Tengo 66 años. Nací en Sabadell y vivo en Barcelona. Estoy casado por tercera vez y tengo dos hijos. Mi política: pequeñas acciones logran grandes transformaciones. Soy agnóstico, pero abierto espiritualmente: si no creo no veré. Hay que entregarse al flujo de la vida.
Fui evolucionando. Primero fui médico de pacientes (17 años), luego médico de sistemas hospitalarios (17 años director de una corporación con dos mil trabajadores), y ahora soy médico de lo social, de la empresa.
¿Y cómo cura?
A través de la economía del conocimiento, que se basa, no en la tecnología, sino en el talento de las personas.
¿Haberlo lo hay?
Sí, lo que pasa es que el talento da miedo. Al que tiene mucho, o se le tiene bien cogido u ojo que nos puede crear problemas. Las organizaciones no estimulan ni se apoyan en el talento, en general prefieren mediocres.
Es consustancial al poder temer que el subordinado lo supere.
Estamos en la decadencia de esta sociedad, o viene el abismo o la regeneración democrática radical: encontrar aspectos de cambio, una sociedad de actores con conciencia crítica y no de espectadores.
¿Y cuál es su medicina?
Creatividad, compartir y conectividad como retos del cambio. El nosotros es más inteligente que el yo.
¿Qué le llevó hasta ahí?
Un deseo enorme de experimentar y de sentir en un entorno ofuscado, cerrado, de condiciones, rutina, liturgias. Fue una contradicción creciente hasta mi adolescencia.
¿Una familia reaccionaria?
Sí, de financieros y empresarios, pero yo tenía otras inquietudes: la voluntad de servir, por eso decidí ser médico. Y porque tenía un hermano esquizofrénico que a los 14 años (yo tenía 10) hizo el primer brote.
¿Cómo le afectó?
Por suerte me hizo reflexionar, porque creo que tenemos mucha actividad y poca reflexión, y tan importante es hacer como entender lo que hacemos.
…
Y también me sirvió, cuando ya era médico, en centrarme más en el paciente, su manera de ser y su entorno, que en la enfermedad.
¿Y personalmente qué descubrió?
Que la pregunta es la base, y que cualquier circunstancia es un buen motivo para preguntarse para qué en lugar de por qué. El para qué te lleva al cómo lo hago, y en el cómo está el proceso de transformación.
También fue activista político.
Era el Mayo del 68, empecé a cogerle el gusto al transgredir como elemento de aprendizaje, evidentemente eso me distanció de mi entorno convencional y se despertó en mí el pensamiento no convencional.
¿Qué es eso?
Tener siempre presente el por qué no. En lugar de mirar las cosas que pasan y preguntarse por qué, imaginar lo que podría ser y preguntarse por qué no.
Actividad frenética la suya.
Sí, que no te lleva a ningún sitio si no la reflexionas. Yo en aquella época buscaba y lo hacía a través de la actividad. Descubrí que la cuestión no era buscarse sino crearse.
¿Crearse?
Todos tenemos patrones de comportamiento. Hay que entender la plasticidad cerebral y encontrar la manera de modificar esos canales neuronales que a menudo nos hacen responder a las situaciones de forma inadecuada, siempre la misma, y encontrar esas cualidades que creíamos que no poseíamos.
Adaptarse es la gran alquimia.
En esta crisis lo que más se oye es “ya pasará”. Pero no pasará, la realidad ha cambiado. Ahora toca ir en rafting por el río tormentoso, es un error bajarlo en balsa. Nos estresamos porque estamos usando criterios antiguos. Las condiciones no requieren planificación, sino improvisación planificada.
¿La improvisación se planifica?
Hay que estar muy preparado para cualquier cosa que venga. Pániker decía ya no es tiempo de preparar presentaciones sino de preparar a los presentadores.
¿Cómo educar esa improvisación?
Yo he aprendido mucho de situaciones límite a través de los pacientes terminales. Se muere como se vive. Si tú asumes las cosas puedes morir en paz. Como médico puedes esconderte detrás del fonendo o aprovechar esa situación para entrar a fondo en la comunicación con el paciente, lo que te enriquece mucho, porque el proceso de morir del otro es el proceso de tu muerte.
¿Y?
Que lo importante son los intangibles, lo que no se ve, que las relaciones de intercambio que se producen entre las personas tengan calidad para que se dé la conectividad máxima, la empatía. Y tener siempre en cuenta que el error es lo que te forma.
… Y te humaniza.
Tenemos que combinar el orden y el desorden, aceptar que la moneda tiene cara y cruz, pero en nuestra sociedad tendemos al pensamiento simple, es decir: a tal acción, tal reacción. Debemos aceptar la complejidad. Me preocupa el reduccionismo.
Pues está muy extendido.
Si no piensas desde el cálculo, el dinero, nadie te escucha, pero desde el cálculo nadie piensa. En cambio si trabajas primero las ideas –el cálculo ya lo haremos después–, puede que haya tanto entusiasmo que se levanten recursos donde menos esperas.
Quien no arriesga no gana, dicen.
El pensamiento económico hegemónico está matando la capacidad de superar los problemas de la sociedad moderna. Falta pensamiento, buenos intelectuales.
- Fuente: La Contra de La Vanguardia
- Imagen: Ana Jiménez