Al parecer está escrito en algún lugar entre los papeles del destino que todos debemos llegar a un momento de nuestras vidas en que nos miramos al espejo y descubrimos que ya es hora de hacer algo por cuenta propia, porque de acuerdo a las reglas del mundo en que vivimos ya somos lo suficientemente grandes como para valernos por nuestros propios medios.
De pronto te ves obligándote a ti mismo a abrir los ojos y sientes el peso de la realidad que se te viene encima. Comienzas a desesperarte, sientes que la gente te mira mal porque no le has dado un rumbo a tu vida, te obsesionas con eso y llevas la idea en la cabeza todos los días y te repites lo mismo, no llegas a una conclusión fija porque lo que te ha paecido un buen plan hace un minuto ahora se te hace algo imposible de realizar y no encuentras nada que te haga pensar que todo va a salir bien, que lo que estás sintiendo es simplemente parte de una fase, que es normal, que
piensas demasiado.
Todo eso a lo que le das vueltas te abruma porque es verdadero, lo que sientes es tan real que quieres encerrarte y desaparecer para no sentir la presión de no ser lo que se espera que seas, para no tener que tomar decisiones importantes, para no tener que cuestionar todo lo que has hecho hasta ahora.
Pero cerrando los ojos no vas a cambiar absolutamente nada.
Tendrás que darle cara a la realidad y comprender que, aunque el proceso sea lento llegará el momento en el que finalmente decidas la forma en la que vas a sentar cabeza. No importa lo oscuro que veas todo ahora, con el paso de los días tus ojos volverán a encenderse y entonces podrás hacerle frente a todo lo que se venga.