por si no estuviera bastante claro, que si algo no es la justicia española es universal y, por más que se empeñen en proclamar que los españoles somos iguales ante la ley, cada vez resulta más evidente que unos son más iguales que otros. Resulta desconcertante, casi apuntaría berlanguiano, que el ministerio fiscal, en lugar de afanarse en perseguir a los infractores de la ley, se dedique a meter palos en las ruedas del juez instructor. Imagino que Isabel Pantoja y Maite Zaldívar, en su calidad de consortes de un presunto chorizo, hubieran deseado recibir el mismo trato. Para colmar el vaso, ahora resulta que la fiscalía se posiciona para que alguien que está encausado y con firmes indicios de culpabilidad, pueda salir del país. Si la justicia ejerce tan descaradamente de mamporrera de la casa real, todo asomo de independencia e imparcialidad se desvanece.