El papel histórico de don Juan Carlos no legitima la figura de su hijo
unque muchos columnistas de ABC y La Razón elogien la figura histórica de don Juan Carlos y las fortalezas de la Monarquía, lo cierto y verdad es que detrás de la abdicación del Rey hay algo más que un simple "relevo generacional". Su decisión se produce en plena tormenta política por la cuestión catalana y el derrumbe del bipartidismo, tras las elecciones europeas. Gracias a la mayoría absoluta del pepé, la aprobación de Ley Orgánica, necesaria para la transición monárquica, está garantizada. Si en lugar de gobernar Rajoy, lo hiciera un conjunto plural de fuerzas antagónicas, abanderadas por la izquierda, quizás hubiésemos tenido que esperar algunos años para que la abdicación se produjera. La hipotética consulta separatista en Cataluña también explica el porqué de las prisas del Rey para deshacerse de su corona. ¿Qué hubiera pasado si don Juan Carlos se hubiese esperado a que los catalanes resuelvan su consulta y ésta, por casualidades de la vida, ganase por aplastante mayoría? Probablemente, el Rey no estaría en condiciones de plantear la sucesión monárquica ante una España vertebrada por "el derecho a decidir" de una parte de sus feudos. Así las cosas, las primeras palabras de Felipe, tras la abdicación de su padre, han aludido a que reinará para una "España unida y diversa", clara "bola baja" para las voces críticas de CiU y la Esquerra Republicana.
El papel histórico de don Juan Carlos, como artífice de la Transición, no legitima la figura de su hijo. La Hispania de hoy no es la misma que el país en blanco y negro de los tiempos fraguistas. "En aquellos años – en palabras de mi abuelo – daba igual que el nuevo régimen se llamase: república o monarquía, lo que quería – queríamos – la mayoría de los españoles era tener el derecho a decidir, tras cuarenta años de boca cerrada por los esparadrapos de la dictadura. El país estaba tan en deuda con SM, por devolvernos la libertad, que su figura fue respetada por España durante todo su reinado". Tras la etapa "juancarlista" se abre un punto de inflexión en la vida democrática de este país. Mientras el Rey legitimó su figura – de alguna manera – por su hazaña democrática, su hijo subirá al trono sin más mérito que su lotería genética. Da igual que tenga una carrera y varios másteres en universidades americanas; da igual que tenga los máximos galones de las solapas militares; da igual que tenga "buena percha" y sea un buen deportista. Todo ello, queridos lectores y lectoras, da igual. Lo único que lo legitima como Rey es ser el "hijo de don Juan Carlos". Aunque no hubiese tenido carrera universitaria ni títulos militares sería investido Rey el próximo día 18 de junio. Es, precisamente, esta "imposición", garantizada por la Constitución, la que invita a los demócratas a solicitar su revisión para que nuestra democracia no esté sesgada por la "sangre azul" de los tiempos "Alfonsinos".
En este país, los políticos utilizan la retórica cuando se ven en la encrucijada de tomar decisiones que afecten a las cuotas de sus partidos. El otro día, sin ir más lejos, Zapatero habló en una tertulia televisiva acerca de la posición de sus siglas sobre el modelo de Estado. Parece mentira que el mismo expresidente que cambió la Constitución de un día para otro, hable de "piedra sagrada" e intocable, cuando el retoque de la misma afecta a la monarquía. De esa manera, echando balones fuera y escudándose en la Suprema, el expresidente Zapatero pasa de puntillas por los prados espinosos del modelo de Estado. Ahora bien, en el Congreso, su partido – el PSOE - votará que "sí a la monarquía" junto al pepé para aprobar la Ley Orgánica que otorga al Rey el instrumento necesario para garantizar la sucesión de su corona. Luego, es repugnante que muchos socialistas alcen la bandera republicana cuando ganan las elecciones y, voten monarquía cuando la historia se lo pide. Izquierda Unida, por su parte, ha mostrado – en palabras de Cayo – sus sueños republicanos. Su posición ha sido clara y determinante en contraste con las ambigüedades de ZP. De todas las declaraciones políticas acerca del modelo de Estado, la más demócrata de todas ha sido la opción planteada por Podemos. Es el momento – en palabras de Pablo Iglesias - del "derecho a decidir" de los españoles acerca de su modelo.
Es el "derecho a decidir", planteado por Podemos, el que debería servir para que Felipe VI legitimase su figura, por encima de sus genes. Mientras Cataluña "quiere y no puede" plantear la "cuestión catalana" a sus ciudadanos, el Ejecutivo sí puede plantear a los españoles un referéndum que ponga sobre la mesa "el sentir general" de los españoles acerca de la monarquía o la república. Si el resultado es positivo o, dicho en otros términos, si los españoles aceptan al príncipe como Rey, se acabó para siempre el debate del modelo de Estado. Habrá ganado la democracia y los brotes republicanos serán encerrados, durante muchos años, en las vitrinas del silencio. Si gana el NO; si los españoles dicen que no desean más monarquía, entonces no habrá más remedio que cambiar la Carta Magna o reinar contra el interés general. Ahora bien, ¿quién es el guapo que le pone el cascabel al gato?, con Rajoy en la Moncloa es inverosímil pensar que la utopía de Pablo se haga realidad. Así las cosas, para desgracia de algunos, el próximo día 18 de junio tendremos, probablemente, nuevo Rey sin referéndum mediante. Será proclamado con el aplauso de ABC, los lectores de Maruhenda y, el voto oficial de Rubalcaba. Será abucheado por las filas de Cayo, los votantes de Podemos; los simpatizantes de Mas y, la prensa republicana. De Felipe VI dependerá que los "frikis republicanos” no se conviertan, con el tiempo, en una masa crítica que ilumine a los ciudadanos sobre "los costes y oportunidades" que supone para este país, el mantenimiento de una institución sim-bó-li-ca y retrógrada como es la monarquía.
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