Mis conocimientos de economía se corresponden al uso que hago del dinero: vivo de lo que gano, compro a plazos y sólo ahorro para mi pensión.
Me cuesta entender el beneficio económico del ahorro traducido a inversión: es decir, usar el dinero para ganar más. Siempre he entendido que lo único que añade valor es el trabajo y que el manejo del dinero para obtener beneficios está entre el límite que tiene la usura con la especulación. Y prefiero dejar aparte la estafa pura y dura que es lo que algunos genios como los Lehman Brothers y Bernie Madoff nos han enseñado. Los Lehmann Brothers me suenan igual que los Dalton Brothers, (“fellow Oklahomans”). Y Mr. Madoff me plantea la pregunta: What are you made of, Madoff?, porque seguro que su cara debe tener la consistencia del cemento Portland.
He renunciado a entender la trascendencia que tienen las primas de seguros sobre futuros para la financiación de los estados, el chalaneo con los créditos de las finanzas internacionales o dónde coño van a parar los fondos “de rescate” que los bancos centrales tienen que aportar para que las economías no se hundan, y mucho menos que han hecho los jodidos bancos privados con los millones que les ha dado el estado para que se tapen el culo que habían dejado al descubierto con maniobras fallidas. Y como no lo entiendo tampoco los voy a juzgar. Al fin y al cabo, Alí Babá compartía la ética de los cuarenta ladrones: el lucro a costa de otros.
Pero sí puedo juzgar a los políticos, a los dirigentes, que por imprudencia, complicidad o estupidez simple, mediante relajaciones de las regulaciones, connivencias impresentables y general desprecio de los ciudadanos a quienes deben sus puestos, nos han llevado por estas trochas. Y culpo igual a los ejecutivos en el poder que tomaron decisiones erróneas, o peor, no tomaron ninguna, como a las oposiciones incapaces de enfrentarse con contundencia u ofrecer alternativas utilizables. Derechas o izquierdas, demócratas o republicanos, liberales o conservadores, no han estado ni a las alturas ni a las bajuras de las circunstancias. No se merecen más que nuestro desprecio.