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"Hay que dar a los clientes un servicio multidisciplinar", se señala desde la UPC | María López, de 34 años, hará las maletas en verano atraída por el plan Merkel | Arquitectos admiten que no pueden dedicarse sólo a hacer el proyecto | Rehabilitación, ahorro energético, infografía o tecnificación se apuntan como salidas
Izq. Néstor Piris. Barcelona, 41 años. Con despacho y tres trabajadores a su cargo, tuvo que instalarse solo. Centro. Toni Casas. Barcelona, 43 años. Especializado en cálculo, trabajó en la oficina de control técnico del Col·legi d’Arquitectes. Llegó a tener ocho personas en su despacho. Dcha. Joan Soteres. Oviedo, 42 años. Trabajó durante años en grandes despachos de ingeniería y arquitectura. Los tres arquitectos se han asociado para trabajar en equipo. Gemma Miralda
La arquitectura, una de las siete bellas artes, está en crisis, y sobre todo, en crisis existencial. La situación económica mundial y sus características en España vinculadas a la construcción han puesto patas arriba una profesión vocacional, liberal, glamurosa por la comunión entre el arte y la técnica. Los datos sobre la situación laboral que afronta son espeluznantes, y los arquitectos saben que no les queda más remedio que reinventarse. Aquí o en otra parte.
María López, madrileña de 34 años, ha decidido coger el portante. Tras darle muchas vueltas, con la llegada del 2011, tomó la decisión: “En verano me voy a Alemania”, se dijo. No hay marcha atrás, cansada de las nulas expectativas de futuro, María se irá a Karlsruhe animada por el plan Merkel, donde cursó un Erasmus durante la carrera, tiene amigos y espera encontrar su camino en el mundo de la arquitectura.
Desde que acabó los estudios hace nueve años, ha ido trampeando en diferentes despachos, sin ningún contrato, como falsa autónoma. Quizás podría seguir haciéndolo, pero cree que con 34 años ha de tomar las riendas de su vida. Para María, es necesario que su generación abra los ojos y se dé cuenta de que las estructuras en las que se ha basado durante años la profesión –el despacho del arquitecto autónomo– “ya no puede ser el modelo”.
El bucle está claro –si se construye mucho menos y los bancos no dan crédito, el trabajo escasea– y el debate sobre el futuro de la profesión ya se ha puesto sobre la mesa. Pilar García Almirall, catedrática de Construcción de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), comenta que la visión tradicional del arquitecto ha propiciado el trabajo individual, autónomo y atomizado en la profesión. Este modelo muestra su fragilidad en escenarios económicos adversos frente a organizaciones empresariales más grandes y resistentes.
Pero considera que hay capacidad de búsqueda de nuevos perfiles profesionales y formas de organización. La rehabilitación de viviendas y barrios, la tecnificación de la construcción, el ahorro energético, el papel del arquitecto como gestor del patrimonio de las empresas y el uso de sus espacios, la infografía... Pero sobre todo comenta la necesidad de reconducir el despacho individual hacia un modelo más abierto, multidisciplinar y de trabajo en colaboración para dar más y nuevos servicios al cliente.
Joan Soteres, Néstor Piris y Toni Casas, arquitectos de cuarenta y pocos años, se han dado de bruces contra la crisis. En el 2008 empezaron a ver cómo su futuro se ensombrecía. Joan, que había trabajado en grandes despachos de arquitectura e ingeniería, se quedó en el paro. Néstor, al que hacía poco lo desbordaban los encargos y tenía a tres personas en su estudio, se tuvo que quedar solo. Toni, arquitecto calculista, coordinaba la oficina de control técnico del Col·legi d’Arquitectes y por la tarde llevaba su despacho con ocho empleados. La oficina desapareció, y su estudio ha quedado reducido a dos.
Han decidido trabajar en equipo. Volver a empezar con ideas nuevas e incluso una nueva ética profesional tras una profunda crítica y autocrítica de cómo se ha trabajado en la etapa de vacas gordas. “¿Cómo buscamos a los clientes? ¿Han desaparecido definitivamente? ¿Quiénes pueden ser?”. Estas son las primeras preguntas que responder, y de entrada consideran que han de ofrecer todo un proceso constructivo, un pack en el que el arquitecto ya no es sólo el que hace el proyecto. El arquitecto debe implicarse también como gestor de la obra, eliminando intermediarios, controlando costes y evitando a los comisionistas. Bajo el lema Oficiarquitectura se están asociando para trasladar esta imagen de recuperación del oficio que se toca con las manos. ¿Puede hablarse así de un alejamiento de lo que han sido los grandes iconos de la arquitectura, de un cambio de paradigma? La catedrática Garcia Almirall lamenta que durante unos años el “mundo mediático” haya asociado la profesión sólo con unas cuantas figuras, y recuerda que detrás siempre ha habido muchos y grandes arquitectos al servicio de la sociedad. Esta asociación con los grandes iconos, dice, distorsiona la percepción sobre la profesión.
Joan explica que durante su larga etapa proyectando edificios en grandes empresas de arquitectura e ingeniería en muchas ocasiones no conocía al cliente final. Intervenía mucha gente, en una cadena enorme con un producto final carísimo, señala. Pero parecía entonces que el dinero no importaba.
Entonces, los proyectos siempre llegaban y los autónomos no necesitaban trabajar en equipo. Ahora, Joan, Néstor y Toni lo ven imprescindible porque entienden que son ellos los que han de salir a la calle a ofrecerse, han de “mover el lápiz” sin cobrar de antemano y proponer –bien sea hacer una terraza, un lavabo o llamar a todos los agentes de la propiedad inmobiliaria (API) para proponer rehabilitaciones– con todos los pormenores bien estudiados.
El carácter vocacional de la profesión hace que sea difícil tirar la toalla. Antes de cambiar de ocupación, la mayoría se decanta por emigrar, según una reciente encuesta del Sindicato de Arquitectos que cifra en un 73% los jóvenes dispuestos a abandonar España (véase información adjunta).
Pese al carácter vocacional, Joan intentó probar suerte con otra cosa y se propuso abrir un bar restaurante en el que hacer también exposiciones. Localizó el local, pero la pesadísima burocracia del Ayuntamiento le hizo abandonar. Toni asegura que, antes de cambiar, se iría al extranjero. Hoy tienen un plan. La conversación acaba en Les Planes, en la casa de la foto. La construcción sigue la inclinación del terreno, no han entrado excavadoras, no se ha utilizado el cemento, se ha reducido el coste.
Son reflexiones y proyectos lanzados por unos y otros al calor de una grave crisis. Habrá que ver sin encajan con el futuro.
Los arquitectos reclaman sus derechos
La creación del sindicato como síntoma
El nacimiento el año pasado del Sindicato de Arquitectos de España demuestra el impacto de la crisis en una profesión liberal y hasta hace poco muy poco corporativista. Los arquitectos, a diferencia, por ejemplo, de los médicos, no habían creado su organización sindical y esta surge por la “necesidad acuciante de defender los derechos de los profesionales de la arquitectura”, según señala la nueva entidad. Su primer objetivo fue denunciar una práctica interna de la propia profesión: los “falsos autónomos” que proyectan en los despachos. Según una encuesta realizada el pasado noviembre, el 25,7% de los que trabajan en un estudio lo hace bajo esta figura, lo que implica realizar las labores de un profesional cualificado, asumir la responsabilidad, pero con un sueldo bajo, sin vacaciones, sometidos a un horario y, en ocasiones, sin poder firmar los proyectos.
El sindicato ha nacido con ánimo de hacerse oír y hace unos días publicó un nuevo estudio –basado sobre todo en una población joven– en el que se señala que el 73% de los encuestados se plantea la posibilidad de abandonar España para buscar un futuro mejor. Los países preferidos como destino son Alemania, Inglaterra y Francia. Fruto de su experiencia como falso autónomo, Rodrigo Paz, de 31 años, y afiliado al sindicato, decidió marcharse hace tres meses. “Me surgió una oportunidad en Colonia gracias a un compañero alemán que había trabajado conmigo en Madrid. Hoy tengo un contrato y cobro un sueldo más digno”, explica. Si en España eran mil y poco euros lo que ganaba al mes, ahora en Colonia son dos mil y poco. Rodrigo está a gusto en Alemania, pero señala que si las cosas mejorasen le gustaría regresar a España. Pesa la familia y los amigos pero ahora ve la situación mala y con tendencia a empeorar.
Pese a esta preferencia por Europa, desde la Universitat Politècnica de Catalunya se recuerda que es en los países emergentes en los que hay más trabajo