Mostar, 2012. Fotografía: LPA
Desde cualquier punto de Mostar, la quinta ciudad de Bosnia y Herzegovina, es visible de forma ostensible la colosal cruz que corona el monte Hum, uno de los promontorios que domina todo el núcleo urbano. Resulta paradójico, y no es casual, que esa misma colina fuese el puesto de observación preferente de las tropas croatas durante el conflicto que asoló el país a principios de los años noventa del siglo XX. La posición estratégica de Hum permitía el bombardeo sistemático de la ciudad y de los barrios musulmanes de la orilla oriental del río Neretva. Veinte años después del final inconcluso de la guerra de Bosnia, la ciudad mantiene esa línea divisora demasiado presente todavía en el imaginario colectivo, el río: con su ribera oriental ocupada por los barrios musulmanes, hoy bosniacos haciendo referencia al término empleado actualmente en los medios de comunicación; y la vertiente oeste, zona católica y actualmente ocupada, casi en exclusiva, por la población croata.Mostar, 2012. Fotografía: LPA
El final de la contienda bosnia, auspiciado por una comunidad internacional inoperante pero excesivamente asqueada por un conflicto demasiado anclado en las entrañas de Europa, significó una hipócrita solución de compromiso que entrañaba la propia dificultad intrínseca de esa guerra. La paz firmada el 14 de diciembre de 1995 establecía un país único que Jakob Finci, funcionario bosnio, definía para el diario El País (edición impresa del 4 de diciembre de 2005) de la siguiente manera: “…se trata de un mismo país, con dos entidades, tres nacionalidades, cuatro religiones y cientos de problemas”. El escenario de Mostar ejemplifica esta peculiar situación: la falta de entendimiento es endémica entre los responsables políticos croatas y los bosniacos; la ciudad se encuentra dividida, psicológica y físicamente; y la falta de una verdadera reconciliación, efectiva y práctica, impide una auténtica reconstrucción de la ciudad y su vida, la necesaria reactivación de la economía y la superación de las tensiones “étnicas” (si es que alguien es capaz de explicar qué es eso de “étnico”) o religiosas.Mostar, 2012. Fotografía: LPA
Mostar constituyó uno de los principales dramas dentro de la tragedia general de Bosnia y Herzegovina. En los inicios de la contienda sufrió la acometida de las tropas serbias posteriormente rechazada por la actuación conjunta de croatas y bosnios – musulmanes. Pero en 1993 esta frágil y artificiosa alianza saltó por los aires y los croatas sometieron a una parte de la ciudad, la musulmana, a un asedio sistemático de una crueldad terrorífica, incluso, para los niveles del horror alcanzado en otros muchos enclaves de Bosnia. Según los datos de Xabier Agirre Aramburu, recogidos en su libro Yugoslavia y los ejércitos. La legitimidad militar en tiempos de genocidio, se calcula que caía sobre la margen izquierda de la ciudad, la habitada por la población bosniaca, una media de doscientos a cuatrocientos obuses y se contabilizaban en torno a diez muertos diarios. En todo ese contexto, el mismo autor ha denunciado constantemente la inoperatividad de las tropas españolas destinadas en la ciudad convertidas en meros observadores de la masacre propiciando con su cobarde silencio el horror.Iglesia de San Pedro y San Pablo, Mostar, 2012
Fotografía: LPA