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Yo era feliz el día que regresaba mi padre de sus viajes por Tierra de Campos. Aquel día, a mi madre le hacía ir a la estación mucho antes de la llegada del tren, para encontrarme con los hijos de compañeros de mi padre y jugar con ellos en la estación -ahora Escuela de Música- y en los andenes, ahora Estación de Autobuses. Hace poco los visité y me hicieron recordar. Allí estaban Isidro, Fermín y los hijos del señor Cástor, que nos dejaba jugar al escondite entre las mercancías del almacén. Siempre tenía un caramelo para nosotros y con ayuda del señor José, el guardagujas, montados nosotros en la plataforma giratoria, donde daban vuelta a las máquinas, ellos la empujaban y giraban para nuestro disfrute. También subíamos a la vagoneta, que usaban los trabajadores de las vías, y viajábamos en ella. Así hasta que veía aparecer a la Cuatro, al final del andén de la estación de Palencia, al frente del inolvidable trenín entre renqueos, resoplidos, disminuyendo su velocidad y con humo por todas partes. Su número estaba en la chimenea y en el frontal. Mi padre se asomaba, bajaba de la máquina y, con una sonrisa y carantoña al verme, nos daba un beso a mi madre a mí, mientras yo esperaba que me dijera: "Anda, sube". Qué más podía desear aquel niño, rodeado de estrecheces, racionamiento y estraperlo. Feliz le acompañaba en las maniobras y muchas veces hasta el depósito, donde llevaba a descansar su Cuatro, de la que presumía. Al regreso siempre parábamos en la cantina de la señora Higinia, la Culona, como él cariñosamente le había bautizado. Tanto presumía de su máquina que llegó a concertar una carrera con su amigo, el recordado alcalde de Valencia de Don Juan, el médico Don Luis y su coche -uno de los primeros que hubo en ese bonito pueblo-. Se trataba de comprobar quien llegaba antes a Fresno de la Vega.
Recuerdo que mi hermana Naty, sabedora de la poca velocidad del tren, cuando supo que el alcalde se había rajao, dijo: "Cómo será su coche".
Y mi padre volvía a hacer elogios de la velocidad y condiciones de su Cuatro.
Sigo emocionándome cuando mi amigo Fralgo -Francisco Fidalgo-, enamorado del trenín, me envía todo lo que encuentra sobre él y varias veces me ha sorprendido con imágenes de la 4. Y ahora lo estoy, muy especialmente al saber que, en el precioso libro-homenaje escrito por Wifredo Román e Ignacio Martín, que va a publicar la palentina Editorial Aruz, aparece la imagen de la máquina pilotada por el señor Angelín y mi padre.
Mil gracias les doy por haber vuelto a poner en marcha al entrañable trenín y, entre otras, a la máquina número Cuatro.
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Una historia de Julián González Prieto