Revista Coaching

La creación vital (parte dos)

Por Andresubierna

foersterContinúo con el artículo cuya primer parte publiqué ayer.

Gregory Bateson: «Quien quiera hacer el bien debe hacerlo en los pequeños detalles. El bien general es la coartada de los patriotas, los políticos y los bribones».

Si observamos la historia vemos que, desde la Inquisición, la Revolución francesa hasta Stalin, Hitler y Mao Tse Tung, invariablemente y sin excepciones las peores atrocidades cometidas han sido resultado directo de la imposición al otro del bien común por parte de cierto grupo de poder cuyo propósito fue siempre mejorar el mundo.

Cuando miro en la televisión, odio, violencia y espanto, pienso que no les fue muy bien.

Cuando tomo un subte o el colectivo y veo los rostros de los innumerables transeúntes que día tras día viajan como bestias hacia una nueva jornada laboral, anestesiados para no sentir la vida mísera que llevan, pienso que no les fue muy bien.

Cuando escucho la gran cantidad de hombres y mujeres que fueron violados o maltratados de niños por algunos de sus familiares más cercanos, pienso que no les fue muy bien. Cuando observo los cuerpos esqueléticos de los chicos desnutridos del mundo, pienso que no les fue muy bien.

Cuando observo los misiles impactando en Bagdad, pienso que no les fue muy bien… ¿donde está el mundo mejor?  

Así que mejor me dedico a ser mejor en las pequeñas cosas.

Heinz von Foerster (1973): «Obra siempre de modo que aumentes el número de posibilidades de elección».

Hace muchos siglos esta misma manera de ver las cosas fue puesta de manifiesto en un fascinante relato:

Tras su muerte, el sufí Abu Bakú Shibli se aparecio en sueños a uno de sus amigos.

«¿Cómo te ha tratado Dios?», preguntó el amigo. El sufí respondió: «Apenas estuve ante su trono, me preguntó: “¿Sábes por qué te perdono?” Y dije: “¿Por mis buenas acciones?” Pero Dios dijo: “No, no por tus buenas acciones”. Pregunté entonces yo: “¿Por mi adoración sincera?” Y Dios dijo: “No”. Entonces dije yo: “¿Por causa de mis peregrinaciones y de mis viajes para alcanzar conocimientos e iluminar a los demás?” Y Dios respondió de nuevo: “No. Por nada de esto”. De modo que pregunté: “Señor, entonces ¿por qué me habéis perdonado?” Y respondió Dios: “Te acuerdas que un gélido día de invierno mientras paseabas por las calles de Bagdad viste un gatito hambriento que desesperadamente buscaba ponerse a cubierto del viento helado y tú tuviste piedad de él, lo recogiste y lo pusiste bajo tu abrigo de pieles y lo llevaste a tu casa?” “Sí –dije–, Señor, lo recuerdo.” Y dijo Dios: “Porque trataste bien aquel gatito, Abu Bakú, por esto te he perdonado”»

Por Andrés Ubierna

 


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