La crisis: causas, síntomas y sus efectos (ii)

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Ni que decir tiene que la crisis actual ya tiene poco que ver con sus inicios. Hoy nadie recuerda sus detonantes, es decir las “subprimes”, la burbuja inmobiliaria, la toxicidad de ciertos productos funancieros que se extendieron por todo el mundo, etc. Hoy tenemos más presentes sus efectos, como la pobreza cada vez mayor, el hambre de ciertos colectivos desfavorecidos, el desempleo, la inestable deuda pública, los deshaucios, los recortes en sanidad y educación, etc. Todo aquello a lo que hasta hace poco denominábamos estado del bienestar…

Hoy es fácil confundir las causas y sus efectos. Como lo es también aún saber qué dimensión y duración tendrá la crisis, por mucho que ciertas personalidades políticas digan para recuperar su credibilidad, ya perdida irremisiblemente. Hoy, tras varios años de crisis con muchos y variados efectos, podemos intuir que es una crisis de Sistema, aunque nuestros gobernantes, desorientados y paralizados solo por el miedo a perder sus privilegios y prebendas, hagan lo posible por mitigar sus efectos, sin mirar la causa profunda o, lo que es lo mismo, la esencia de la crisis… Hoy ya no solo está en juego su credibilidad como gobernantes y buenos gestores de esta crisis, sino la viabilidad de un país y, más allá, de un Sistema que deberíamos dejar caer por sí mismo, para que renazca un Sistema nuevo y mejor, más humano y que haya superado los errores que nos han traído hasta aquí…

Pero, recuperando la teórica sobre cómo se gestiona una crisis, nadie está haciendo los deberes, como debería. No conocemos ni queremos conocer la crisis real ni su dimensión y alcance, sino solo cómo suavizar o incluso tapar sus efectos, con huidas hacia adelante, como el Turismo o la exportación, la creación de empleo o la supuesta reforma fiscal (más de lo mismo), la presunta reactivación económica… pan para hoy y hambre para mañana. No hay personas eficaces en los gobiernos y con autoridad (moral ni profesional) suficiente para tomar decisiones firmes, efectivas y rápidas, como se debería. No hay una célula de crisis constituída para gestionar una situación que día a día se nos va de las manos. Y, sobre todo, no hay valentía ni honestidad de aceptar que -digan lo que digan- estamos en una crisis grave y de dilatadas y profundas consecuencias en el tiempo. Y hablo igual de Europa, España o Catalunya. Las tres son inviables y están literalmente en quiebra, aunque nuestros gobernantes no lo admitan publica ni privadamente…

Seguirá…