Un ejemplo que me ha hecho, casi, estallar de reír: La Razón (no por sabido dejaré de decirlo: la cosa más patéticamente fascista que se puede ver en un kiosco de prensa) estipula que, de declararse la independencia, los productos catalanes se elevarían de precio un 40,07%. Importante el ",07%" decimal puesto arbitrariamente para que la cifra suene a algún minucioso cálculo matemático, no como en realidad es, consistente seguramente en haberle enviado un e-mail precipitado a un experto afín a la causa, que habría contestado dando una cifra muy aproximada, el cuarenta por ciento o así, que, de ser transmitida tal cual, hubiera restado credibilidad (más aún!) a tan sesgado dato. Como si ellos supieran cual sería la política de precios de los exportadores catalanes, como si supieran cual iba a ser el comportamiento de los mercados respecto al producto catalán: curioso, cuando promueven un boicot, y, más curioso, cuando ni por un momento contemplan que en Catalunya se consume producto español.Así que, sí, esta realidad en la que ciertas palabras, las más contundentes quedan heladas en el ambiente, como si nadie se atreviera a ser el primero en decirlas (independencia, guerra, tanques) resulta más estimulante que cualquier lectura. Estamos en medio de una comedia (la de los políticos condenados a decir lo que entienden que les aporta más rédito) que ha devenido tragicomedia (algunos se han dado cuenta de que no han sido capaces de hacerlo, y ahora matizan sus palabras), pero en la que muchos amenazan con la tragedia (la estrategia es, casi única, meter miedo).
Mientras recibo desde Argentina muestras de interés y de objetividad que casi me causan envidia. Pues es difícil contar con la perspectiva adecuada. Mientras no disfruto lo suficiente de una buena entrevista a Javier Cercas pensando en, como escritor afincado en Catalunya pero nacido en Extremadura cual será su opinión sobre el tema. Fijaros: me gustan sus libros, me encantan, leeré, seguro, algún día, su próxima novela, y este conflicto: sí, conflicto, acapara mi atención y me desconcentra de disfrutar con sus palabras. No sólo las suyas, las de muchos otros.
Maldita realidad, qué bien se está soñando.
