Poema del libro inédito "Expediente Amelie"
El Factótum lanzó una zalema justa para la pasión de la crucifixión.
Observó el sol rojizo del véspero que
comenzaba a llegar como un punto a la deriva,
lentas garzas era sus zaguales.
El redentor tenía amarrado un pequeño algodón entre sus piernas,
Parecía una zalea puesta a secar entre dos leños.
Cuervos tuertos en la silueta de la tarde
zaherían los últimos trozos ruborizados de los zigomas
pero el estoico silencio del nazareno espantaba los graznidos.
Un zurrón fue lanzado sobre una alfombra por el zumbel del artesano:
Bailaron dormidas las abejas en lo profundo de la cera,
Bailaron los vegetales desangrados en al calor de las espermas,
Bailaron en el foro mantequillosas estrellas que luego Van Gogh recordaría.
El crucificado parecía enternecer el viento con un zureo hipnotizante
o zurcir con su lúcida compasión los ojos aguados de las magdalenas.
Una gota de pecho de golondrina se diluyó en la zafra
y sobre el zarzo las manos del zahorí comenzaron a sanar.
No se sabe que extraña atmosfera pobló de ceniza el zigurat de la muerte
pero sí que el guiño del anciano tranquilizó a las beatas.
La zaga del crepúsculo suponía una luna llena.
El Gólgota era una zapa de calaveras empaladas como chapolas del terror.
Modelar el rostro no fue fácil, sin embargo, la sombra no daba espera al avatar.
Por el viejo camino, algunos recordaron ver rodar un carruaje,
peregrinos quizá que evitaban el cadalso.
Cuando los soldados bajaron el cuerpo ante el primer rayo de calor de aquel día
no fue la sonrisa encontrada entre los cabellos arruinados por la sangre de buey
sino el cuerpo que comenzaba a derretirse entre sus manos
lo que los hizo huir despavoridos y apostatar uniéndose al candelabro de la estrella.