El suelo restalla bajo las ruedas de mi silla... Un tapiz de hojas secas forma una capa inerte en el suelo del bosque. Varios metros más allá, sobre los muros del cementerio municipal, llaman mi atención las blancas cruces de piedra, que destacan sobre el negro paisaje. Por muy poco, aquel lugar sagrado se había librado de una destrucción completa. La muerte frente a la muerte.
El cementerio de Otero de Bodas, cercado por el fuego.
Estoy en Otero de Bodas, zona cero de los devastadores incendios que asolaron casi la mitad de la superficie de la sierra de la Culebra, en Zamora. La primera parada de un deprimente recorrido que me conduciría a través de los dramáticos escenarios que deja tras de sí uno de los mayores desastres ambientales de la última década.
La primera visión la tuve desde Camarzana de Tera, municipio donde fueron realojados vecinos de otras localidades durante los primeros y confusos días de incendio. En el horizonte, toda una ladera aparecía cubierta de ceniza. A mi alrededor, las primeras parcelas calcinadas parecían anunciar lo que estaba por venir... Una imagen que mi cabeza trataba de retrasar lo máximo posible. Como si me negara a reconocer lo que había sucedido dos semanas antes.
Pero pronto me di de bruces con la realidad. Nada más enfilar la nacional N-631 en Ferreras de Abajo, ambos lados de la carretera evidenciaban una realidad difícil de digerir: hectáreas y hectáreas de bosque alcanzadas por el fuego; pastizales que habían desaparecido; animales reubicados tras el incendio que descansaban sobre el suelo tiznado, cerca de un almacén de forraje... Y eso para empezar.
Primeras impresiones desde Ferreras de Abajo.
Sobrepasado por todo lo que estaba viendo, absolutamente abrumado, trataba de imaginar las situaciones de angustia que se vivieron aquí. En un ejercicio de empatía con los vecinos de los pueblos afectados, quise ponerme por un instante en su lugar. Compartir su rabia, su incertidumbre, su dolor.
Las llamas habían llegado a la puerta misma de sus casas, poniendo en peligro la vida de personas y animales. Me preocupaba especialmente saber de qué manera habrían afectado a las manadas de lobos, que a lo largo del mes de junio traen al mundo a sus desvalidos lobeznos. En cuestión de horas, el fuego borraría cualquier rastro del icónico carnívoro, que alcanza aquí una de las mayores densidades del continente.
El fuego afectó a una gran extensión de pinar de repoblación.
Pero no sólo se lleva por delante el enorme patrimonio natural de la sierra de la Culebra. Compromete también el austero modo de vida de sus habitantes, gente sencilla que vive en su mayor parte de lo que la naturaleza les da. Esa España vaciada de la que los políticos sólo parecen acordarse cuando ya es demasiado tarde. El impacto en sus débiles economías todavía está por evaluar
Colmenar devorado por las llamas.
Siguiendo de este a oeste, en dirección al término municipal de Boya, el panorama era dantesco. La velocidad de propagación del incendio debió ser tal, que su estela de destrucción se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y más... Acotados para la recolección de setas y colmenares fueron pasto de las llamas. Estos últimos, ocultos antes de la tragedia entre la espesa vegetación, habían quedado al descubierto, revelando la verdadera magnitud del siniestro.
Panorámica desde el término municipal de Boya.
Grandes remolinos de polvo y ceniza originados por fuertes corrientes de aire añadían dramatismo a la escena. La sierra de la Culebra, esa que tantos buenos recuerdos me trae a la memoria, se había convertido en un paraje yermo y hostil...
Grandes remolinos de polvo acrecentaban la sensación de devastación.
Incluso Villardeciervos, probablemente el municipio más conocido de los 12 que integran la Reserva Regional de Caza, mostraba las terribles cicatrices de su lucha contra el fuego. Afortunadamente, como en los restantes núcleos de población, el incendio pudo ser controlado a tiempo.
Mahide y Flechas marcaban el flanco suroeste. Desde esta última localidad, pude observar como dos aviones y un helicóptero refrescaban el terreno y apagaban varias columnas de humo que continuaban activas. La pesadilla no había acabado...
Labores de refresco en Flechas.
Me duele Zamora, me duele la sierra de la Culebra. Me siento parte de ella, de su paisaje y paisanaje, de sus cumbres y relieves, de su fauna y flora. Para los que la hemos vivido de una forma u otra, no sólo se quema lo que conocimos, se quema también una parte de nosotros mismos.
Pero no todo está perdido... Respiré aliviado al confirmar que una de mis zonas preferidas permanecía intacta. No vi ciervos, ni corzos, como en otras ocasiones. Sin embargo, se prodigaron las rapaces. El reclamo sordo del ratonero llegó alto y claro y mis oídos; la calzada trazaba círculos en el cielo; el aguilucho cenizo me enseñó sus cualidades para la caza... Estímulos suficientes para recomponerme tras una tarde con un nudo en la garganta.
Monte calcinado en Otero de Bodas.
No fue el único atisbo de esperanza al que traté de agarrarme. Me sorprendió la gran cantidad de mariposas que revoloteaban entre la marchita vegetación. Con sus vivos colores, ofrecían un extraño contrapunto en unas circunstancias duras también para estos insectos. Cerca de Boya, una pequeña charca hacía las veces de oasis acuático, refugio desde el que varias ranas comunes reclamaban su propiedad.
Algunos puntos de agua entre la ceniza albergaban anfibios como la rana común.
Mientras tanto, en los pueblos, niños y mayores seguían con su apacible existencia. En Villanueva de Valrojo, un grupo de amigos y amigas jugaban con aparente despreocupación. Como si hubieran asumido como inevitable y lejana la desgracia que acababan de vivir.
Grandes manchas bosque resistieron el avance del fuego.
He de confesar, que haber tenido la oportunidad de comprobar de primera mano las consecuencias del incendio, no me causó tanto impacto como pensaba. Es posible que al fin y al cabo, la sierra recupere parte de su antiguo esplendor mucho antes de lo que cabría esperar. Alimentadas por fuertes rachas de viento, las llamas avanzaron tan rápido, que sus consecuencias sobre la masa forestal pueden considerarse mínimas. Gracias a ello, –y a su mayor resistencia frente a los incendios– grandes manchas de bosque autóctono aguantaron el embate del fuego.
Por otro lado, y dado que buena parte de la Culebra está dominada por especies como el brezo y otros arbustos, la capacidad de regeneración de estas vigorosas plantas favorecerá una pronta restauración del ecosistema.
Soy optimista en cuanto a la resiliencia de este desconocido rincón del noroeste ibérico, un carácter que le ha permitido sobreponerse a todo tipo de adversidades. Ahora, lo mejor que podemos hacer por él es visitarlo, recorrerlo, colaborar en la medida de lo posible con entidades sociales o ecologistas, impulsar la economía local a través del turismo, de los pequeños negocios que operan en la zona... En definitiva, acompañarlo más que nunca en su convalecencia.
Yo lo haré, lo prometo.